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Romina Tamburello.

Foto: Alessandro Maradei

Romina Tamburello y el morbo de las historias basadas en hechos reales

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La escritora argentina habla de sus novelas de swingers y deseo.

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Hace poco más de diez años, la escritora, cineasta y directora Romina Tamburello, que pasó por Montevideo para presentar Los amigos de mis papás, su segunda novela en la que cuenta cómo sus padres le pidieron que los ayudara a explorar el universo swinger, estaba casada, trabajaba de abogada en los tribunales rosarinos y, aunque tenía el “flash” de dejarlo todo y poner cabañas en la playa, aún no había afianzado su vínculo con Uruguay. El primer eslabón de la cadena que la une con este lado del Río de la Plata fue un terreno compartido en Punta del Diablo, luego la construcción de un hostel que hizo y regentó quien para entonces ya era su exmarido, y una historia dolorosa pero que cuenta con humor exacerbado en La viuda del Diablo, su primera novela: la venta posterior de la mitad del emprendimiento.

“Él lo trabajaba y a fin de año me llegaba un sobrecito con las regalías de lo que quedaba del amor. Un día me llamó para que se lo vendiera y ese día empecé a escribir una novela que al final pude cerrar cuando efectivamente vendí el hostel. Y enseguida me compré una casa ahí y no pude despegarme. Uruguay empezó a ser un posible lugar de venir a trabajar y se hicieron cada vez más vínculos y amistades”, explica mientras busca similitudes entre Rosario y Montevideo, esas ciudades “que no son grandes ni chicas” y donde, asegura, encuentra una misma sensación hogareña.

Pero antes de esta charla, antes aun de la venta del hostel e incluso del sueño de las cabañas en la playa, Romina ya había tenido otro momento de quiebre. Para entonces, aunque ya trabajaba en teatro, era una abogada que durante el día pateaba pasillos tribunalicios. “Era una pésima abogada”, ríe ahora, puesta a recordar. Pero lo cierto es que entonces hubo un hecho que aún no puede explicar y fue clave en el rumbo que tomaría su vida.

“Un día llegué a Tribunales, me empecé a sentir mareada, me senté en un banco a las ocho de la mañana y lo próximo que recuerdo es recién a las tres de la tarde. Pregunté y me obsesioné con eso, pero no recuerdo nada, y me dicen que estuve sentada todo el tiempo. Nunca pude reconstruir eso ni con todas las terapias alternativas. Al otro día renuncié a la matrícula”, cuenta.

Ya actuabas y estabas en el mundo teatral, pero ¿cómo saltaste a los libros y películas?

Primero me empezó a picar el deseo de escribir teatro, después empecé a coquetear con la escritura audiovisual, escribí una serie, se filmó, hice la dirección de actores. Todo mientras escribía mi primera novela, porque veía cómo él rehacía su vida ahí y qué hacía yo. Después escribí un corto que quedó en Cannes y me dije que podía escribir un largo. Ya era la guionista de Vera y el placer de los otros y pasé a codirgirla con Federico Actis [la película ganó el premio a mejor dirección en el Festival de Mar del Plata en 2023, además de distinciones en Barcelona y San Sebastián, entre otros]. Fue un proceso que se fue dando, que fue ganando espacio. Creo que haber dejado de ser abogada me dio ese lugar, el tiempo vacío para poder dedicarme a todo eso que quería hacer.

¿Qué elementos te aporta el audiovisual para la literatura?

Ya no me sale la paja del monólogo interior del personaje. Me dio la posibilidad de narrar desde la acción. Y de la literatura llevé algo más poético al audiovisual, para hacer más entretenido el guion, que es muy técnico.

Romina Tamburello.

Foto: Alessandro Maradei

¿Por qué hablás de la paja del monólogo interior?

Porque mi forma de vivir y de escribir es mucho más desde la acción. Pienso mucho menos de lo que hago. Es el tipo de literatura que me gusta escribir. Hay novelas de monólogo increíbles, pero me gusta más leer la literatura donde pasan cosas, acción, imágenes: me cansa la literatura de la opinión.

En tus novelas, aun sin haber monólogo interior, aparece mucho lo propio, la biografía. ¿Por qué contar lo tuyo?

No podría decir que es literatura del yo, porque los personajes se me revelan, no soy yo, aunque aparecen disparadores en ambos, la venta del hostel, la charla con mi mamá y la experiencia swinger. Y me encanta escribir sobre separaciones. En ambos, con protagonistas y formas de separarse muy distintas, aparece ese tema. En este segundo libro escribí una separación que todavía no me había sucedido.

Uno podría quedarse en lo anecdótico: el hostel compartido con el ex, tus padres swingers, o la chica que alquila un depto para que otros adolescentes tengan sexo, en la película, pero aparecen otras cosas de fondo...

Creo que en todos los casos aparece muy fuerte la libido por lo que uno hace, por el trabajo. Creo que eso es lo más personal, el deseo de las mujeres y el deseo por el trabajo, que a mí me atraviesa.

