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Archivo, marzo de 2021.

Foto: Federico Gutiérrez

Olivares de Maldonado: entre el clima húmedo, la dificultad para encontrar mano de obra y la competencia desleal

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Actualmente existen en el departamento siete almazaras o plantas de elaboración y entre 40 y 50 plantaciones de olivos.

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A diferencia de otras frutas, como la manzana o el durazno, que tienen muchísimos años de historia en Uruguay, el cultivo del olivo es relativamente nuevo: tuvo un gran impulso alrededor del año 2000.

Marcelo Ortega, miembro de la Asociación Olivícola Uruguaya (Asolur), señaló a la diaria que en la mayoría de las personas dedicadas al olivo en la región no son “gente que viene del campo, sino profesionales y empresarios que invirtieron en este rubro como podrían haber invertido en otra cosa”.

A su juicio, una de las razones por las cuales el cultivo del olivo creció tan repentinamente en Maldonado y alrededores fue el éxito del empresario argentino Alejandro Bulgheroni con sus empresas en Garzón: Colinas de Garzón y Bodegas Garzón. Actualmente en el departamento existen siete almazaras o plantas de elaboración y entre 40 y 50 plantaciones de olivos.

Sin embargo, lo que parecía un nuevo y fructífero negocio muy pronto trajo complejidades, sobre todo por el clima húmedo del país en los meses de invierno.

Menos aceite, pero de mejor calidad

El olivo es un cultivo de clima mediterráneo y su planta sufre mucho el exceso de humedad. Los productores de la zona se dieron cuenta de que tendrían que cosechar los árboles antes de que llegaran las intensas lluvias, cuando el fruto está aún verde y maduro.

Esto lleva a un período de cosecha más corto, por lo que se cosecha un fruto más pequeño y con menos jugo. Pero todo tiene sus pros y contras: si bien este apuro baja la cantidad de aceite producido, este resulta de “mejor calidad. Es algo malo para el productor, pero bueno para el consumidor”, remarcó Ortega.

Mientras que en Uruguay la cosecha dura dos meses, en Europa puede durar hasta siete, indicó el especialista. “Los aceites nacionales son de muy buena calidad, justamente porque la oliva se tiene que cosechar muy verde. Casi todos los aceites son Virgen Extra, que es la máxima calidad a nivel internacional y no tienen prácticamente defectos”, explicó.

Dificultades para encontrar mano de obra

La mano de obra zafral también presentó un desafío para los productores de la región. Confiaron a este medio que se les hace difícil conseguir personal para el cultivo manual en esa época del año, porque el departamento es “un destino turístico y la gente está acostumbrada a la zafra de la temporada de verano y no tanto a un trabajo agropecuario”.

El año pasado Asolur, el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) y el Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional brindaron capacitaciones en Pan de Azúcar y en San Carlos para que beneficiarios del Mides pudieran acceder a trabajos en la cosecha, pero no obtuvieron muy buenos resultados con las cuadrillas contratadas: “No están acostumbrados a trabajar el campo”, explicó Ortega.

Tras un proyecto para frenar la competencia desleal

Con relación a los aceites españoles o italianos que se consiguen en muchos supermercados del país a precios similares a los producidos localmente, el entrevistado consideró que “por lo general los aceites importados son de muy mala calidad”.

Una investigación de la Facultad de Química de la Universidad de la República reveló que nueve de cada diez aceites importados analizados no son de la calidad que dicen sus etiquetas, al tiempo que nueve de cada diez aceites nacionales son Virgen Extra. “Esto no es sólo una estafa al consumidor, sino que es una competencia desleal con el productor nacional”, denunció Ortega.

El entrevistado hizo saber a la diaria que trabaja, junto con productores asociados, en el ámbito parlamentario e institucional para exigir que a los aceites importados se les haga en Uruguay un análisis de calidad y mayores controles, ya que “muchos de ellos vienen con análisis químicos hechos por laboratorios con criterios más laxos”.

Además, hizo hincapié en el impuesto que se les quitó a los importadores en este período de gobierno, cuya recaudación era para que el Laboratorio Tecnológico del Uruguay (LATU) hiciera el análisis de todos los alimentos importados. “Ahora el LATU tiene un tercio menos de fondos para hacer los análisis a los productos importados”, lamentó el integrante de Asolur.

Ortega agregó que “el control de esto cae en el Ministerio de Salud Pública (MSP) porque así fue asignado, pero esa cartera considera que esto no es un problema de salud sino de nomenclatura, entonces no actúa”.

En junio de 2022 se promulgó el Decreto 194/022, por el cual se estableció una rebaja del 66% del precio que cobra el LATU por tramitar el certificado de comercialización de alimentos: pasó de 1,5% a 0,5% del valor en aduana de la mercadería importada.

