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David Lodge (archivo). Foto: Pierre Verdi, AFP.

David Lodge: el profe gracioso

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Para la última edición de la diaria de 2024, que tenía como consigna hablar de fenómenos del quinquenio, con Nacho Alcuri escribimos sobre las que nos parecen que fueron la serie y la novela que pueden definir la primera mitad de esta década. Él se ocupó de Succession y yo de Mugre rosa.

Pensaba, entonces, comenzar este primer boletín del año comentando un poco más acerca de mi elección del libro de Fernanda Trías, pero el fin de semana llegó la noticia de la muerte del novelista David Lodge, así que en cambio voy a recomendarles algunos de sus libros.

Lodge fue profesor de literatura inglesa en la Universidad de Birmingham hasta 1987, cuando se retiró para dedicarse a full a sus tareas como escritor. Venía publicando desde principios de la década de 1960, pero realmente empezó a ser conocido en 1975, cuando apareció Changing Places, que Anagrama publicó dos décadas después con el título Intercambios. Lodge, dicho sea de paso, fue parte de la escudería de autores británicos (y no sólo de esa procedencia) que la editorial española comenzó a traducir por aquellos años.

Intercambios es divertidísima, y alcanza con repasar su premisa para convencernos: un profesor californiano y otro inglés se sustituyen mutuamente en sus puestos académicos durante un semestre lectivo, y la experiencia termina involucrando también a sus matrimonios. Ambientada en 1969, en la estela del Mayo francés y la emergencia de la nueva cultura juvenil global, la novela hacía reír a partir de los malentendidos de los trasplantados, al tiempo que revelaba bastante sobre las diferencias entre el sistema universitario de Estados Unidos, competitivo y entusiasta, y el de Reino Unido, por entonces más humanista y conservador.

A Intercambios le fue tan bien que Lodge siguió escribiendo sobre profesores. De hecho, mantuvo a los protagonistas de esa novela, Morris Zapp y Philip Swallow, en la siguiente, aunque ahora como personajes secundarios. El mundo es un pañuelo está ambientada diez años después, aunque no en dos universidades específicas, sino en una serie de congresos en distintas partes del mundo, y está organizada como una doble búsqueda: la de una amada –una doctoranda brillante– y la de una cátedra literaria en la Unesco, tan bien paga como cómoda y prestigiosa.

El mundo es un pañuelo es mi novela de Lodge preferida porque me gusta cómo combinó sus dos vocaciones, la de narrar y la de enseñar. Aunque hay un poco de parodia, es una puesta al día de las distintas corrientes que pugnaban por el dominio de los estudios literarios en el norte durante los años 80 (psicocrítica, estructuralismo, deconstruccionismo, análisis del discurso, feminismo, estética de la recepción). Lodge realizó algún que otro manual explicándolas, pero acá las pone a competir lúdicamente, y además las compara con los estudios tradicionales en una especie de sala de espejos humorística. Creo que sigue siendo una excelente manera de ingresar a la “teoría” –así, a secas– sin temor a empantanarse.

Muchos colegas le criticaron a Lodge que describiera al mundo académico como uno de glamour y despilfarro en Intercambios, y él acusó el golpe. Su siguiente novela, ¡Buen trabajo!, cierra la llamada “trilogía de los campus” con una especie de trabajo de extensión universitaria: una joven profesora, especializada en teoría literaria feminista de períodos de la Revolución Industrial, debe acompañar al gerente de una fábrica como parte de un acercamiento a la comunidad de la Universidad de Rummidge (versión graciosa de la de Birmingham, base de Lodge), obligada por la escasez de ofertas laborales. Luego, el empresario se verá mezclado en la vida académica, mientras asistimos al capítulo final de la historia de Zapp y Swallow. Lodge reconoció que con esta novela quería pintar los años de Margaret Thatcher, marcados por los recortes presupuestales y la fuerte orientación hacia el negocio, aun en el campo de las humanidades, característicos de aquel empuje neoliberal.

Lodge escribió varias novelas por fuera de la trilogía del campus. Terapia no sólo se mete con el mundo del psicoanálisis, como su nombre sugiere correctamente, sino también con varios tipos de tratamiento que el cincuentón protagonista experimenta para atravesar la crisis de la mediana edad. A sus problemas hay que sumarle –o restarle– una obsesión con las ideas del filósofo Søren Kierkegaard, iniciador decimonónico del existencialismo.

Durante un buen tiempo, además, Lodge hizo divulgación en la prensa. El arte de la ficción compila las columnas que realizó para The Independent y tienen ya algo de clásico por la vigencia de los temas y por el estilo sencillo. Aborda varios de los asuntos que históricamente han ocupado a los estudios literarios (el punto de vista, la estructura, la voz) con ánimo didáctico y, especialmente, desde distintos ángulos que maneja complementariamente: como profesor, como lector y como creador. Generosos en ejemplos de la literatura inglesa, estos artículos no son exactamente ensayos, sino una mezcla de lecciones y piques para escritores. Es claro que en ellos hay bastante de las clases que daba Lodge, y leerlos me parece otra linda forma de seguir aprovechando lo que sabía ahora que ya no está.

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