Algo no estamos haciendo bien. Nada bien. Ya sabemos de sobra que estar en el selecto grupo de países con altos ingresos por habitante no es suficiente para evitar que la cantidad de personas en situación de calle nos parta el alma. Tenemos la tasa de personas presas por habitante más alta del continente. También lideramos, junto con Argentina, las listas de índice de consumo de alcohol de América y nuestros jóvenes consumen grandes cantidades bastante antes de la edad permitida para que accedan a esa droga. Pero aún hay más.

Según datos de 2022, dados a conocer el 17 de julio, en el marco del Día Nacional para la Prevención del Suicidio, la tasa promedio de suicidio en Uruguay es alarmantemente alta: 23 suicidios cada 100.000 habitantes. Más de 700 personas se quitaron la vida ese año en el país. El promedio de América Latina es de nueve suicidios cada 100.000 habitantes. Si por alguna milagrosa razón en Uruguay la tasa fuera la del promedio de América Latina, en ese mismo 2022 habría habido más de 400 suicidios menos que procesar. Las cifras tristemente no sorprenden: vienen aumentando consistentemente desde hace décadas. Y se mantienen independientemente de crisis como la de 2002 o bonanzas como la de 2015.

Lejos de paralizarse ante tan desolador panorama, hay quienes buscan generar conocimiento que nos permita tener mejores herramientas para modificar la realidad. Eso es lo que se desprende al leer el reciente artículo titulado algo así como “El suicidio en la adultez mayor en Uruguay: un análisis de notas de suicidio”, que salió en la revista Journal of Death and Dying. El artículo tiene como primer autor a Pablo Hein, del Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República e integrante del Grupo de Comprensión y Prevención de la Conducta Suicida. Los restantes tres coautores, Ana María Chávez, Gustavo Padilla e Isabel Valadez, son investigadores de México (de la Universidad de Guanajuato, la de Tijuana y la de Guadalajara, respectivamente).

¿Por qué enfocarse en el suicidio en la población de adultos mayores? Las razones sobran y son variadas. Pero hay un dato que no es menor. En el trabajo citan datos de la tasa de suicidio en Uruguay de 2021. Allí ya duplicábamos el promedio mundial y el de la región: 18,8 por cada 100.000 habitantes. Esa tasa, ya de por sí alta, trepaba dolorosamente en nuestro país a 30,5 por cada 100.000 habitantes en la población mayor de 60 años. Se trata de la tasa de suicidio más alta por edad, superando a la de jóvenes y adultos. Más de 39% de los suicidios en Uruguay se dan en personas mayores de 60 años, reseña el artículo. Pero a pesar de ello sostienen que “pocos programas y estrategias se dirigen a este grupo etario” en nuestro país.

Así que con un nudo en la garganta, pero sabiendo que es imposible cambiar algo que no entendemos –como dicen en el trabajo, “la comprensión del suicidio en la vejez en Uruguay es limitada”–, salimos a encontrarnos con Pablo Hein.

Notas y cartas: una ventana

“Este es un artículo que surge de un intercambio con el grupo de la Universidad de Guanajuato liderado por Ana María Chávez, que es una psiquiatra que trabaja mucho en notas suicidas y tiene artículos publicados sobre ellas abordando casos de México, Canadá y Chile”, dice Pablo, quien cuenta que en 2018 fue hasta allá para entrenarse en la metodología de análisis de las notas y cartas de suicidas.

Las notas y cartas escritas por personas que se suicidaron abren un camino para saber qué pensaban y sentían antes de quitarse la vida. Es que, como dicen en el artículo, el suicidio es “un fenómeno de difícil comprensión por su carácter retrospectivo, indirecto e inferencial”, algo que quienes lo hemos vivido de cerca sabemos bien. Queremos entender pero justamente la persona que podría aclararnos un poco el panorama ya no está allí. En el artículo señalan que el “análisis de notas de suicidio como metodología científica” fue propuesto por primera vez en 1993 “para evaluar los estados psicológicos y subjetivos de los individuos durante los momentos en que se estaba produciendo un acto suicida, proporcionando así una ‘ventana a las mentes suicidas’”. También señalan que “hay escasez de literatura científica sobre análisis de notas de suicidio de adultos mayores”.

“Hay notas y cartas. La carta tiene una estructura epistolar, tiene un destinatario, que a veces es desconocido porque dice ‘querido amigo’ o ‘Dani’, tiene una introducción y tiene un remate o una despedida. La nota puede ser algo como ‘chau’ o ‘te dejo un cinco, me voy’”, explica Pablo. “En países como Finlandia o Suecia es muy común dejar carta, casi nueve de cada diez suicidas lo hacen. En Uruguay dejan carta o nota casi tres de cada diez suicidas”, agrega.

