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Miguel, en la olla del asentamiento San Miguel.

Foto: .

Contra la inseguridad alimentaria y la inseguridad jurídica en la vivienda: experiencias de lucha organizada en el Cerro

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En muchos casos, las redes de habitantes que hacen posibles las ollas populares del barrio son también quienes se enfrentan a la incertidumbre de la tenencia de una vivienda o quienes se organizan para solventar las carencias del territorio.

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Leído por Mathías Buela.
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“En barrio organizado nadie sin casa, nadie sin comida”, decía una pancarta en Santa Catalina. Es que “los barrios están carenciados cada día más, es imposible no tener como consigna eso. Nos organizamos para luchar por lo que está faltando: hoy es la comida y el techo, no nos queda otra”, manifestó a la diaria Gerardo Rivas, uno de los habitantes del asentamiento Nuevo Comienzo y también uno de los fundadores de la olla del barrio, la olla Sabor a Pueblo.

La frase situada en Santa Catalina auspicia de portada de la investigación “Entramando barrios. Ollas y merenderos populares en Uruguay 2021-2022”, llevada a cabo por docentes de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) y del Servicio Central de Extensión y Actividades en el Medio. Camilo Zino, uno de los investigadores, explicó a la diaria que se basaron en tres redes de ollas y merenderos y que una de ellas fue la del Cerro.

En la Red de Apoyo a Ollas y Merenderos Solidarios del Cerro por Autonomía y Vida Digna convergen diversas identidades y se atraviesan varias capas: “Una que tiene que ver con la cuestión histórica sindical, otra con la cuestión de género y los roles que desempeñan las mujeres a la interna de los hogares –que se saca del ámbito privado al público– y entre otras cuestiones, también son constructores de sus barrios”. En ese sentido, Zino afirmó que “una de las identidades fuertes de las personas que integran las ollas, y en particular las del Cerro, es que trabajan en relación a las necesidades”.

“De 20 y pico de iniciativas prácticamente todas viven en asentamientos” y la construcción del barrio, del hábitat, de la tierra y de una vivienda digna, por tanto, también “forma parte de su lucha”; “Hay una vinculación bastante directa”, dijo Zino.

De acuerdo a un relevamiento de Intec, en la investigación de la FCS se afirma que entre 1984 y 1994 la cantidad de asentamientos irregulares en la capital del país se triplicó: alrededor de 10% de la población se trasladó, fundamentalmente, a la periferia oeste y norte de Montevideo. Hasta 2021, la Intendencia de Montevideo informaba que la mayor concentración de hogares en asentamientos irregulares –41%– estaba en el Municipio A.

“Cuando es un lugar con tantos asentamientos, los vecinos han hecho ciudad para generar (otras) condiciones de vida, pero en sitios donde no hay servicios, sin todos los apoyos estatales necesarios; por tanto, luego empieza una etapa que es el mejoramiento del hábitat, la lucha por vereda, el saneamiento, y de eso hay infinitos pendientes e infinitas luchas”, contó a la diaria Brenda Bogliaccini, integrante de la Coordinadora Popular y Solidaria y de la Red de Ollas y Merenderos del Cerro.

Por otro lado, Bogliaccini hizo un fuerte énfasis en que “debería ampliarse” el concepto de que la lucha es por la vivienda. “En realidad es una lucha por el derecho a la ciudad, por una reforma urbana, por el hábitat, por las condiciones en que se vive; vivienda y hábitat no se pueden de ninguna manera separar”, especificó.

Así es que, en el Cerro y alrededores, los pobladores se encargaron, desde un inicio, de ir construyendo sus propios hogares, sus propios espacios públicos habitables y de luchar por los servicios básicos, como luz, agua y saneamiento, aunque hasta ahora aún muchos no lo han conseguido. También se encargan de “defenderse de la represión policial y las presiones de desalojo, todo lo cual [ha sido] generado mediante el trabajo colectivo, la demanda a los organismos públicos y la negociación con referentes de partidos políticos”, se explica en la investigación.

Según concluyeron los docentes, “la experiencia de organización barrial se encuentra inserta en la vida cotidiana”. Se atraviesan allí diversas variables, basadas en sus “necesidades” y “sueños”, y se materializan en “las comisiones barriales, los clubes de baby fútbol, las ollas y merenderos populares”, entre “innumerables otras formas de ayuda mutua y solidaridad cotidiana que permean en los vínculos familiares y vecinales”.

Fabiana Molina en la olla Sabor a Pueblo en el asentamiento Nuevo Comienzo. (archivo, junio de 2022)

Foto: Alessandro Maradei

Mientras tanto

“Lo principal es la tierra, el espacio. Los vecinos la están luchando, la mayoría se están haciendo su casita de material, como que ya tomaron la tierra para ellos, y estamos a la espera... Yo trabajé mucho el pedacito de tierra que tengo, y esperemos que se nos dé... Y si no fuera así, que nos realojen”, narró a la diaria Miguel, referente de la olla y también del merendero del asentamiento San Miguel, ubicado en el predio de Nuevo Comienzo.

Miguel contó que todos los vecinos se dan “una mano”, que “se está formando una linda comunidad”. Pero como tantos otros del asentamiento y las distintas zonas de las ocupaciones frente a Santa Catalina, la incertidumbre es una constante, tras una larga historia de detenciones, imputaciones, desalojos, esperas de promesas de realojos y esperas de sentencias judiciales.

