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Sebastián Casafúa.

Foto: Gianni Schiaffarino

“El loco que habla como el orto hizo algo”: Sebastián Casafúa y el libro que escribió para “atrapar las palabras” después de sufrir un ACV

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El polifacético artista uruguayo habla de Peñarol, Robinson Crusoe y otras fuentes de inspiración de Hiato

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La carita feliz de ojos tachados en el dorso de una mano señala su pertenencia grunge y alternativa. Su pelo enmarañado y su vestimenta de tarde laboral afirman su anclaje en aquel movimiento noventero algo oscuro y de espíritu redentor que, dice, tomó las mejores formas en Nevermind, de Nirvana, Vitalogy, de Pearl Jam, y, especialmente, Superunknown, de Soundgarden, al que define como “el mejor disco de la vida”, capaz de despertar su mayor entusiasmo.

Ahora mismo el inquieto artista local trabaja en la grabación de su próximo álbum solista del que ya adelantó el track “La nieve del 87”. El ruido de su carrera musical arrancó como protagonista de las bandas Kirlian y Simio. Además, suma fechas como uno de los gestores de los proyectos Montevideo Sonoro y Silent Horror Tour, y responde con algo de sorpresa a las interrogantes y los abundantes elogios referidos a Hiato, su primer libro, lanzado recientemente por Criatura editora.

“Alguien me cerró el éter. Me rompieron los radares o los satélites. Mis palabras yacen en un lugar inaccesible, la sala de no estar”, describe en la intro de esta aventura literaria sobre el impacto del accidente cerebrovascular que sufrió el 25 de diciembre de 2022 mientras paseaba con sus hijos en una plaza y preparaba sus planes de vacaciones. “Sentía como una batidora en mi frente, no sabía qué pasaba con mi cabeza, con mi cuerpo, y finalmente caí al piso, ante los niños. Desperté en un hospital, metido en un caño de metal que sonaba como un redoblante”, relata.

“Hay muchos tipos de afasia. Yo tengo la mejor, objetivamente”, sigue el cuento del después. “Tuve una suerte bárbara. La de no encontrar la palabra, pero saber que está. Como ver la silueta de una persona querida detrás de un vidrio empañado. Como recordar la melodía y olvidar la letra. Como tener la llave correcta, pero que no entre en la cerradura”.

En diálogo con la diaria, el artista bromea sobre sus mejoras y dificultades y asegura que ya tiene frases seteadas para los encuentros casuales con personas que no lo conocen o no saben exactamente qué fue lo que le pasó: “Les digo que soy como un ruso que habla español. Es como un casete puesto”, apunta. “Mejor ponele compact disc”, corrige.

Siempre fuiste muy creativo. ¿Cuándo aparece la idea del libro?

Antes del ACV quería hacer un libro de cuentos, o una novela, algo así. Era un sueño, nada más. Cuando tuve el ACV cambió todo: la cabeza, la familia, mis visiones de la vida. Y al principio no podía hablar. Recuperé todo al toque: movilidad, lucidez, memoria, pero no podía hablar. Era como un nudo, ¿no? Y además entendía todo. O sea, estaba en una cárcel de palabras. Me sentía en una película de terror.

Empecé primero a dibujar. Yo dibujo mucho. Hice muchos cursos con Tunda Prada, Ombú, cuando tenía 20 años. Y arranqué a trabajar con dos fonoaudiólogas que me ayudaron mucho y con las que empecé a balbucear palabras.

¿Y qué pasaba con la escritura?

Al principio podía leer palabras sueltas, pero no podía conectar mucho las palabras en una frase. Al toque, en una o dos semanas, ya podía leer bien. Y después empecé a escribir. Cuando leía, también escribía. Y escribir me ayudó mucho a recordar palabras y frases. Olvidate del libro. Estas eran sesiones para recordar cosas.

En esa rosca empecé a hacer textos más potentes, o lindos, o extensos, y cuando terminé tres que me parecía que estaban buenos, hablé con Julia [Ortiz], de Criatura editora, y se los mandé el año pasado. Le gustaron y me dijo: “¿Qué querés hacer?”. Le respondí que quería hacer un libro y ahí me dijo: “Dale, pero tenés que escribir más”. Y lo terminé en mayo, junio, de este año. Para mí fue como una catarsis.

¿Cómo estás recibiendo lo que te llega de quienes leyeron Hiato?

Obviamente, los amigos siempre tiran para adelante, pero también mucha gente que no conozco me escribe, principalmente por redes. Y hay como una... no sé, una veta de gente que tuvo un ACV y que leyó el libro y me comentan que se emocionaron, o que tienen una afasia y que el libro los ayudó.

Yo no soy el capo de nada, pero por ahí puede ser que alguien se entere del libro y piense: “Este loco que tiene afasia habla como el orto y mirá lo que hizo. Hay mucha gente veterana, pero también personas de 30, 40 años que están saliendo de cuadros complicados de este tipo.

¿Creés que algún aspecto de tu personalidad te está ayudando a salir adelante?

Y bueno, sin querer, tengo una cosa poética. O sea, no soy poeta, pero las letras de mis canciones tienen una poesía amable, linda, pensada.

Lo que me llama la atención es que otra persona en tu lugar puede pensar: “Primero me voy a poner bien para encarar mis proyectos”. Vos encaraste un proyecto como parte de tu tratamiento.

No sé. Yo quería recordar palabras y escribir me servía. Aproveché los primeros textos, pero, en realidad, no fue algo tan pensado.

