Aquel que pase por la avenida San Martín, a la altura de Quesada, en Brazo Oriental, podrá detenerse en una fachada en plena remodelación, con ventanas despejadas de vidrios y cortinas por las que ahora pasa el sol, y la vereda ocupada con percheros y cajas llenas de ropa, discos y libros a buen precio.
“Acá tenemos más cosas”, señala un trabajador, que hace las veces de guía del lugar. Un salón espacioso, al estilo de una tienda comercial, luce muebles antiguos, zapatos de todo talle y color, lámparas de luz, radiograbadores y otros artefactos para el hogar; “hay mucha gente que dona lo que ya no usa, y eso nos permite ir generando otro ingreso”, cuenta Selva Tabeira, auxiliar de enfermería del hospital Vilardebó, responsable de su taller Sala 12, desde hace 16 años, y valorada referente en proyectos comunitarios vinculados a la salud mental. “Muchas veces me peleo por los precios, porque me los tiran un poco abajo, y viste que cuando tenés que pagar un flete tenés que subirlos un poco”, explica, sobre uno de los muchos resortes con los que acostumbra a lidiar, como una de las protagonistas y principal impulsora de esta cooperativa.
En sus cuentos, los trámites de sabiduría política se mezclan con historias de vida, evaluación de materiales y recursos, calibración de instrumentos y herramientas, reglamentaciones de todo tipo y descubrimientos novedosos para ilusionarse, como el de unos morteros de piedra tallados en forma casera, que suelen regalar a visitantes ilustres y autoridades que llegan hasta allí a ver el milagro.
Marcos Martignony, uno de los voceros de este grupo cooperativista, tiene puesto su casco amarillo y su uniforme de trabajo. Anuncia la llegada de un interesado por las viviendas, mientras ordena el flujo de tareas y visitas que suceden en el lugar de forma permanente. “Cuando nos dieron el predio, lo primero que hicimos fue limpiar todo y después tomamos la decisión de empezar a hacer los baños; arrancamos con los que estaban más feos, e hicimos dos nuevos. Picamos, hicimos la sanitaria, los revoques, pusimos revestimientos, todo con la plata ahorrada que teníamos de la venta económica. Después compramos el juego de losa para los baños y seguimos con la piecita del segundo piso que ahora usamos para hacer reuniones. Acondicionamos esa parte y ahora estamos rasqueteando y pintando otro salón. Básicamente hicimos todo nosotros”, relata el obrero.
“Acompañame que te voy a mostrar cómo están quedando algunas habitaciones”, dice Tabeira y seguimos escaleras arriba. Una mujer cuida a su hija recién nacida, mientras su esposo trabaja en la refacción de una cocina. En la sala más habitada hay una mesa larga con mantel de hule sobre baldosas nuevas y paredes vueltas a hacer. Sobre una de ellas puede verse el plano desplegado del proyecto arquitectónico.
Para Tabeira, la iniciativa de la cooperativa de vivienda, ayuda mutua y reciclaje de usuarios de salud mental Hamabi es “el último eslabón” en el camino de lograr el mayor grado de autonomía y plenitud para muchos de los que alguna vez llegaron al taller Sala 12 del Vilardebó, y otros usuarios del sistema de salud dispuestos a sumarse al proyecto.
Cerca de su jubilación, la referente del grupo sólo muestra entusiasmo, cada vez despliega el complejo entramado de recursos puesto en funcionamiento para que un usuario de salud mental judicializado vuelva a reiniciar su vida en las mejores condiciones posibles:
“Primero está el taller, donde la persona puede vincularse y estar comprometida con un oficio. Cuando egresan de ahí, con un mínimo de seis meses de trabajo, pueden ir a vivir a El Trébol, nuestra casa de medio camino, o a uno de nuestros apartamentos, instalados en la calle Democracia, con autorización de un juez. A la vez, tenemos un lavadero (donde se lavan 10.000 kilos de ropa por mes), que les asegura una fuente de trabajo, y ahora viene la cooperativa, con el fin de lograr la vivienda permanente. “El que trabaja de mañana en el lavadero al mediodía se viene para acá a seguir trabajando”, detalla con claridad.
“Con los plazos venimos muy bien”, señala Tabeira, a la espera de la aprobación de un préstamo del Ministerio de Vivienda y Ordenamiento Territorial (MVOT) que posibilitará la construcción de 15 apartamentos en el predio de la avenida San Martín. La referente del grupo destaca el diálogo con el subsecretario de la cartera, Tabaré Hackenbruch, “entendió de qué se trata la salud mental” y reconoce que los prejuicios de sociedad uruguaya sobre la temática “todavía son grandes”.
El proyecto cooperativo cuenta con el apoyo del Instituto Nacional de Derechos Humanos, la Defensoría del Pueblo y la Comisión Intersectorial de Salud Mental. Su aprobación, además, permitiría el cumplimiento de la Ley 19.529 de Salud Mental, promulgada en agosto de 2017, que en su artículo 11 convoca a la articulación interministerial con el objetivo de promover “planes y programas que favorezcan la inclusión social de las personas con trastorno mental, revisando y ajustando los ya existentes y creando nuevos dispositivos de integración, inserción laboral y acceso a la vivienda”, al tiempo que en su artículo 13 contempla la “modalidad cooperativa”, entre una de las alternativas de vivienda.