“El objetivo de este estudio fue realizar un análisis de contenido para describir y analizar las características de las notas de suicidio escritas por adultos mayores en Uruguay”, afirma el artículo. “Nosotros tenemos una base de 1.200 cartas, y en este trabajo abordamos las 191 que corresponden a personas de la tercera edad y que están comprendidas entre 2004 y 2015”, comenta Pablo. Como señalan en el trabajo, el objetivo es doble: “ayudar a abordar un problema nacional pero también contribuir con conocimientos valiosos para una comprensión más amplia del suicidio en los adultos mayores”.

En el estudio analizaron entonces notas y cartas de suicidio dejadas por 129 hombres y 36 mujeres de entre 65 y 99 años que se suicidaron entre 2004 y 2015. Esta disparidad de género, si bien es llamativa, ya es conocida: en Uruguay, similar a lo que sucede en otros países de altos ingresos, la tasa de suicidio es 3,5 veces mayor en hombres que en mujeres. A propósito, en el trabajo comentan que “las construcciones sociales tradicionales en torno a la masculinidad se han destacado como rasgos culturales que contribuyen a esta diferencia, ya que esas construcciones perpetúan la noción de fuerza, control y autosuficiencia” y que como resultado “los hombres expresan menos su sufrimiento interno y son reacios a buscar ayuda”.

Las 191 notas y cartas fueron analizadas por tres investigadores “capacitados en análisis de contenido” que evaluaron 14 dimensiones. Luego, si había acuerdo superior a 85% entre las tres puntuaciones, las cartas eran tomadas para el análisis estadístico.

Para cada nota se estableció a quién estaba dirigida, las razones esgrimidas, los sentimientos y actitudes predominantes, el afecto indicado, el foco general y procesos cognitivos tales como la conciencia del acto suicida o el tiempo que predominaba en la escritura. También se tuvieron en cuenta datos sociodemográficos, como edad, sexo, el estado marital o el método empleado para suicidarse.

“La carta, de todas formas, es un elemento cultural. La carta nació para ser leída y para ser transmitida”, comenta Pablo marcando que si bien estos estudios cuantitativos son útiles, hay toda otra dimensión que es tanto o más importante.

“La soledad lo hace difícil”

En el artículo van comunicando los resultados del análisis de los distintos aspectos de las notas. “La mayoría (71%) de los suicidios ocurrieron entre personas solteras (43%) o divorciadas (28%)” reporta el trabajo, señalando ya que este dato “apunta al impacto potencial de la soledad en los adultos mayores”. Y eso que aún debemos agregar otro 12% de personas que habían enviudado. Apenas 4,84% de los autores de notas de suicidio estaban casados o en pareja.

Al analizar a quiénes estaban dirigidas las cartas y notas, el trabajo reporta que “la mayoría de las notas no estaban dirigidas a nadie en particular”, lo que sucedió en 25% de los casos, o “carecían de información contextual sobre el destinatario previsto”, lo que sucedió en 42% de las notas. Cuando sí tenían un destinatario explícito, “lo más común era que estuvieran dirigidas a alguien con una afiliación personal, como un familiar (21%), un amigo o conocido (4%), o un cónyuge o pareja de hecho (3%)”. También reportan que “una proporción menor (5%) estaban dirigidas a alguien con una filiación impersonal o sin destinatario, como la policía o ‘a quien corresponda’”.

Sobre los motivos, señalan que “una cuarta parte (25%) de las notas expresaron sentimientos de desesperanza, falta de propósito en la vida, sentimientos de insuficiencia y/o agotamiento de la vida”. A estas razones les siguieron en segundo orden las “relacionadas con la mala salud y el deterioro físico”, que imperaron en 20% de las misivas. Las dificultades económicas fueron mencionadas como motivo de la decisión sólo en 3% de los casos, por debajo de los “problemas matrimoniales y familiares” (representaron 7% de las notas), pero por encima de la “venganza” (2%) y del “beneficio de otros” (2%).

También reportan que “un tercio de las notas (35%) fueron escritas para explicar los motivos del acto suicida, mientras que 26% brindaba instrucciones sobre asuntos como dinero, posesiones, gastos funerarios o hijos”. Al respecto, el artículo pone el ejemplo de un hombre de 86 años que cumple con ambas: “En la vejez no tiene sentido existir, así que voy a poner fin a esto. La soledad lo hace difícil. No quiero un cortejo fúnebre. Aquí tienes todos los documentos y gestiones de la funeraria para que puedas encargarte tú de ella. Quiero un ataúd cerrado y que me entierren en el cementerio del norte, cuanto antes mejor”.

