El sábado se conoció la noticia del fallecimiento de Marisa Malcuori, lingüista, entrañable docente de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República (Udelar) y miembro de número de la Academia Nacional de Letras (ANL). Siempre es demasiado temprano cuando perdemos personas valiosas, y vaya si lo era Marisa.
Seguir sus clases no era fácil. Seria, pequeña, concentrada, la complejidad y profundidad de sus análisis y la minucia de la exposición de datos exigían una atención que no decayera. No volaba una mosca en el salón, nadie se distraía un segundo porque el fluir de su palabra invitaba a sumergirse en ese universo maravilloso que es la gramática de la mejor manera posible: desde el rigor más absoluto, desde el desprejuicio de ya no considerarla materia árida, desde el abandono del temor a no entender. Seguir las clases de Marisa era siempre intentar entender, enfrentarse al conocimiento sin prisa y sin pausa. En las antípodas del tan sobrevalorado entretenimiento, las clases de Marisa convocaban a la manera de Marisa: había que entregarse a una lectura minuciosa y reflexiva que, por supuesto, no era sencilla, pero sí en extremo disfrutable (quizá en su dificultad radicara buena parte de la satisfacción).
Fue una profesora generosa, siempre dispuesta al diálogo con los estudiantes, a explicar alguna cosa que no había quedado clara, a recomendar una lectura. Era ese, por otra parte, un estilo de ejercicio de la docencia que permeaba aquel Instituto de Lingüística de los 90: una casa que enfrentaba dificultades en una década hostil para quienes optábamos por las humanidades, pero —o quizá precisamente por eso— abrazaba a los jóvenes que habíamos elegido estudiar allí. Marisa fue, además, una profesora que enseñó la ética de la investigación y la docencia en cada clase, así como el amor por la gramática y por esa ciencia madre (como le gusta decir a Ana Rona) que es la lingüística.
Su pasaje no se limitó a la vieja facultad. También llevó su amplio conocimiento a otros ámbitos donde era necesario; por ejemplo, integraba el Grupo de Procesamiento de Lenguaje Natural del Instituto de Computación de la Facultad de Ingeniería de la Udelar y el Comité Académico de la Maestría en Gramática del Español de la Administración Nacional de Educación Pública y la Universidad de la República. Es de destacar, asimismo, su pasaje por la ANL, donde fue miembro de número toda una década, desde el 8 de mayo de 2014, institución en la que fue recibida por quien la presidía entonces, su maestro, el lingüista Adolfo Elizaincín, quien destacaba en su discurso de bienvenida “la curiosidad intelectual sobre todo en lo que se refería a cuestiones de la lengua, especialmente la española, y su constancia y firmeza en la presentación y defensa de sus argumentos, que se sumaba a una finísima intuición para los asuntos relacionados con los mecanismos gramaticales de las lenguas, especialmente, claro, el español”.
Ya había colaborado en esa institución, en la Comisión de Gramática presidida por Alma Hospitalé, en una revisión crítica, una necesaria bajada a tierra de la extraordinaria, esperada y monumental Nueva gramática de la lengua española de Ignacio Bosque (2009). Además, publicó obras fundamentales en la difusión del conocimiento lingüístico, entre las que se destaca en particular su Gramática para maestros y profesores del Uruguay, en coautoría con Ángela Di Tullio, en 2012. En el elogio de bienvenida a la ANL Elizaincín comentaba sobre este libro, en el que señala el antecedente de la obra de Bosque, en particular de la Nueva gramática de la lengua española: “[…] es una de las más actualizadas gramáticas del español contemporáneo, sin lugar a dudas el más completo texto de teoría gramatical jamás escrito en nuestro país, y hasta probablemente en América Latina. La necesidad del enfoque propedéutico obligó a hacer una revisión general de la gramática de la lengua, la que se explica en términos accesibles, pero rigurosos. No se trata de divulgación general y apresurada de los temas gramaticales que se tratan; por el contrario, es una razonada reflexión y una segura práctica de investigación de esos temas que se presentan en un lenguaje sencillo, ameno, accesible sin duda al público objetivo de la publicación”.
En su discurso de asunción en la ANL, con eje en la tensión entre descripción y prescripción que entraña la gramática, Marisa recorrió en ejemplos la historia de esa disciplina en una exposición pormenorizada que cerraba: “Si, como sostiene I Bosque, el fundamento de la prescripción de la norma es la descripción del uso, los lingüistas, con más razón los que participamos de la labor de las academias, debemos comprometernos a realizar buenas descripciones de los diversos fenómenos que caracterizan nuestras variedades y de la valoración social de que son objeto por parte de los hablantes. ‘Dentro de la comunidad del idioma’, dice Borges, ‘el deber de cada uno es dar con su voz’ y, me permito agregar, hacerla oír”. Una escucha de la que, demasiado temprano, con la partida de Marisa quedaremos un poco huérfanos.