En la investigación de la FCS se da cuenta de que tanto las ocupaciones como la defensa de Nuevo Comienzo “es sentida y levantada como una causa propia por parte de la Red, porque conecta directamente con la experiencia de la mayoría de los/as integrantes que han luchado y siguen luchando por el derecho a la vivienda y a la ciudad”.

Por otro lado, recogieron que quienes organizan las ollas y merenderos suelen ser “sostén –emocional y material– ante distintas realidades y problemáticas como situaciones de violencia, desempleo, consumo de drogas o falta de vivienda”. De hecho, estos espacios en los que los vecinos brindan alimentos se convierten en mucho más que eso, y, en varios casos, se tratan de “centros de referencia barrial para acompañar las diferentes facetas de la precariedad de la vida de quienes asisten –inicialmente– en busca de alimento”.

Gerardo, al igual que Miguel, habló de la espera. De estar a la espera de que “mañana puede llegar la Policía y llevarse a algún jefe de familia o jefa de familia”. Y aunque remarcó que “esa es la realidad del barrio hoy”, en Nuevo Comienzo “no ha pasado hace bastante” y se siente “una cierta tranquilidad”.

Mientras tanto, Fabiana Molina, la otra fundadora de la olla Sabor a Pueblo y quien junto a otras vecinas la mantiene en pie, contó que del 1° al 15 de cada mes sirven entre 120 y 130 platos de comida. En el resto de los días, “como se habilitan las tarjetas y las asignaciones, merma un poco”, y pasan a preparar entre 70 y 80 platos.

Ya van más de dos años y medio desde que fundaron la olla popular del barrio. Según Gerardo, los primeros meses “fueron todos a pulmón”, entre los vecinos, entre allegados, entre lo que tenían, lo que pedían y lo que podían dar quienes eran dueños de algún “almacencito”. Con la Red del Cerro, dijo, “de a poquito fuimos evolucionando” y en la actualidad están más organizados. Al inicio había una gran “demanda” de los vecinos, y la demanda continúa.

Sulki, en su almacén del asentamiento San Miguel

Foto: .

La eterna organización barrial

Mari Rivero fue una de las fundadoras de la organización Mujeres del Oeste de Montevideo y también de la Coordinadora Nacional de Asentamientos. Cuando la pandemia estaba en su estado álgido y se había decretado la emergencia sanitaria, en menos de 24 horas revolucionó al barrio y armó una olla popular. “Le dije para hacerla a mi hermano y me dijo que no teníamos nada. Le dije que algo sí, pero me dijo que no teníamos ollas. Entonces le pedí ollas de 100 litros al club Laureles y al otro día se sumaron vecinos, el PIT-CNT y la carnicería del barrio”, narró a la diaria.

Durante ocho meses, por la zona de La Boyada, la olla funcionó desde las 7.00 hasta pasado el mediodía con “comida muy variada” y, muchas veces, comprada del bolsillo de los vecinos. Pero aunque la pandemia haya aflojado, Mari aseguró que “muchas familias seguían sin trabajo”, entonces, luego de casi dos meses con la olla en stand by, decidieron llevar adelante un merendero y un ropero solidario.

Según contó, las Mujeres del Oeste también juntaron firmas para ponerle nombre a la plaza del barrio. Y en el marco de la construcción del barrio, apuntó a que “el realojo en esta zona es importante por el tema de las inundaciones”. A principios de marzo, por ejemplo, los vecinos se organizaron para intentar conseguir colchones y frazadas “para darles una mano” a quienes se les había inundado el hogar, en tanto las viviendas prometidas para su realojo no se han otorgado.

“Cada vez hay más asentamientos, pero no encontramos la solución. La gente se queda sin trabajo y no puede pagar un alquiler y termina en un terreno, haciéndose un ranchito con su familia”, dijo Mari. Sin embargo, “si el terreno es privado van a la Justicia y el terreno sigue abandonado. Por lo menos que se los vendan”, sentenció.

En el barrio El Tobogán la organización vecinal, a través de diversas comisiones, ha sido una línea recta desde 1987, cuando “cada vecino fue ingeniero y arquitecto de cada casa, luchando con el agua en todo momento y por la regularización de la Intendencia de Montevideo, que siempre lo vio como un barrio inundable”, describió a la diaria Lita Leites, referente del barrio y militante social.

El Tobogán data de 1987 y Lita vive en el barrio desde el 2000. Según dijo, los primeros ranchos “eran en medio de pantanos”. La Comisión del Barrio, además de “siempre luchar por el techo”, también fueron quienes armaron una olla popular durante la crisis de 2002 y otra recientemente, en el marco de la pandemia. “Teníamos hasta 14 o 15 compañeros trabajando; últimamente estábamos haciendo tres ollas de comida, de 90 litros cada una, con ayuda del pueblo solidario”, contó Lita. Además, también integraban la Red de Ollas y recibían ayuda del Ministerio de Desarrollo Social.

Fue hace pocos días que decidieron terminar con la olla y será en unos pocos días más que redoblarán sus esfuerzos en un merendero, con foco en los niños y jóvenes del barrio. “Nunca estuvimos de acuerdo en hacer olla, pero la situación lo ameritaba. Hoy por hoy estábamos trabajando prácticamente para El Tobogán chico, que vienen a ser las casitas más vulnerables que hay en el fondo del Pantanoso y que hoy están en una lucha por la vivienda digna”, explicó.

En gran parte del barrio, gracias a “la lucha de todos estos años”, lograron tener saneamiento. Aún así, en el fondo de El Tobogán siguen pidiendo por agua y por luz, pero están dispuestos a irse “si hay un realojo y les dan una vivienda como la gente”.

Esta nota fue publicada en el Suplemento Habitar.

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