La furia de los hombres es la sexta novela del prolífico escritor y perfórmer José Arenas, y la segunda publicada por Pez en el Hielo. Es una obra breve y atrapante, en gran parte gracias a la ironía, la acidez, el ingenio y la comicidad del narrador. La potencia de la escritura de Arenas radica en su capacidad de presentarnos un texto que discurre con facilidad, fluye sin ornamentos decorativos, pero a la vez está cargado de una impronta poética que ya es distintiva de su narrativa. En esa especial y cuidada atención a la forma –a la escritura como objeto estético– también hay una concepción de la escritura como diversión, como objeto de disfrute. Su prosa termina siendo adictiva, con un ritmo que hace a lo que Barthes llamaba “el placer del texto” (con relación al goce).
Los destellos autobiográficos no abandonan del todo a Arenas. Si bien estamos en el terreno de la ficción, se mantiene su obsesión por la literatura y el tango. Además de compositor y cantante de tangos, Arenas ha sido un gran estudioso del género, y una muestra es El favoritos de los hados, su perfil de Gustavo Nocetti. La furia de los hombres toma su título de un verso de la canción “Mundana”, del compositor de tangos Manuel Barros, y establece los dos ejes principales del libro: el devenir de un protagonista misógino y violento, y el tango.
El narrador es Felipe Karlen, un profesor de literatura que trabaja pocas horas en un colegio privado, no tiene problemas económicos y no teme ir a dar clases con resaca de alcohol y drogas. Es egocéntrico, agresivo y solitario, un personaje fácilmente condenable en su proceder, pero su poder de seducción es tal que en algunos pasajes es posible llegar a sentir cierto grado de empatía. Se trata de un hombre adulto que impone las reglas a su antojo y lo hace impunemente, desde la fuerza que le impone su género: marca territorio, genera celos, no acepta la derrota, el abandono y el “no” como respuesta. Va por la vida como compadrito bonachón ególatra, indiferente a las consecuencias de sus propias acciones.
El tango históricamente fue un territorio masculino, no sólo desde sus compositores y músicos, sino también en sus temas. Arenas elige situar la novela en el presente, donde el tango se revaloriza como un espacio más abierto; las actuales milongas dan cuenta del valor y la permanencia popular del género, ahora redefinido como tango bailado, como juego performático y puesta en escena de un rito entre pares. El protagonista, aunque frecuenta estos nuevos espacios, los aborrece porque los considera un rejunte donde conviven “tangueros y millennials”; le resulta incompatible que suene un clásico de Piazzolla a la par de una cumbia local como “El bombón asesino”.
La novela está estructurada en diez capítulos de desigual extensión y densidad que siguen linealmente al protagonista durante poco más de una semana; en cada capítulo se nos presenta la rutina de este antihéroe, su trabajo, los lazos que establece, sus preferencias musicales, obsesiones y relaciones turbias. Todo funciona en el plano de lo verosímil, salvo por el personaje de Soledad, una especie de álter ego fantasmal de la conciencia del protagonista, testigo de sus acciones, que emite opiniones y sentencias, lo acompaña y dialoga con él; podríamos ubicarla dentro de la interioridad del narrador, como parte de su aislamiento endémico.
La furia del protagonista parecería sólo colmarse con la posesión del otro, necesita tomar al objeto de deseo del cuello y con firmeza, una conquista no sólo dada por la sensualidad y la impunidad de la belleza, sino también por la fuerza, ya no importa qué o quién es lo otro (su ex, una adolescente y alumna que le cae mal, una profesora que desprecia, un musculoso en una heladería de la rambla). Las tres mujeres que se vinculan con él son objeto de esa furia, de esa violencia ejercida no sólo en lo físico, sino también en lo verbal y psicológico.
Con los únicos que logra un sentimiento real, fuera del marco de la conquista, es con dos estudiantes que, a la manera de personajes de Alberto Fuguet, le proponen un encuentro literario. Se siente cercano a ellos porque son una suerte de retrato de lo que él fue: son “amigos que han hecho de la rareza una defensa, juntaron las flores marchitas de la exclusión y las volvieron espadas. Son yo mismo a su edad, pero enfundados en su propio tiempo”.
Por momentos, Karlen deja entrever el hastío y rechazo que siente hacia sí mismo (“A veces me doy asco. Creo que todos nos damos asco”), pero no parece capaz de realizar el mínimo cambio, y esa inmovilidad lo condena. La belleza del tango parecería su única salida, pero también es una maldición: su padre violento y ausente fue un famoso cantante de tangos que murió en un accidente, alcoholizado y drogado, el día del cumpleaños del hijo.
No obstante, el homenaje al género ocupa más espacio. En el capítulo 9, por ejemplo, todos los pasajes están encabezados por versos de distintos tangos; además, aparecen citas sin marca y abundante uso de términos como “otario”, “muñeca”, “bufoso”. Homero Expósito, Horacio Ferrer, Manuel Barros, Goyeneche, Adriana Varela son algunos de los artistas mencionados, y se construye así una genealogía de compositores e intérpretes, suerte de banda sonora complementaria al texto.
En el final de “Mundana” (“si somos dos errores con una misma vida, suicídate conmigo, espectro del amor”) se visualiza la posibilidad de arrastrar al objeto del deseo hasta el final; parecería no haber escapatoria o redención posible para los habitantes de esta historia por momentos cruel, con aires de thriller psicológico, pero siempre entretenida gracias a su prosa inteligente, irreverente y sarcástica.
La furia de los hombres, de José Arenas. 90 páginas. Pez en el Hielo, 2024. Obras de José Arenas en Biblioteca País.