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Territorios en disputa: Fondo húmedo, la novela de Camila G Jettar

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La cantante publicó una novela sobre la maternidad.

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El hecho de que Fondo húmedo de Camila G Jettar no parezca una primera novela seguramente se deba a una búsqueda estética que la autora ha llevado a cabo durante años, transitando por distintos caminos. Fotógrafa, música, cantante de Guachass (banda que, coincidentemente con la publicación del libro, cumplió 20 años en 2024), la autora consigue aquí una escritura madura que surge de un estilo ya trabajado.

A la novela, que se presenta en una edición cuidada, no le sobra nada: es potente, concisa y cargada de elementos poéticos, y se presta a ser leída de una sentada. No sólo la brevedad del texto lo permite, sino que la prosa resulta envolvente en su ir desde la bronca expresada directa y brutalmente a una textura más sutil tejida con elementos sensuales y sensoriales. Genera así una extraña tensión en torno a la intimidad, que nos empuja a seguir leyendo para develar una especie de intriga doméstica.

La protagonista narra su vivencia de la maternidad, su hartazgo y su lucha con ese cuestionamiento a la identidad que supone la dependencia absoluta de dos pequeñas criaturas. Ojo, no es un libro para madres, así como, pongámosle, Mujeres de Bukowski no es un libro para cincuentones alcohólicos necesitados de aprobación femenina. Con esto me refiero a que puede interpelar fuertemente a todo tipo de lectores. Querríamos pensar que la literatura escrita por mujeres hace rato dejó de meterse en ese nicho entendido como “literatura femenina” que sólo espera lectoras mujeres (las cuales, por otro lado, venimos muy acostumbradas a identificarnos con todo tipo de sujetos, desde estudiantes tuberculosos a soldados traumatizados, nacidos de universos literarios plenamente masculinos). Entonces, aunque la experiencia que aquí se aborda fuera exclusivamente femenina, no tendría sentido pensar en un universo único de lectoras mujeres. Pero vayamos más allá: la maternidad, claramente, no es un asunto sólo de mujeres, sino que afecta a toda la comunidad vinculada al acontecimiento, y, sugiere la obra, debería afectar mucho más. En ese sentido, Camila G Jettar expone con crudeza la soledad de las madres.

La obra juega constantemente con el tiempo y el espacio. Hay un hilo temporal que se condensa en el momento. Se trata de un anclaje, una fijación en el presente, que parecería ser la única representación posible de la maternidad: el regreso continuo al “hoy”, la recurrencia al “punto fijo” de la protagonista como estrategia para mantenerse a flote. La narradora estira ese hilo temporal en sus tentativas de escape o en sus intentos de reencontrarse, poniendo en juego el deseo y la fantasía que la proyectan al futuro e indagando en sus identidades pasadas, las de su madre y sus abuelas. Pero el presente vuelve de la mano de la demanda. El punto fijo no es sólo un instante, también es un lugar. Los lugares toman cuerpo en la escritura y alimentan la sensibilidad de la narradora. El cuerpo está ahí constantemente, viviendo una historia que se construye desde lo sensorial: los olores y sabores, los sonidos, el contacto con distintas pieles y texturas, imágenes presentes y evocadas van entrelazándose.

La territorialidad toma toda la obra. El cuerpo es, literalmente, un campo de batalla: “Ella delimita mi cuerpo como si fuera un mapa, le explica con paciencia [a su hermano] que una teta le pertenece a ella y sólo la otra es de él”. Los niños son, por momentos, “dos animales carroñeros mostrando los dientes”. Aparece, como un primer refugio, terriblemente precario, “el baño, el territorio de las madres”. Muchas veces se recurre al sarcasmo para trazar esta cartografía. La casa se convierte en campo de batalla para la pareja, es un espacio que se agranda y se encoge, generando una atmósfera claustrofóbica de la cual parece difícil encontrar salida. Allí aparece el fondo húmedo que da nombre a la obra y que, en sus múltiples connotaciones, termina siendo un espacio reivindicado.

La necesidad de escape genera un desplazamiento hacia otros espacios: la ruta, la ciudad, el refugio en la naturaleza salvaje. Algunos de estos tópicos ya estaban presentes en el imaginario de la autora.

La monotonía y la resignación están en constante lucha con el deseo, que amenaza con romper el estado de las cosas: “Lunes. Ya es jueves. De nuevo domingo. Existir durante las siestas del bebé. Existir cuando la niña mira dibujitos. Existir cuando me subo al auto y meto cien kilómetros sin mirar atrás. Existir cuando sueño con inmiscuirme en la cama de un extraño”.

Cabe destacar también la dimensión erótica de la obra, con escenas muy explícitas y otras en las que la alianza con la naturaleza podría evocar la poética de Marosa Di Giorgio.

La deriva en el tiempo no se trata siempre de un escape, sino también de una búsqueda de respuestas: “¿Cuántas veces mi madre se habrá quedado un domingo tildada, mirando un punto fijo, jugando a no estar allí, siendo el buzón de nuestros pedidos? ¿Cuántas veces habrá sentido que si no lo hacía ella nadie lo haría? La asfixia. El pedido de ayuda y la sordera”. También la necesidad de contención trae a la abuela en una escena poética y onírica que reconduce a la protagonista hacia su identidad y ayuda a alivianar el peso de los mandatos sociales, el impulso a compararse con otras madres que, tal vez, lo hagan mejor. Aparece allí el miedo al palabrerío y la fuerza de la risa como antídoto.

Fondo húmedo, de Camila G Jettar. 70 páginas. Forma, 2025.

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