“Sin agua te deshidratás. Sin agua no cocinás. Sin agua no te bañás. Todos por el agua y el agua para todos”. Estas palabras se podían leer en un cartel que sostenían vecinas del asentamiento Nueva Esperanza, de Montevideo, durante el primer corte de calle que realizaron para pedir a las autoridades el acceso a agua potable. Fue en enero, cuando el calor quemaba y todavía la crisis hídrica no había golpeado a todos los hogares de la capital y la zona metropolitana. Más de 40 familias tomaban el bien común de un único caño que había logrado tramitar Luis, presidente de la Comisión Fomento del barrio, con OSE. Nueve meses pasaron desde aquel corte, si bien han tenido conquistas, continúa su pelea por acceder a derechos básicos fundamentales, como una vivienda digna y vivir en un ambiente sano. Su historia funciona como un ejemplo para entender cómo la disputa por el territorio de las ciudades no puede entenderse cabalmente sin tener en cuenta la dimensión ambiental. También para cuestionarnos sobre por qué la falta de acceso a agua potable de algunos sectores de la sociedad no cobra tanto protagonismo cómo la reciente crisis.
En busca de la esperanza
Ingresar a Nueva Esperanza no es sencillo. Si bien se encuentra a tan sólo unas cuadras de la avenida Luis Batlle Berres, los vecinos y vecinas tienen que transitar un camino que, cuando llueve, se vuelve inviable por el barro. Por esta razón, cuentan, los servicios médicos de emergencia y de recolección de residuos no llegan a sus hogares. Además, llevar a los niños y niñas a la escuela o ir a trabajar se transforma en una peripecia.
En la charla el camino se vuelve protagonista. Luis muestra cómo a los costados se ha formado un basural, que parece haber sido un área verde mucho tiempo atrás. “Debe tener más de 20 años. Yo les digo a los vecinos que no puede ser que tengamos un barrio tan lindo, cuando estamos logrando tantas cosas, y que siga esto. Ayer vino el ómnibus de salud pública, viene una vez al mes. Ellos me avisaron que va a venir gente de salubridad, por el tema de las fumigaciones, por las ratas. La recolección de basura o contenedores nos dicen que es difícil, porque los motocarros y los camiones no pasan. Creo que hay un expediente abierto, que no lo hice yo sino uno de los concejales de la zona hace años, pidiendo contenedores para acá”, dice. Le preocupan las enfermedades, pero también el cuidado del entorno que, exige, deberían poder disfrutar tanto quienes viven en el lugar como los visitantes. En esta línea, durante las últimas décadas, se ha popularizado el enfoque de “una sola salud” al momento de analizar y buscar soluciones a problemáticas en los territorios. Toma como base que la salud de las personas, los animales y el ambiente están estrechamente relacionadas y son interdependientes.
Al llegar a Nueva Esperanza, una casa pintada de colores llama la atención. Es el comunal, que sirve de espacio de encuentro entre los vecinos y vecinas, además de funcionar como merendero. En los alrededores se puede ver una cancha de fútbol y una plaza con juegos, que están siendo utilizados por niños. En el interior de la vivienda está pintada la inscripción “bienvenidos”. Luego de unos minutos, Luis comienza a contar la historia de una de sus conquistas: acceder al agua potable. “El barrio comenzó en 2017. Me mudé con mi señora y había solamente cinco familias instaladas acá. Después vinieron más, para armarse casas, casillas. A mí me interesó pedir el agua para mi familia, en principio”, describe. Él compartió el recurso durante un tiempo, pero la cantidad de personas que llegaban al lugar iba en aumento, hasta alcanzar las 45 familias. De esta forma, la problemática se convirtió en una lucha colectiva. “Cuando fui a pedir que nos brindaran agua potable al barrio no sabía dónde estaba parado. Me dijeron que tenía que juntar firmas de los vecinos para armar un expediente. Así fue como empezamos a movernos. Me dijeron que tenía que haber una comisión fomento para ayudar a hacer más rápido el proceso. No teníamos, la creamos en 2021”, desarrolla.
Enseguida, Gloria, otra vecina que es madre de un niño de tres años, cuenta recuerdos de cómo era vivir sin su derecho al agua potable. Cargar bidones y bidones de forma diaria “hasta que no nos daba el cuerpo” para poder tomar, cocinar, bañarse, lavar la ropa. Las filas “impresionantes” de personas que estaban a la espera y cómo el mejor horario para cargar los recipientes “era la mañanita, como a las siete”, porque el agua “salía con más fuerza”. Y lamenta cómo “en verano, de tanta gente que sacaba salía de a gotitas” y “a veces no teníamos ni para darles agua a los gurises”. Luego de tanta espera, este año lograron acceder al agua potable, pero a las pocas semanas el aumento de cloruros y sodio debido a la crisis hídrica se hizo notar en sus canillas. “Fue difícil, teníamos que comprar bidones y a veces no teníamos con qué. Acá algunos se revuelven de la feria, otros de las changas, otros con el corte de pasto y todo así. Uno grande lo aguanta, pero los más chiquitos no”, explica. Luis complementa: “Fue jodido. Para uno, que económicamente no está muy bien, comprar agua es complicado. Yo sinceramente tomaba el agua como venía”.
