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Congreso de salud adolescente en la sede del UNFPA (archivo, diciembre de 2021).

Foto: Federico Gutiérrez

Adolescentes, sexualidad y cultura digital

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70% nunca o casi nunca habló sobre sexualidad con sus padres o madres este último año.

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Esta nota forma parte de un ciclo de artículos que está publicando la diaria sobre dinámicas de población y su vínculo con el desarrollo, en una iniciativa conjunta con el Fondo de Población de Naciones Unidas.

Hasta hace pocas décadas, era impensable que la sexualidad se expandiera al ámbito digital, mientras que, en la actualidad, distintos espacios virtuales –como las aplicaciones para conocer gente y las redes sociales online– forman parte de las conductas sexuales, provocando que las representaciones culturales de la sexualidad se hayan ampliado. El uso de internet, los entornos digitales y los teléfonos inteligentes posibilitan la existencia de nuevos sujetos y prácticas, incluso sexuales. Palabras como cyberbullying (acoso reiterativo e intencionado, que se produce en un período largo de tiempo a través de las nuevas tecnologías), sexting (envío de mensajes, imágenes y videos sexuales) y grooming (acoso y abuso sexual online hacia niños, niñas y adolescentes) son parte del lenguaje cotidiano e incluso de leyes uruguayas, aunque algunas generaciones no sepan su significado.

Estas posibilidades de intercambio entre los sujetos habilitan nuevas fantasías y deseos. Los significados y sentidos que cobran estas nuevas prácticas son singulares y varían mucho de acuerdo con el momento del ciclo de vida en el que se encuentren las personas que acceden a estas. Tanto la literatura científica internacional como los estudios nacionales han señalado que las prácticas sexuales mediadas por lo digital se están convirtiendo progresivamente en una práctica socialmente aceptada y utilizada entre adolescentes. Hoy en día se hace imposible comprender y acercarnos a la vida y la sexualidad de este grupo etario sin tener en cuenta esta dimensión.

Cualquier política pública en educación, salud o desarrollo social que busque impactar en la vida de las personas necesariamente debe incorporar esta área y la evidencia científica que se dispone. Actualmente, se cuenta con conocimientos vinculados al campo de la sexualidad que dan insumos clave para el diseño, la implementación y el monitoreo de programas de educación sexual integral en los ámbitos formal y fuera de las instituciones educativas. La población adolescente valora que el mundo adulto eduque en estos temas. El comienzo de una sexualidad compartida (también en el mundo virtual) y la capacidad biológica de procrear son parte de la adolescencia, por lo que es fundamental generar programas que les brinden las herramientas y generen las competencias necesarias para tomar decisiones en su vida sexual y reproductiva de manera de poder vivirla de la forma más libre, responsable y placentera posible.

Experiencia virtual vs cara a cara

La sexualidad es una dimensión constitutiva de las personas, que se aprende a ejercer, vivir y sentir, principalmente, a través de experiencias a lo largo de la vida en interacciones con la familia, instituciones educativas y espacios de trabajo, agentes de socialización por excelencia. Hasta hace unas décadas la experiencia cara a cara era la central. No obstante, ya desde los años 80 comenzaron a visualizarse otros actores de los que apropiarse: los mecanismos de difusión cultural como la música, el cine, la televisión y la literatura envían mensajes acerca de en qué consisten y cómo se han de desempeñar los roles sexuales y de género, lo permitido y lo prohibido en el campo de la sexualidad, a pesar de que los emisores no están presentes cuando el receptor recibe el mensaje. Estos mensajes producidos por los medios de comunicación analógicos eran, además, enviados hacia un otro desconocido y general, y su producción se restringía a determinados actores que tenían el poder de amplificarlo. Sin embargo, la experiencia masiva en la que se ponía en juego el aprendizaje y la práctica de los guiones sexuales seguía siendo el cara a cara, con excepción de fenómenos muy marginales de relacionamiento por carta o por teléfono.

Con la llegada de la era digital, en especial a través de dos hitos muy vinculados (el acceso masivo a internet y los teléfonos inteligentes), se asistió a una aceleración exponencial de la posibilidad de conexión entre las personas y el acceso a la información.

A través de los entornos digitales se llega a un universo masivo de mensajes de todo tipo. Los algoritmos de las redes sociales –incluidas las que se dirigen al entretenimiento como Youtube y Tiktok o las enfocadas en el intercambio de opiniones como Twitter– aprenden, cada vez con mayor eficacia, sobre sus usuarios y los conectan con un universo de opiniones y mensajes que coincide con sus intereses. De esa manera, un inabarcable campo de información y mensajes está a disposición de quien le “pregunta” a Google, por nombrar el buscador más utilizado.

