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Oscar Washington Tabárez y José Mujica, el 26 de julio de 2011.

Foto: Pablo Nogueira

Mujica y Tabárez en 2010: cuentos de los años felices

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A 15 años del mundial de Sudáfrica.

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En su décimo libro, el genial escritor argentino Osvaldo Soriano lleva adelante el ejercicio de recuperar la memoria a través de historias en las que lo personal y lo colectivo se iluminan y se potencian mutuamente. En aquellos Cuentos de los años felices se conjugan las coordenadas del universo personal del autor y los recuerdos se vuelven especiales junto a otras personas, como ocurrió en Uruguay en 2010.

El décimo año del siglo XXI fue especial para mucha gente porque confluyeron hechos deportivos y políticos que impactaron hacia dentro y fuera de fronteras, comandados por dos líderes que excedieron con nota lo que podía esperarse del ejercicio de sus roles.

Aquel Uruguay era, además de uno en el que el Maestro Óscar Washington Tabárez se convirtió en una celebridad por poner a Uruguay entre los cuatro mejores del mundo, el del primer año de gobierno de José Pepe Mujica, un presidente que alcanzó el status de estrella de rock a nivel global y empezaba a construir un legado mucho más basado en la agenda de derechos que en la gestión: eran momentos de efervescencia en los que la aprobación del matrimonio igualitario, la liberalización del aborto y la legalización del cultivo y consumo de marihuana incidían directamente en el espíritu de una sociedad habitualmente reticente al cambio.

La llegada al poder de Mujica era acaso una demostración de algo que tantas veces se ha dicho en Uruguay acerca de que cualquier ciudadano puede llegar a ser presidente. En este mismo país también se tiene claro que el entrenador de la selección de fútbol tiene que ejercer su cargo bajo el escrutinio constante de “tres millones de entrenadores”, tal vez con más presión que el propio presidente de la República.

Volviendo a lo que ocurrió gracias a la actuación de Uruguay en Sudáfrica, es necesario poner en contexto lo que significa el fútbol en nuestra sociedad. En un trabajo coordinado por el sociólogo Felipe Arocena y editado por Estuario Editora en convenio con la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) y la Universidad de la República (Udelar), en el que participaron varios reconocidos académicos, se habla de que el fútbol es el mayor poder que tiene Uruguay. Denominado como un “poder blando”, es responsable directo de prestigio, reconocimiento, admiración e influencia, además de traer ingresos económicos, inversiones e interés por nuestra idiosincrasia, sociedad y estilo de vida.

En el mismo libro se cita una encuesta nacional de 2017 que arrojó como conclusión que el 53% de los uruguayos está convencido de que es a través del fútbol que nos conocen en el exterior. También la mayoría de la población ubica al fútbol como nuestra principal seña de identidad nacional por encima de las playas, la gente, la historia o incluso la democracia; además de que lo considera un elemento distintivo que sólo se ubica por debajo de la familia y el trabajo, pero por encima de la política.

Aquel mes

Para los uruguayos Sudáfrica 2010 fue un momento de emociones en el más amplio sentido: hubo sufrimiento, un líder futbolístico superlativo como Diego Forlán y otro anímico que representaba una manera de ser capitán como Diego Lugano, hubo fútbol y carácter, hubo un verdadero equipo. Durante un mes el Maestro Tabárez y sus jugadores le regalaron al pueblo motivos para creer y unirse a través de la camiseta color cielo.

La ansiedad colectiva se palpaba en las calles antes de cada partido y se respiraba fútbol como en otras grandes instancias mundialistas en las que la gente y el equipo se hicieron uno. Era invierno, pero la selección puso calor bajo la atenta mirada internacional: el mundo habló de Uruguay, un equipo con identidad y coraje que plasmó una obra perfecta pese a no haber sido campeón del mundo. Sin embargo, logró fortalecer la identidad nacional.

Un artículo del periodista Mathías Da Silva, publicado en el suplemento Negocios del diario El País, analizó los impactos del Mundial 2010 en la economía cotidiana, así como en la sociedad y en la política. Allí se habla sobre la incidencia en las cuentas del país de un momento de triunfo futbolístico y de cómo los consumidores felices y los festejos prolongados producen una expansión económica. Pese a que el artículo menciona que los efectos sobre el consumo impulsivo y la “marca país” son efímeros, refleja el ambiente de bares llenos, las reuniones de familias y amigos con asados y picadas para ver los partidos o la venta de banderas y camisetas en puestos callejeros como señales innegables de impacto. También se habla del posible efecto positivo en una mayor llegada de turistas del exterior ante un refuerzo de la imagen del país a través del fútbol como carta de presentación.

Esa euforia también se trasladó a lo social y lo político, con una sociedad que transformó a aquellos futbolistas en modelos de comportamiento y de vida para los jóvenes, de acuerdo con una valoración del sociólogo Dante Steffano que cita el mismo artículo. El académico también menciona “el efecto político” de un buen resultado de la selección como “un bálsamo que alivia las preocupaciones cotidianas que brindan noticias poco alentadoras en diferentes planos como el empleo, la educación y la seguridad”.