En consonancia con la desgarradora contundencia del ejemplo, el trabajo también reporta que “las notas de suicidio eran predominantemente lógicas y estructuradas”, algo que sucedió en 95% de los casos, o “mostraron conciencia del acto suicida”, que se dio en 98% de las notas.

Si bien en el trabajo señalan que “la información específica sobre si los adultos mayores vivían solos no fue recopilada por la Policía”, su análisis “reveló que la soledad podría haber jugado un papel importante, no sólo como se expresa explícitamente en las notas, sino también porque el 83% de estos adultos mayores fueron registrados como solteros, divorciados o viudos, lo que indica una proporción significativa que vive sin pareja u otra persona significativa”.

A esto agregan que “la soledad también se dedujo de una parte sustancial de las notas sin un destinatario específico, lo que podría explicar además la presencia significativa de desesperanza, insinuando una sensación de desconexión social y falta de vínculos sociales fuertes”.

Por tanto, en el trabajo remarcan que “las dificultades financieras no se encontraron ni se infirieron como un factor prevalente en nuestra muestra” y apuntan a que “la ausencia de interacciones sociales, los sentimientos de aislamiento y la soledad desempeñan un papel importante como factores de riesgo de suicidio” en los adultos mayores de Uruguay.

Conexión más que pastillas

El trabajo, entonces, al discutir los resultados obtenidos hace una serie de observaciones profundamente interesantes. Por ejemplo, los autores señalan que “la alta incidencia de suicidios en hombres enfatiza la urgencia de desarrollar estrategias de intervención preventiva comunitarias específicas de género que aborden los guiones suicidas dominantes”.

También comunican que encontraron “evidencia suficiente para respaldar la necesidad de ampliar para los adultos mayores los servicios sociales destinados a reducir la soledad, especialmente en personas que padecen problemas de salud y discapacidad física”.

Luego el trabajo hace una observación a la que debemos prestar muchísima atención: “La importancia de abordar la conectividad social también supera la necesidad de ampliar los servicios psiquiátricos debido a una abrumadora mayoría de notas de suicidio lógicas y estructuradas que establecen razones claras para el suicidio”, y agregan que esto “contrasta con recomendaciones recientes de que la prevención del suicidio en la edad adulta debe centrarse en abordar los trastornos psiquiátricos”.

Lo que arroja este trabajo de mirar las cartas de los suicidas es entonces que este no es un problema psiquiátrico. No pensemos que esto se arregla recetando psicofármacos. No hay pastillas contra la soledad.

“Ni tampoco que ahora les diga a mis abuelos, que no tengo, que tienen que ir a un club de ancianos. No es eso. Se necesita un cambio que tenemos que producir en todos, en vos, en mí y en los que están antes que nosotros. Tenemos que prepararnos para la tercera edad”, enfatiza Pablo.

“Creo que las cartas hablan del sentirse solo y de la sociedad en que están. Y para eso no hay remedio, no hay pastillas, no hay vacunas. Lo que sí hay son políticas de intervención para aquellos que quieran sentirse un poco más transitables en la vida que todavía tienen y sobre todo intervenir en los que aún no estamos en la tercera edad para que sepamos que la vida también es aprovechable en la tercera edad”, prosigue.

Estamos en un contexto en el que se habla de atacar las enfermedades mentales y en el que, desde el presupuesto fijado en la Rendición de Cuentas, se pretende destinar recursos a ello. Pero este trabajo parece indicarnos que no haríamos bien en incluir los suicidios de los adultos mayores dentro del paraguas de las enfermedades mentales. “Creo que el suicidio no pasa exclusivamente por las enfermedades mentales. Lo creo, lo sostengo y lo defiendo. No pasa exclusivamente por ahí”, dice enfático Pablo.

“El mundo está pensando en el tema del suicidio o de la muerte en un abordaje en el que se prioriza por igual la prevención, la intervención y la posvención. Trabajar en la posvención es fundamental. No es sólo por la familia, que se lo merece, es trabajar también por todos los demás”, confía. “Si uno se pone a pensar, la muerte genera un dolor social. En España hay un estudio realizado por Isabel Biedma, del Centro de Investigación Sociológica, que muestra que el segundo dolor más importante para los españoles es la pérdida de un ser querido. Eso no lo vemos, y no es medicable, no está entre las patologías que atiende un sistema sanitario”, apunta Pablo.