Ni la televisión ni ningún otro medio anterior a internet permitía esa posibilidad, ya que sólo difundían contenido variado, pero muy estandarizado para su consumo pasivo. Los entornos digitales permiten ingresar al universo del mensaje e interactuar con él, generando contenidos propios y habilitando especialmente la interacción con otros que se conectan al mismo universo. Esta interacción se da en una dimensión digital, no material, y no requiere encuentros cara a cara para tener eficacia en la producción de subjetividad.

Esta posibilidad supone un cambio medular en los modos en que la población adolescente aprende y vive su sexualidad. Esta transformación ha sido valorada de distintas maneras por la literatura especializada: hay estudios que han destacado aspectos positivos y otros que han resaltado los efectos más negativos de los diversos fenómenos que se dan en los entornos digitales.

Lo que se sabe de la sexualidad y afectividad en los entornos digitales de la población adolescente en Uruguay

Si bien ocho de cada diez adolescentes piensan que los mensajes más importantes sobre sexualidad los transmiten las familias, los centros educativos y los centros de salud, 70% de estos nunca o casi nunca habló sobre sexualidad con sus padres o madres este último año. Estos datos surgen de la investigación realizada en el marco del proyecto “Adolescentes y sexualidad. Identidades, mensajes y relacionamiento afectivo sexual a través de las redes sociales” (2019), del programa Género, Sexualidad y Salud Reproductiva del Instituto de Psicología de la Salud de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República, con apoyo del Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA) y la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII).

El mismo trabajo señala que más de la mitad de las y los adolescentes recibió información sobre sexualidad de sus amigos en persona, 41% buscó directamente la información que le interesaba en la web y 40% recibió información de sus amigos de redes sociales. Estos resultados muestran la necesidad de un acercamiento del mundo adulto frente a los nuevos emisores de mensajes que circulan en el mundo de las redes sociales. Las familias siguen siendo los referentes clave para la población adolescente, y la comunicación abierta es insustituible para experimentar prácticas seguras.

Prevenir situaciones peligrosas, como robos o violencia sexual

De acuerdo con la misma investigación, 16,1% de las y los adolescentes encuestados declaró haber utilizado en el último año aplicaciones para conocer personas con fines eroticoafectivos; 32,9% indicó haber concretado en el último año algún encuentro con una persona que no conocía previamente en persona y que lo hizo a través de una aplicación o una red social (Facebook, Instagram u otra). Por otra parte, uno de cada diez adolescentes mantuvo relaciones sexuales en su primera cita con alguien que conocía sólo por internet. El encontrarse con personas que sólo se han conocido en internet puede conllevar situaciones de riesgo, pues estas pueden no ser quienes dijeron ser o, incluso, ser más de un individuo.

Para disminuir estos riesgos es posible implementar algunas estrategias que es importante conocer. En este sentido, según los datos del estudio, si bien muchos adolescentes toman precauciones, no son suficientes para preservar su seguridad. La medida más utilizada es encontrarse en un lugar público (75% declara concertar así la primera cita). Sin embargo, apenas la mitad (54%) habló previamente por teléfono o le avisó a un amigo/a de su edad dónde iba a estar (51%); sólo 35% avisó a un adulto de confianza y apenas 13% pidió que lo llamaran en algún momento durante el encuentro para saber que todo iba bien.

El sexting es una práctica usual y aceptada

Por sexting –que no tiene traducción al español y que surge de sex (sexo) y texting (escribir mensajes)– se entiende el envío, recibo y reenvío de mensajes, fotos y videos sexualmente explícitos. Esta práctica está ampliamente extendida y aceptada entre la población adolescente: tres de cada diez adolescentes enviaron fotos o videos con contenido sexual en el último año, según el estudio antes mencionado.

Si bien es una práctica sexual habitual en la adolescencia (aunque no es exclusiva de esta etapa), conlleva riesgos que afectan especialmente a las mujeres debido a los estereotipos de género predominantes en nuestra sociedad. Aunque el intercambio de mensajes sexuales entre parejas puede ser parte del ejercicio de la sexualidad de este grupo etario, cuando sin consentimiento estos contenidos se distribuyen al círculo más amplio de pares, llegando incluso al mundo adulto, tienen efectos gravemente perjudiciales.

La secuela negativa potencial de una viralización de material propio sexualmente explícito es mucho mayor para las mujeres y los varones homosexuales. La valoración positiva de la actividad sexual masculina heterosexual genera una condena social mucho menor si la viralización consiste en este tipo de prácticas, aunque esto también tenga un costo emocional para la víctima. Que un contenido enviado en confianza se difunda resulta violento para cualquier persona que lo haya producido con otro fin. Aunque varones y mujeres pueden verse envueltos en esta situación, la diferencia en cuanto a su vulnerabilidad radica en el arraigo social de las diferencias de género que continúan impregnando los sentidos comunes de lo social.

