Con el objetivo de “incrementar el comercio transoceánico que conectaba la metrópoli con las colonias americanas”, en 1785 se creó en la Montevideo colonial la Real Compañía de Filipinas, en el marco de “las nuevas políticas de expansión comercial de la Corona Española impulsadas por la dinastía de los Borbones”, según indica el libro Historia de la población africana y afrodescendiente en Uruguay, de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FHCE), la Universidad de la República y el Ministerio de Desarrollo Social.
Dos años después de la creación de la compañía, se autorizó el tráfico de personas esclavizadas, “lo que permitió conectar las factorías esclavistas españolas del Golfo de Guinea con el Río de la Plata”. Entre las obligaciones de la compañía, una de ellas era que funcionara como “depósito” para la cuarentena y resguardo de varones y mujeres que eran traficados como esclavos, primero por la Real Compañía de Filipinas y luego por traficantes particulares.
Entre 1777 y 1812 por el Río de la Plata ingresaron cerca de 70.000 personas contra su voluntad. Según los registros históricos, el “Caserío de Negros” –como se le empezó a llamar al complejo– funcionó como lugar de cuarentena desde 1787 hasta 1812, después de que la revolución en el Río de la Plata contribuyera al declive del tráfico.
El confinamiento tenía como fin la recuperación de estas personas luego de largos viajes desde África y Brasil, y también “evitar que se propagaran epidemias entre los habitantes de Montevideo”. En ese sentido, el texto señala que por aquel entonces la viruela era una de las principales enfermedades de las que se quería evitar el contagio. Luego de esta cuarentena, las personas eran vendidas y trasladadas a Buenos Aires, Chile, Alto Perú (actual Bolivia) y Lima.
En diálogo con la diaria, el arqueólogo José López Mazz recordó que el viaje hasta Uruguay era largo y en “pésimas condiciones”. “Llegaban en un mal estado, y ahí [en el caserío] se reponían”, relató, y agregó que el establecimiento “tenía varios galpones, una enfermería, almacenes”.
A 212 años de que dejara de funcionar como lugar de cuarentena de esclavos, se hallaron restos óseos humanos dentro de los límites de lo que eran las instalaciones de la compañía, y el hallazgo fue posible gracias al equipo de investigadores integrado por técnicos del Museo de la Memoria y docentes y estudiantes de la FHCE.
Las investigaciones arqueológicas que se están haciendo en el Caserío de los Negros fueron impulsadas por la Comisión de Sitio del Caserío de los Negros, la Red de Sitios de Memoria y Mundo Afro, a través de un proyecto ante fondos concursables de la Institución Nacional de Derechos Humanos, con el objetivo de visibilizar e investigar el pasado colonial desde la perspectiva de las personas esclavizadas, en el marco del debate de los 300 años de Montevideo. El proyecto cuenta con el apoyo de la Unesco, la Intendencia de Montevideo (IM) y la FHCE.
López Mazz, que integra el grupo de trabajo junto a Camilo Collazo, Octavio Nadal y estudiantes de la FHCE, apuntó que las investigaciones arqueológicas sobre esclavitud las enmarcan dentro de los derechos humanos. “La arqueología ha mostrado muchísimo interés; le interesa mucho porque es la historia de gente que no tuvo quién le escribiera la historia, es una deuda pendiente e involucra a mucha gente”, expresó.
Esto, según López Mazz, tiene que ver con que “la academia se está descolonizando y sacando las viejas lecturas de nuestros viejos historiadores, por considerarlas también parte del relato colonial”. Es en ese marco que en 2008 comenzaron las investigaciones en el Caserío, y “lo que se confirmó era que el muro perimetral de la escuela [47] Capurro correspondía al emporio esclavista”.
Según explicaron en la conferencia de prensa realizada en la IM para anunciar el hallazgo, los restos pertenecen a un o una adolescente. Según López Mazz, se “puede apreciar al ojo” esta característica, pero “reconocerlo como de origen africano va a precisar un examen más detallado”. Por lo tanto, aún no se puede confirmar que sea un adolescente esclavizado.
El arqueólogo no descarta que sea de algún soldado, ya que, una vez que el tráfico comenzó a disminuir, el Caserío fue utilizado para alojamiento militar y como prisión. Apuntó que los huesos aparecieron dentro del centro esclavista, y lo que sí pudieron destacar como rasgo arqueológico es que los esqueletos de personas esclavizadas no tienen ningún objeto material con ellos, por lo que denota que era “gente muy pobre”.
El hallazgo se dio en el patio de la casa de una mujer, que, según López Mazz, “tuvo la amabilidad” de dejarlos excavar allí. A su vez, remarcó que desde “hace mucho tiempo” están esperando un acuerdo con la Administración Nacional de Educación Pública para ver si pueden excavar dentro de la escuela 47, puesto que “gran parte del ex Caserío está allí”.
Los objetivos del proyecto actual, según cuenta, es “tratar de ubicar las otras áreas que conformaban el establecimiento esclavista”, como “el muelle por donde bajaban los esclavos y el cementerio que se cita en las crónicas”. “Nuestra investigación va dirigida a reconstruir el centro esclavista, y buscábamos diferentes cosas, entre ellas el cementerio, y justo apareció esto”, subrayó, en referencia al hallazgo.
En ese marco están investigando si esa área es “dedicada sólo a los muertos o si hay testimonios de otras actividades” que puedan retratar la cotidianidad de aquellas personas.
López Mazz valoró que “la arqueología ayuda a que ciertas comunidades escriban su historia” así como a trabajar con vecinos para hacer de su memoria patrimonio. “Eso es algo que ayuda a reconocer los derechos; el trabajo de arqueología y derechos humanos es el principio de una reparación”, afirmó, y continuó: “Investigar sobre los esclavos, área [a la] que ni siquiera le escriben una canción, es también una manera de querer reparar a través de la investigación la invisibilidad que tuvo esa gente, a pesar de que asistieron casi 40% de la mano de obra en la Montevideo colonial”.