Hay relatos del libro que tienen mucho de contemplación. ¿Siempre fuiste muy observador?

Sí, escribo mucho y todos los días. En mi libreta o en las notas del celular. Se me ocurren cosas, observaciones. Y después las uso en canciones, letras u otros textos que no sé si van para un libro o no.

Escribir y publicar un libro puede ser un momento trascendente en la vida de cualquier persona. Vos antes ya habías escrito muchas canciones. ¿Te dan ganas de seguir haciendo libros?

Bueno, no quiero sonar pillado, pero la gente que lo lee me dice: “Qué buen texto”, o “qué volado” o “muy raro”, pero bueno, si quieren sigo escribiendo, ¿no? Lo que sí, prefiero no tener otro ACV antes de terminar el segundo. Creo que puedo hacer un libro sin ACV. Vamos a ver cómo sale.

¿Cómo es la historia que te liga a la novela Robinson Crusoe?

Hiato tiene pasajes de ficción, tiene canciones, pero la historia es real. Ese libro me lo compraron mis viejos en el Subte cuando yo era niño. Lo leí al toque y me gustó mucho. Después, durante los 80, miré las películas que se hicieron sobre la novela. Y cuando tuve el fucking ACV lo encontré entre los libros de mis hijos. En realidad, era un cómic de Robinson Crusoe, muy fácil de leer.

¿Y qué sentiste cuando te encontraste de vuelta con ese personaje?

Fue de casualidad que mi primer libro haya sido el mismo que fui a buscar cuando intenté volver a leer algo. Pero esta vez mi visión fue muy diferente. Ese hombre solo en una isla desierta. Yo estaba solo en mi cabeza, no podía hablar. Sentía que estaba ahí.

¿Y qué otros libros o lecturas fueron importantes?

Me regalaron uno de la editorial Caja Negra, Postpunk [Romper todo y empezar de vuelta, de Simon Reynolds]. Ese me lo devoré. Muy intenso.

Después, el último de Carolina Bello, y ahora estoy en medio de La ciudad donde quiero estar, de Shain Shapiro. Es un ensayo sobre cómo la música puede mejorar nuestras ciudades. El otro día terminé una recopilación de Horacio Quiroga. Todas las semanas termino un libro. Me ayuda a recordar y es muy sanador.

¿Tenés alguna rutina?

A la noche, antes de dormir, leo por lo menos una hora. Y los fines de semana leo dos o tres horas a la hora de la siesta.

Una temática que atraviesa el libro es tu reflexión sobre el tiempo. En ese sentido, ¿qué cambió después del ACV?

Al principio sentía que el tiempo estaba como pausado. Yo estaba re lúcido, pero no entendía bien qué me pasaba. Y me sentía algo cansado. El tiempo se volvió raro. Después se fue regularizando. Y ahora de vuelta estoy al palo de trabajo, con mis proyectos, notas y mi música. Y la rutina es la misma de antes.

Que es la forma como a vos te gusta vivir, ¿no?

Sí, pero ahora a veces pienso y me digo: “Che, esperá”. Antes estaba siempre al palo y ahora trato de parar un poquito, porque la vida es otra cosa. Los riesgos son lindos, ¿no? A mí me gustan. No te hablo de los riesgos de la noche, sino de encarar cosas nuevas. Aparte, me aburre hacer siempre lo mismo.

¿Cómo se adaptaron tus hijos a la situación y a tu propia readaptación?

Toda mi familia me ayudó mucho en este proceso, y mis amigos también, siempre al firme, cuando estaba internado. Todos me cuidaron. Mis hijos, que estaban conmigo en el momento del ACV, la pasaron mal. Y después, en todo el proceso de recuperación, fueron fundamentales. Me decían: “Papi, ¿querés agua, café?”. Me señalaban las cosas y me ayudaban mucho. Eran como mis asistentes. Mi hija, que es más grande, estaba muy preocupada.

“Morí y un poco reviví”, decís en Hiato. ¿Hay algo de la vida que ahora disfrutás más que antes?

Sí. Lo más importante es que no me afectan los problemas mundanos. Hago lo que quiero. No jodo a nadie. O sea, con respeto, sigo con mis canciones, con el libro, el trabajo. Y nada, quiero seguir con eso.

El libro tiene al menos dos historias hiladas que desembocan en Peñarol. ¿Qué significa el club en tu vida?

La visión de Peñarol es una mirada romántica de otrora, la épica de nuestra generación, principalmente de los 80. No me pasa nada con los quinquenios, con las victorias de cabotaje. Me aburre el circo berreta, los medios pro y contra, y me chocan los cantos de cancha que remiten a los asesinatos de los rivales, mencionar actos sexuales, homosexualidad, y todo normalizado. Ese folclore no me gusta.

Pienso en Morena, en el gol de Walkir Silva, el 8 contra 11 y la campaña de 1987. Pienso en la final contra América de Cali: 119 minutos empatando, a la postre perdiendo, pero la vida da una lógica imposible y la Fiera [Diego Aguirre], y el Maestro [Óscar Tabárez] y la quinta [Copa Libertadores].

Desde el ACV perdí mucho la posibilidad de hablar, de expresarme fluidamente, pero al final, en el minuto 119, aparecieron palabras, frases y escribí el libro. Es mi sexta.

Hiato, de Sebastián Casafúa. 156 páginas. Criatura, 2025. Concierto y presentación: viernes 23 de diciembre en la feria Ideas+. Entrada libre.

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