Ortega indicó que se sienten respaldados por el gobierno y por las universidades del país, pero “estamos intentando que además del MSP algún otro organismo, ya sea el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca o el LATU, sean los comisarios de estos temas”. La intención de los productores es una regulación para que, cuando el aceite de oliva importado viene mal etiquetado, se devuelva o se reimprima su etiqueta.

En esto “los productores y consumidores uruguayos estamos a la buena de Dios”, concluyó.

Casi 80% de los olivares están en la región este

Cerca del 80% del área de olivos del país se encuentra en la región este, principalmente en Maldonado, Lavalleja y Rocha. En el país se cultivan más de 20 variedades de aceitunas, pero en cuatro de ellas se acumula la mayoría de la producción: Aberquina, Coratina, Picual y Frantoio.

En total hay 161 productores y casi 6.000 hectáreas de montes de olivos con fines productivos que en 2023 produjeron 17 millones de kilos de aceitunas y 2,23 millones de litros de aceite de oliva, según datos de la Oficina de Estadísticas Agropecuarias (DIEA) con base en resultados del Censo Nacional de Olivos 2023.

El principal destino de dicha producción fue la elaboración de aceite y sólo el 1% de lo cosechado se destinó a la elaboración de aceitunas de mesa, señala el citado informe.

Los productores están agrupados en la Asolur –fundada en 2004– y conforman, además, la Mesa Olivícola junto con los ministerios de Ganadería, Agricultura y Pesca, de Industria, de Turismo y de Relaciones Exteriores, además de las facultades de Química, Agronomía y Medicina, el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria y el LATU.

Este año, por iniciativa de Asolur, se lleva a cabo, por primera vez en el país y por primera vez fuera de España, el concurso Mario Solinas, que premia la calidad de los mejores aceites de oliva extra virgen del mundo, y en este caso premiarán a los del hemisferio sur. La entrega de premios será el 7 de noviembre en el auditorio central del LATU.

Maldonado tiene la primera finca con certificación orgánica del país

La estancia Olivos de las Ánimas se ubica al pie del Cerro de las Ánimas, a 100 metros de altitud y a tan sólo 20 minutos de Punta del Este. Marcelo Ortega, uno de los socios fundadores, cuenta que buscaban comprar un campo para ir con sus familias a descansar y vacacionar.

Las personas que los ayudaron a encontrar la propiedad también plantaban olivos y los animaron a plantar. Así, en 2011 comenzaron con la plantación y en 2015 tuvieron su primera cosecha. “Llegamos al olivo por casualidad”, contó Ortega a la diaria.

En 2019 lanzaron sus productos bajo la marca que hoy se comercializa. Hoy poseen alrededor de 10.000 árboles en una plantación de 24 hectáreas y es el único en la región que cuenta con certificación orgánica tanto en la planta como en la plantación.

“Elegimos certificarnos como orgánicos porque nos gusta innovar y porque tenemos la convicción de que hay que modificar la forma en la que trabajamos el campo hacia una agricultura y ganadería más responsables”, dijo el productor.

Agregó que la certificación orgánica es más costosa que otras porque, al no usar fertilizantes, la planta demora más en crecer y en dar fruto. Explicó que pudieron hacer el proceso en conjunto con el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA).

Ortega comentó que en el momento en que comenzaron con la plantación “el olivo era una inversión segura”, pero lamentó que con el tiempo se darían cuenta de que no era tan así.

“En parte por el clima tan húmedo de este país, y además por el desperdicio que produce cada cosecha. Cada 100 kilos que proceso, tengo 14 litros de aceite y el resto es desperdicio. Ahora estamos evaluando cómo aprovechar los desperdicios y qué subproductos podemos hacer”, indicó Ortega.

Búsqueda de alternativas

De momento comentó que han realizado un proyecto con la Facultad de Química para obtener carbón activado, “que puede ser una alternativa para potabilizar el agua”, y al mismo tiempo trabajan con una empresa privada para utilizar el desperdicio como fuente de pellets para las estufas, como forma de biomasa.

Además, están en constante comunicación con el INIA y las facultades de Química y de Agronomía para ver qué desarrollos permitirían generar un paquete tecnológico acorde al suelo y a las condiciones climáticas de Uruguay.

“Es un sector que la está buscando. La estamos peleando, no ha sido fácil”, comentó Ortega. En ese sentido, el sector turístico es una ayuda. El verano pasado sumaron a su actividad productiva una actividad en conjunto con empresas de turismo fomentando el “oleoturismo” y recibieron a más de 1.000 cruceristas en su estancia. Remarcó este como un producto en expansión, que puede sumar también propuestas turísticas nuevas al departamento.

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