Decías que no es literatura del yo, pero se la pasan indagando en cuánto hay de real en cada historia, ¿por qué creés que pasa eso?

Por morbo absoluto, la gente quiere espiar la vida de los demás. Y para la gente tiene más valor por eso. Y a veces nos parece que es más verosímil por eso, pero esta historia mismo... Dos personas mayores que quieren ser swingers; podría parecer inverosímil en principio, pero la verdad es que pasó, entonces ya nadie lo cuestiona.

En la película está presente eso de espiar las vidas de otros...

Pero sale del personaje primero: Vera como heroína, una piba que le alquila departamentos a pibes que de adolescentes no tienen dónde ir a coger. Y lo hablábamos con Actis y pensábamos: “Qué bueno si hubiéramos tenido esta piba en nuestra época”. Y después nos empezamos a preguntar qué quiere ella: y ahí apareció el morbo, el placer, el deseo; la búsqueda que delineó la trama era preguntándonos por el personaje.

Ahora estás trabajando en los proyectos audiovisuales de ambas novelas, ¿cómo fue la reacción de los involucrados cuando se vieron reflejados?

Mi ex sigue enojándose cada vez que vuelvo a Punta del Diablo, dice que tomé todo muy liviano, se siente expuesto... y quizás sí, pero cada uno es dueño de su versión de la historia. El epígrafe de la novela es ese: cada historia tiene tres versiones, la tuya, la mía y la verdad. Esta es una versión de una historia que considero mía. Los demás son como bolos; sólo figuran.

Romina Tamburello.

Foto: Alessandro Maradei

¿No te limita escribir sobre ellos?

No. Siempre digo: se pide perdón, pero no permiso. Si no, cagaste.

¿Y con tus papás?

Mi mamá me pidió que no ponga su nombre y mi papá quería que por favor lo nombrara, así que puse iniciales. Cuando terminó de leer, mi mamá lloraba y me dijo que nunca pensó que alguien en la familia la mirara de esa forma. Y mi papá sólo leyó las partes de él, nada más, ¿y sabés qué dice? Que él es un personaje bárbaro.

Cinismo, plataformas y crisis

La conversación no puede escapar a la coyuntura en un momento en que se anuncian recortes al universo cultural en Argentina casi a diario. Se recorta la promoción del cine, de la literatura, de todo tipo de artes escénicas y de las otras, cualquier manifestación cultural se la denosta, se afectan derechos colectivos de intérpretes y autores.

¿Por qué creés que hoy avanza ese discurso anticultura que hace un tiempo era impensable?

Hay un nivel de cinismo increíble, nos hacen creer que no debería hacerse cine para darle de comer a un niño y es al contrario, porque la industria cultural también motoriza recursos. Pero, a la vez, la identidad nacional está cada vez más diluida y la cultura te da la posibilidad de tener identidad propia; si se borronea, somos cada vez más permeables al colonialismo, que no sólo llega con guerras, sino con la cultura mainstream de otros lados. Cuando se pone en discusión cuánto se ven nuestras películas, lo que molesta no es cuántos las ven realmente, sino qué películas o libros hacemos. Y eso es lo tenemos que salvaguardar, porque es un momento en que se está intentando romper todo. Hay que resistir, aunque sea agobiante estar resistiendo todo el tiempo. En algún momento ojalá seamos mainstream, pero es lo mismo que pasa ahora con el feminismo: si hay que volver a explicar todo 80 veces, lo haremos otra vez.

Romina Tamburello.

Foto: Alessandro Maradei

En ese sentido de la identidad y el valor de la cultura propia, ¿las plataformas y el modo actual permiten ampliar la difusión y democratizan, u obturan y uniformizan?

Hay unas posibilidades que tienden a democratizar, pero las preventas para plataformas son de películas más mainstream. Y después está el algoritmo, que creemos conocer, pero en realidad es algo viejo, porque ahora se ven y consumen cosas que ya se rodaron, el algoritmo que estás viendo ahora en realidad ya sucedió: no sabemos qué se está haciendo ahora o qué de eso será consumido después. Tenemos que usar el algoritmo y las plataformas para hacer el tipo de películas que queramos, una historia que queremos contar, una mirada. Hay que estar muy enamorado de eso que queremos contar porque lleva mucho tiempo hacerlo. Y hay que corrernos de la universalidad de los contenidos, porque hoy también hay espacio para que la plataforma compre también lo bueno (ya hecho, eso sí, pero bueno al fin), y lo bueno, para mí, es aquello que tiene una mirada diferente. Y hay que usar las plataformas para hacer cada vez mejores películas y a nuestro favor.

En estas estrategias y resistencia, de no saber qué funcionará y de que los procesos son largos y cambiantes, ¿por qué tantas ganas de contar historias?

No se entiende, ¿no? [ríe]. Era más fácil trabajar en un banco o de abogada. Pero no se puede evitar. Y es muy lindo. Y también me fascina el trabajo en equipo, ver el aporte de todos los involucrados. Hay algo en eso y en seguir contando ficción que me gusta. Y es divertido.

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