Con una apuesta estética arriesgada, como fue la decisión de filmar la selva en blanco y negro, y con una historia poco convencional, en la que un chamán y dos científicos blancos viajan -en distintas épocas- en busca de una planta sagrada, El abrazo de la serpiente, el primer film colombiano nominado al Oscar, tuvo su revancha y anoche fue la gran ganadora. En la III gala de los Premios Platino, esa película de Ciro Guerra se llevó siete de los ocho premios a los que estaba nominada: mejor película iberoamericana de ficción, dirección, música original, dirección de montaje, dirección de arte, de fotografía y de sonido.

Este encuentro iberoamericano, que reunió a más de 500 estrellas, directores, actores, productores y referentes del medio, y que, en paralelo, generó varios encuentros, como un almuerzo entre la premio Nobel Rigoberta Menchú y el ex presidente José Mujica, y propició que muchos realizadores compartieran su interés por trabajar en producciones conjuntas. Otro de los países “ganadores” fue Argentina. Por un lado, Dolores Fonzi fue premiada como mejor actriz por su trabajo en Paulina (Santiago Mitre, 2015), largometraje coproducido entre Argentina, Francia y Brasil, que en el Festival de Cannes se había quedado con el premio de la crítica. Es la remake de una popular película de los 60, a cargo de Daniel Tinayre y con Mirtha Legrand como protagonista. Su título original era La patota, como la de Tinayre, pero para evitar la incomprensión de ese término en el extranjero se cambió por el nombre del personaje central a cargo de Fonzi, una joven maestra que es violada por sus alumnos en una escuela rural. También recibió un galardón Guillermo Francella, por su interpretación de Arquímedes Puccio en El clan (2015), de Pablo Trapero, en la que se narran los secuestros extorsivos y asesinatos que llevó adelante la familia Puccio de 1983 a 1985. La historia trasciende el policial puro y duro, al repasar el vínculo entre aquellos crímenes y los del terrorismo de Estado que practicó la más reciente dictadura argentina .

El premio a mejor guion fue para dos chilenos, Pablo Larraín y el dramaturgo Guillermo Calderón, por su gran trabajo en El club, en el que un grupo de curas vive en una discreta casa, en un pueblo perdido, donde la Iglesia católica chilena decidió esconderlos por sus “pecados”, que incluyen abusos sexuales contra niños y complicidad con el régimen pinochetista. El de ópera prima fue para Jayro Bustamante, por la bellísima Ixcanul (2015; la misma distinción había recibido en la Berlinale, cuando fue la primera película centroamericana en competir en la selección oficial de ese festival alemán). En ese film encontramos a María, una maya cakchiquel de 17 años, que vive con sus padres en una comunidad cafetera. La muchacha tiene por delante un matrimonio arreglado con el capataz de la finca, pero sueña con descubrir otro mundo, escondido más allá del volcán que domina su paisaje. Basada en una historia que Bustamante escuchó de su protagonista, Ixcanul captura el choque entre dos culturas, y retrata tanto el papel subordinado de la mujer como la impotencia frente a esa y otras desigualdades sociales.

En el rubro documental, el ganador fue el reconocido especialista chileno en ese género Patricio Guzmán, por El botón de nácar (2015), al que ya se había otorgado el Oso de Plata al mejor guion en la Berlinale. El film, que se desarrolla en la Patagonia chilena, vincula una naturaleza semivirgen con la historia del exterminio de sus habitantes, que Guzmán asocia, a su vez, con los crímenes de la dictadura de Augusto Pinochet, que según denuncias y testimonios transformó al océano Pacífico en una gran sepultura, al arrojar en él a más de 1.200 detenidos-desaparecidos.

Una segunda madre (2015), de la paulista Anna Muylaert, una de las películas brasileñas más premiadas en los últimos años, que contó como directora de fotografía con la uruguaya Bárbara Álvarez (25 watts, Whisky y La mujer sin cabeza, entre otras), fue la seleccionada en la categoría “Cine y educación en valores”. Esta película explora la situación de las empleadas domésticas que crían a los hijos de sus patrones como si fueran suyos, cuestionando las reglas de esa convivencia e incorporando los cambios que se han producido en la sociedad brasileña contemporánea.