La cooperativa Hamabi cuenta con un instituto de asesoramiento técnico, uno de los requerimientos del MVOT y la Agencia Nacional de Vivienda, integrado por Tabeira, un contador y dos arquitectos.
A pesar de que la mayoría de los cooperativistas ya no tienen medidas judiciales que cumplir y que también superaron la etapa de “medidas curativas”, la enfermera reconoce que el estigma que recae sobre estos cooperativistas suele prolongar los plazos institucionales mucho más allá de lo normal, y dificultar algunos de los trámites requeridos para avanzar en la concreción del proyecto.
“Acá se van a construir tres torres de apartamentos”, señala Tabeira, al llegar al gran galpón ubicado al final del predio, donde antes funcionó un local de INAU. Cerca del mediodía, otros cooperativistas trabajan en tareas de restauración, rodeados de viejos juegos del parque Rodó, que esperan por su reparación.
“Esto es tan simple como querer trabajar. Tener mucho amor y compromiso”, explica Tabeira, sobre su dedicación y el éxito de los varios emprendimientos colectivos que surgen de Sala 12.
Martignony, igual de comprometido y entusiasta, asegura que la obra podría haber avanzado mucho más rápido con mayor apoyo estatal, y que no le pasa desapercibido el especial escrutinio que reciben él y sus compañeros del lavadero, por parte de otros trabajadores, como los de la salud.
“Cada uno de ellos que sale para mí es gratificante”, dice Tabeira. “Es un trabajo de hormiga. De los muchos que pasan por el taller Sala 12, capaz sacamos diez, 12, 15. Algunos no integran la cooperativa, pero están con su familia, gracias a Dios”, relata. “Hay gente que salió del hospital y no reingresó, y está viviendo bien, que es lo más importante. La idea de este proyecto cooperativo es para aquellos a los que les guste este trabajo. Uno puede involucrarse en algo así, cuando ya está grande y no tiene hijos chicos, porque la dedicación es 24 horas”, confiesa. “Es algo que viene del corazón. Mi familia me entendió y lo asumió bien”, asegura, y agrega: “Este proyecto lo hicieron ellos, que quisieron salir a trabajar y tener su vivienda”, valora sobre sus compañeros.
Sociedad y comprensión
Para explicar el vínculo de afecto que sostiene al grupo humano de la cooperativa, evoca dos momentos: acompaña a Marcos a una escuela nocturna para que aprenda a leer y escribir. Tiempo después, Marcos resulta fundamental para la recuperación de su esposo, luego de un aneurisma cerebral.
“El sistema cooperativo es el mejor de todos, y es el que te permite cuidar a todos los que participan”, sostiene Tabeira, en una pausa de la jornada laboral, dedicada a esta charla con la diaria.
Martignony, que adquirió los oficios de la albañilería y herrería, resalta el tipo de relacionamiento que se da entre sus compañeros de cooperativa y con los técnicos que acompañan sus procesos terapéuticos: “Acá el trato siempre es de mucho respeto. Nunca pasa que alguien diga ‘ah, mirá el loquito que hoy faltó porque fue a buscar medicación’. Algunos se fueron y otros seguimos, pero siempre hubo una gran comprensión, desde el inicio del grupo”, señala.
Actualmente, 11 de los 15 integrantes de la cooperativa son usuarios de salud mental, y el resto se completa con personas allegadas al grupo, que fueron aceptadas, luego de una entrevista con una asistente social y el visto bueno de la comisión directiva. Tabeira y Martignony coinciden en la necesidad de ir hacia el 100% de la integración de usuarios de salud mental de la cooperativa. Entienden que los prejuicios y el desconocimiento que rodea las afecciones de este tipo todavía funcionan como un riesgo. “El que no comprenda o no conozca la problemática puede votar la expulsión de un cooperativista que sea usuario de salud mental, y la persona termina en la calle”, explica Tabeira. “Si hablamos de autonomía y del cumplimiento de la ley, se trata de proteger ese derecho y de tener la seguridad de que el usuario siga con su vivienda”.
Tabeira sueña con ver los apartamentos prontos. “Mirá que pasamos momentos bravos”, reflexiona Martignony, que, en su caso, sólo pide salud y no sueña “con ganar el 5 de Oro”. “La discriminación en el hospital era grande”, dice, con evidente orgullo por lo conseguido: “Cuando recién empezamos con el lavadero, había gente que nos daba para atrás, que esto, que la ropa, que cómo van a hacer. No entendían que había una voluntad y un compromiso muy grande de todos los que estábamos trabajando”, recuerda. “Sobre todo, costaba mucho aceptar que fuera una empresa manejada por usuarios de salud mental. Hay gente que sigue pensando: ‘¿estos loquitos podrán?’ Ya demostramos que sí”.