Al preguntarles cómo les gustaría que fuera el barrio, Luis responde, entre risas, que le encantaría que sea “algo parecido a un Gran Parque Central, al estadio de Nacional”. Enseguida, se pone serio e insiste: “Yo lo que quiero es que no haya más barro, que esté más limpio, que entren las ambulancias. Ni la ambulancia pasa por acá. Hace dos meses nos pasó que el ómnibus de salud no pudo entrar porque había llovido el día anterior”. Después, invita a Habitar a hacer una recorrida por la casa de otros vecinos, que están cerca del comunal, y que fueron ayudados por las fundaciones Techo y Piso Digno. Una de las viviendas es la de Gloria, que también se muestra agradecida.
Sin embargo, no es suficiente y también exigen respuestas desde el Estado. Pablo, otro vecino que aún no recibió una mano, muestra cómo quedó su morada después de las lluvias del día anterior. “Me entraba el agua como si nada, los niños se acomodaron en las camas de arriba de la cucheta. Tuve que poner unas chapas provisorias, porque el techo se me levantó a las cuatro de la mañana. Era un río, estuve a punto de irme, pero no puedo dejar la casa porque tengo a los niños”, relata. Y continúa: “¿Dónde está el Estado que dice atender los derechos del niño? ¿Dónde están los recursos de los que tanto hablan? Porque ellos pasaron muchas cosas que solamente ellos saben. No tuve apoyo, yo no lo necesito, pero los niños sí”. De esta forma, Nueva Esperanza todavía sigue luchando por lograr acceder a todos sus derechos. Antes de partir, Luis recuerda que aún muchos barrios y asentamientos están a la espera de acceder al agua potable.
No hay un plan
Eduardo Gudynas es analista en temas ambientales y desarrollo en el Centro Latinoamericano de Ecología Social. En diálogo con Habitar manifiesta que OSE “no ha tomado como prioridad generar un plan, aunque sea un borrador aspiracional, de cómo gestionar los recursos hídricos en Uruguay”. Enseguida señala que “una pequeña fracción” del agua elevada que pierde la empresa estatal –estimada en el orden del 50%– bastaría para brindarles agua a los asentamientos. Consultado sobre la paradoja de que haya parte de la población que no accede al agua potable mientras sectores como el forestal, arrocero, industrial y ganadero utilizan grandes cantidades del bien común, respondió que es “una simplificación importante asumir que estamos ante el mismo tipo de agua”. “Es muy distinto el uso del agua que realiza una familia al recurso del agua entendido como insumo para una empresa. Una de las problemáticas que veo en la gestión política de este país, en la normativa, es que se la considera como todo lo mismo. La consecuencia de esto es que en muchos casos resulta proporcionalmente más costoso o dificultoso para el vecino o una familia tener asegurada el agua potable para satisfacer las necesidades básicas que para una gran empresa que la puede obtener totalmente gratis y manejarla a su antojo. El ejemplo más extremo son las plantas de celulosa”, suma.
“Creo que cuando el gobierno dijo que finalizó la emergencia hídrica, usando esas palabras, desnudó con toda claridad que no entendió el problema que estamos padeciendo. La cuenca del Santa Lucía sigue tan o más contaminada que antes y comprometida ecológicamente. Me resulta impactante que ni el directorio de OSE ni el Ministerio de Ambiente hayan comenzado a diseñar un plan de emergencia por si se repite una crisis de agua potable en el próximo verano, como tienen muchas ciudades. Por momentos son inentendibles y asombrosas las enormes dificultades que tiene toda la clase política uruguaya, los actores políticos más profesionalizados, como legisladores y jerarcas en el gobierno y en la oposición, en entender problemas complejos y en entendernos en una escala de futuro, mirando hacia el día de pasado mañana. Entonces la política uruguaya parece que no sabe construir un futuro preferido, un futuro imaginado, un futuro soñado”, plantea.
La crisis hídrica, sin dudas, perjudicó a toda la población, pero especialmente a los sectores más vulnerables de la sociedad. Estas problemáticas, que según los académicos serán cada vez más recurrentes, deberían verse como una oportunidad para repensar qué modelo de sociedad queremos. “Hay demandas sociales que empujan o no empujan por estos temas. También depende de la presión ciudadana exigir que el agua sea de buena calidad y accesible a todos”, dice Gudynas. Podríamos preguntarnos: ¿qué estamos haciendo para lograr estos cometidos?
Esta nota fue publicada en el Suplemento Habitar.