“Los desafíos únicos que enfrentan los adultos mayores, entre ellos el aislamiento social y los problemas de salud física, deben involucrar a una variedad de partes interesadas, como proveedores de atención médica, organizaciones comunitarias y miembros de la familia”, dice el trabajo en ese sentido.

Mientras hablamos, Pablo pone en el monitor de su computadora un mapa del mundo en el que cada país está pintado de acuerdo a su tasa de suicidios por habitantes. Uruguay es una mancha púrpura en un continente mucho más claro. Qué es lo que explica esa mancha, le pregunto. “La sociedad, la cultura que tenemos”, dice.

“Hay cosas de la tardomodernidad que Uruguay no sabe transitar, o no sabe contener, o no sabe canalizar. Tenemos una gran falta de cohesión. La pérdida del Estado como centralidad, y también de otras instituciones que nos daban centralidad, como un partido político, una iglesia, un club deportivo”, señala. “Después está la idea de que vos te tenés que tejer tu salud en un plano personal. Esa lógica de la individualidad en Uruguay es transitada de forma más exacerbada”, afirma. Y en lo que respecta a la tercera edad, pone un ejemplo de profunda actualidad.

“Uruguay es muy perverso con la tercera edad. El otro día estaba mirando la tele y vi un reclame que muestra que ahora te jubilás y celebran que podés seguir trabajando. Es indigno. Es como decir ‘no quemes cubiertas si no te alcanza la jubilación, ahora es tu responsabilidad si no te da la plata porque ahora vos tenés derecho a tener otro trabajo’”. Esa lógica también se aplica a la salud, dice: “Ahora nada es curable, todo es tratable. Entrás en un eterno tratamiento. Entonces está todo conjugado para tener esa visión de que el adulto no sirve”, señala. Y ese es otro componente: “El edadismo es la tercera discriminación a nivel mundial”.

Pablo sostiene que si bien los impactos del suicidio de jóvenes y de adultos mayores son diferentes, en ambos hay algo similar: la poca protección social o del tejido que los ampara. “En el suicidio en la tercera edad también hay un componente social y cultural que los empuja hacia ello”, afirma.

“También tenemos un miedo a abrir el tema de la intervención, prevención y posvención a otras disciplinas. La Comisión Honoraria de Prevención del Suicidio sigue estando conformada sólo por médicos. No hay ningún comunicador, ningún antropólogo, ningún sociólogo, ningún psicólogo social”, suma al caldo.

“La prevención del suicidio es un trabajo a largo plazo. No es un trabajo que se va a arreglar mañana liberando pastillas o poniendo antropólogos por todos lados. Tenemos que tener conciencia de eso, de que es un trabajo lento, a largo plazo”, contextualiza Pablo.

Cómo tratamos a los adultos mayores dice mucho de quiénes somos. Pero más aún dice de lo que nos espera. “La soledad y el aislamiento social se han convertido en importantes problemas de salud pública para los adultos mayores en todo el mundo; se estima que aproximadamente un tercio de las personas de 60 años o más experimenta diversos grados de soledad”, señala el artículo. Si tendremos mucho en lo que trabajar.

Artículo: Suicide in Later Life in Uruguay: A Suicide Note Analysis
Publicación: OMEGA- Journal of Death and Dying (agosto de 2023)
Autores: Pablo Hein, Ana María Chávez, Gustavo Padilla e Isabel Valadez.

Reveladores datos de las notas de suicidio de los adultos mayores de Uruguay

  • 83% eran solteros (43%), divorciados o separados (28%) o viudos (12%).
  • 13% había intentado suicidarse previamente.
  • 25% de las notas no estaban dirigidas a nadie en particular.
  • 42% carecían de información contextual sobre el destinatario previsto.
  • 25% de las notas expresan sentimientos de desesperanza, falta de propósito en la vida, sentimientos de insuficiencia o cansancio de la vida.
  • 20% expresó como razones problemas de salud y de deterioro físico.
  • Apenas 3% esgrimió dificultades económicas.
  • En 54% de las notas y cartas predominaron emociones negativas “siendo los sentimientos de desesperación, miedo, cansancio y ansiedad los más frecuentemente expresados (32%)”.
  • 35% de las notas se escribieron “para explicar los motivos del acto suicida”.
  • 26% brindaban instrucciones sobre asuntos como dinero, posesiones, gastos funerarios o hijos.

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