El Uruguay de Tabárez y Mujica

Al terminar el mundial, Uruguay vio al maestro de la escuela pública y al guerrillero convertidos en estrellas que coincidían sobre un escenario montado para la ocasión en la plaza Independencia junto al mausoleo en el que descansan los restos de José Artigas, el héroe nacional. El pueblo estaba recibiendo al equipo que había puesto una sonrisa en su rostro, mientras dos líderes personificaban el momento del país Aquella vez, el Maestro dijo por primera vez la frase “El camino es la recompensa”.

Aquellos dos hombres tenían en común ser más valorados por aspectos morales o filosóficos que por otra cosa, elevando la consideración internacional del entrenador y el prestigio de viejo sabio del presidente en el concierto mundial. Se vivía un ambiente de felicidad que años más tarde se vería reflejado en el 68% de nivel de simpatía y el 63% de aprobación con el que Pepe Mujica terminaría su período de gobierno en 2015.

En José Mujica. La revolución tranquila, el periodista Mauricio Rabufetti menciona como cualidades de Mujica su condición de extraordinario comunicador, el hecho de tener un imán para los medios, su capacidad de argumentar, una personalidad atractiva y destaca el hecho de que simplemente con decir “el Pepe” ya alcanza para saber de quién hablamos (lo mismo que pasa con “el Maestro”). Eran épocas en las que a cualquier uruguayo que anduviera por el mundo, al decir su nacionalidad, ya no sólo lo asociaban con Eduardo Galeano, Mario Benedetti, los muchachos de la tragedia de Los Andes o algún futbolista, sino que también surgía siempre el nombre del preso político que llegó a presidente o le preguntaban por el maestro de escuela que dirigía la selección de fútbol.

Los testimonios del politólogo Adolfo Garcé y el historiador Gerardo Caetano presentes en el libro dejan constancia de dos aspectos innegables: el impacto internacional de Mujica y su lugar en la historia. Garcé menciona que “Mujica se está luciendo en otros estadios y la gente se lo reconoce”, mientras que Caetano dice: “Su gobierno no va a quedar en la historia como un gran gobierno (déficit de gestión). Pero, en muchos sentidos, hay un Uruguay antes de Mujica y un Uruguay después de Mujica”. Más allá de que justamente la gestión es reconocida como un punto fuerte de su trabajo al frente de la selección, nadie puede negar que siempre se hablará de un antes y un después de Tabárez, un hombre que aún hoy sigue cosechando admiración y reverencia.

A la hora de mencionar paralelismos entre Mujica y Tabárez por algunas cualidades personales, por haber compartido una época preciada para mucha gente y por su peso en el colectivo, encontramos un hecho sumamente curioso que supo unirlos en determinado momento. Al final del libro Una oveja negra al poder, de los periodistas Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz, se habla de algo que ocurrió antes de las elecciones presidenciales de 2014. Pensando en quién podía ser el candidato que podía sucederlo Mujica llegó a la conclusión de que los candidatos naturales eran el expresidente Tabaré Vázquez y su propio vicepresidente, Danilo Astori.

Lo que el libro revela es algo que vuelve a colocar al fútbol y a la política en un lugar de cruce permanente: la consideración del Maestro Tabárez como una de esas posibilidades que manejó Mujica, pensando en que el entrenador de la selección -además de ser un hombre de izquierda- se encontraba en el apogeo de su popularidad por los buenos resultados deportivos (el cuarto puesto en Sudáfrica y la Copa América 2011). De acuerdo con los autores, el presidente consideraba que era el nombre ideal y avanzó con la idea hasta que se encontró con un detalle imposible de revertir: Tabárez no quería saber nada con la política. Sin embargo, que no haya querido ser candidato a presidente no quiere decir que no sea un hombre que ha expresado su pensamiento político sobre diferentes cuestiones una y otra vez. En el libro El camino es la recompensa. Conversaciones con Óscar Washington Tabárez, del exbasquetbolista y escritor Horacio Tato López, aparecen algunas de estas manifestaciones. Por ejemplo, menciona que el fútbol, en tanto deporte nacional, requiere políticas de Estado. El entrevistador le habla de lo insólito de que el DT de la selección, en pleno éxito deportivo y frente a las cámaras del mundo, haya expresado que le parecía muy bien que en su país se invierta en salud y educación y no en el fútbol profesional. Tabárez también ha sabido manifestarse públicamente en relación con temáticas tan discutidas como la baja en la edad de imputabilidad y es también pública su adhesión al Frente Amplio, partido al que pertenece Mujica.

El zeitgeist de la fiesta inolvidable

El término alemán zeitgeist apunta al “espíritu del tiempo” o “espíritu de la época”, en referencia al clima, ambiente o atmósfera intelectual y cultural reinante en una determinada era. ¿Cómo éramos en Uruguay en 2010? Seguramente mucho de las inquietudes, tendencias, alegrías, debates y pensamientos haya sido determinado por el proceso Tabárez y aquel cuarto puesto en el marco del gobierno mujiquista.

Aquellos cuentos de los años felices de Soriano o la fiesta inolvidable de la que hablaban una columna y otro libro de Tato López significaron la felicidad colectiva y la transmisión de sensaciones que por un rato derribaron el mito del país gris. Acaso el fútbol sea el último refugio de la épica, algo que en un país de profunda cultura futbolística transformó al Mundial de Sudáfrica 2010 en un momento de refundación deportiva y felicidad colectiva. ¿Quién no sabe que los acontecimientos inolvidables y los mitos nos pertenecen y son siempre construcciones que se hacen en equipo?

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