No obstante, aun reconociendo el riesgo que tiene la práctica de sexting, su extensión (muy habitual) frente a las viralizaciones (bastante marginales) parece indicar que la población adolescente despliega estrategias bastante eficaces para evitar esas filtraciones. Más aún tomando en cuenta que no siempre se utilizan las medidas de seguridad más recomendadas para esta práctica, como cubrirse el rostro (sólo 40% lo hace), evitar exponer información que haga reconocible a la persona, como tatuajes, marcas de nacimiento o espacios de la habitación en la que se encuentra (apenas 20% lo lleva adelante).

Quizá la explicación se encuentre en que, como en otras prácticas sexuales, se apela a la confianza y se asumen riesgos, que toman en cuenta las diferencias de género. Los datos de la encuesta muestran que 61,3% de las mujeres que han hecho sexting lo hicieron exclusivamente con sus parejas, frente a 32,3% de los varones. 45,2% de los varones que practicaron sexting en el último año declaran haberlo hecho con personas que conocen sólo por internet, frente a 12,8% de las mujeres. En la fase cualitativa del estudio mencionado, los varones y las mujeres adolescentes declararon motivaciones distintas entre las prácticas de sexting: ellos asocian la práctica a la búsqueda del placer y experiencias nuevas, mientras que ellas las incluyen principalmente como parte de la sexualidad compartida en el marco de un vínculo sexoafectivo.

El uso de pornografía

De la investigación también se desprende otro resultado que marca transformaciones en el acceso a materiales que pueden afectar el desarrollo psicosexual de niños, niñas y adolescentes: cuatro de cada diez adolescentes mira pornografía al menos una vez por semana (seis de cada diez varones y dos de cada diez mujeres) y cinco de cada diez adolescentes comenzó a ver pornografía entre los 12 y los 14 años. Además, dos de cada diez declaran haber visto pornografía entre los cuatro y los diez años. La principal explicación para el acceso a este tipo de material en la infancia y adolescencia temprana es el acceso a internet.

En un artículo que aborda el abuso y la explotación sexual vinculada a las TIC, Sergio Daniel Ruiz D Arce señala que si bien la distribución de material pornográfico a niños, niñas y adolescentes está prohibida por ley, esta restricción se cimienta en cuatro pilares que funcionaron en la era preinternet: la prohibición legal, la sanción social por el acto de facilitar pornografía a esta población, un mercado que impediría el acceso a través del pago del material y una disposición física que preservaría a niños, niñas y adolescentes de exponerse a ellos (las antiguas cubiertas de las revistas o los espacios especiales en los clubes de alquiler de películas). Todo esto ya no es eficaz: el acceso no lo facilita una persona, en la infancia y adolescencia hoy se llega a estos materiales a través de cualquier dispositivo y, al hacerlo, la sanción social no es efectiva. Además, no hay barreras económicas ni físicas en internet.

Estos materiales, por otra parte, no pueden sustituir la educación sexual ni responder las dudas que este grupo etario tenga sobre la sexualidad. El diálogo intergeneracional es insustituible y la información debe provenir de las personas adultas referentes.

Las personas adultas estamos demasiado lejos del mundo adolescente, pero ellos nos quieren más cerca y valoran lo que les transmitimos. El universo digital tiene una fuerte capacidad de enviar mensajes y es responsabilidad de las generaciones adultas enseñar a decodificarlos a las más jóvenes. En la adolescencia, las familias, las personas adultas de referencia, el grupo de pares, las instituciones de pertenencia y la socialización continúan siendo clave para el desarrollo, la sexualidad y la vida.

En este contexto, contar con programas de educación sexual integral, tanto formal como no formal, es un derecho fundamental. Se cuenta con evidencia científica nacional e internacional para su diseño e implementación que, ineludiblemente, debe contemplar las desigualdades de género, los derechos humanos y la diversidad en tanto riqueza de la humanidad. La educación sexual integral se desarrolla con un enfoque de acuerdo con la edad y el desarrollo psicosexual, en el que se generan espacios que brindan los conocimientos y competencias necesarias en el marco de las trayectorias vitales y educativas. Como en todas las áreas de la vida, los niños, niñas y adolescentes recibirán mensajes sobre sexualidad de diferentes emisores, que podrán incluso ser contradictorios y opuestos entre sí. Pero lo importante es que cuenten con las herramientas para analizarlos críticamente, decodificarlos y construir los suyos propios.

Valeria Ramos es investigadora del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). Pablo López es investigador de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República.

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