La fauna nativa de Uruguay necesita un relacionista público. Mientras la mayoría de los niños, niñas y adultos de nuestro país pueden reconocer perfectamente a los animales que viven en selvas, sabanas desérticas o arrecifes tropicales, muchos desconocen a las criaturas con las que compartimos territorio.

Los animales de regiones distantes pueden parecernos más ilustres o interesantes, ya que son los habituales protagonistas de los documentales, películas y libros infantiles que se difunden masivamente en todas partes, pero sus historias de vida no son más asombrosas o importantes que las de la fauna que se esconde en nuestros pastizales, quebradas, ríos, humedales o el fondo marino, entre otros ambientes.

Quizá los corales no son el primer ejemplo que viene a la mente al pensar en esta ironía, pero sufren el mismo dilema. Estamos familiarizados con el aspecto espectacular de los arrecifes coralinos de países tropicales, que los ha convertido en estrellas de los documentales y genuinos símbolos de la conservación y la preocupación por el calentamiento global; en las últimas décadas están languideciendo a un ritmo preocupante debido a la acidificación de los océanos y las enfermedades que los afectan.

Al mismo tiempo, sin embargo, suele ignorarse que en aguas uruguayas también hay arrecifes coralinos que cumplen funciones igualmente vitales como “ingenieros” de hábitats, donde se cría, habita, alimenta y reproduce una gran diversidad de especies. No se lucen tanto porque muchos se encuentran a mayor profundidad y en aguas menos transparentes, y porque no tienen la misma relación simbiótica con las algas microscópicas que dan color intenso a sus primos famosos, pero poseen características de vida igualmente llamativas y también sufren la presión de las actividades humanas.

Sabemos de la existencia de corales en aguas uruguayas al menos desde 1876 gracias al paso de la expedición oceanográfica Challenger por estas costas, pero la descripción de nuestros primeros arrecifes coralinos llegó gracias a un trabajo del biólogo uruguayo Alvar Carranza, realizado junto a colegas uruguayos y españoles hace ya 12 años. En él identificó 17 montículos asociados a arrecifes coralinos de aguas profundas formados por la especie Desmophylum pertusum, los más australes registrados en el Atlántico suroccidental. Esta información fue esencial para determinar el primer ecosistema marino vulnerable (EMV) de Uruguay, en línea con la resolución de 2006 de Naciones Unidas que llamó a los estados miembros a identificarlos y protegerlos.

Que sólo tengamos un ecosistema marino vulnerable identificado hasta el momento y que no haya otros registros de formaciones similares de corales dice más sobre nuestras carencias que sobre la presencia de estos ambientes en nuestras aguas. La exploración submarina requiere tecnología de punta y disponibilidad de barcos, una combinación difícil de lograr en Uruguay. Para ayudarnos a desenredar este dilema, vino en nuestro auxilio un pequeño robot de aspecto modesto.

Pablo Muniz, Sofía Santos y Rodrigo Gurdek.

Pablo Muniz, Sofía Santos y Rodrigo Gurdek.

Foto: Diego Vila

Yo, ROV

Hacer muestreos del fondo marino con objetivos de conservación es a veces un poco paradójico, porque muchas de las técnicas disponibles se basan en la remoción del sedimento en el que están los organismos a estudiar, situación análoga a derribar una construcción antigua para analizar de cerca las cerámicas.

Por eso, desde el Área de Geociencias del Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas tenían especial interés en conseguir un ROV, sigla en inglés de “vehículo operado en forma remota”, que es básicamente un robot con cámara y luces capaz de sumergirse a gran profundidad. Poco antes de que llegara la pandemia lograron cumplir su deseo y con fondos propios lograron adquirir un ROV pequeño pero de capacidad suficiente para los primeros cometidos de exploración.

“Aunque tiene ciertas limitantes posee muchas ventajas, en particular, te permite llegar a profundidades que no podés alcanzar cuando querés muestrear hábitats bentónicos (relacionados con el fondo marino), y que te da la oportunidad de ver el ambiente tal cual está, sin destruir ni alterar nada”, explica el biólogo y oceanógrafo Pablo Muniz, docente responsable de la sección Oceanografía y Ecología Marina del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias y uno de los principales impulsores de la compra.

Teóricamente, el ROV tiene una autonomía de 300 metros, pero por ahora sólo cuenta con cable para llegar a 150 metros de profundidad. En la superficie se conecta a una computadora y se maneja con unos mandos no muy distintos a los de una Play Station.

El problema es que el ROV no es tan autónomo como para irse solo hasta el mar. Además de coordinación, para poder usarlo se precisan plataformas, o sea barcos, de los que los investigadores de Uruguay raramente disponen. Con el buque de investigación científica de la Dirección Nacional de Recursos Pesqueros, el Aldebarán, parado desde hace unos años, las escasas posibilidades de usar este tipo de tecnología se redujeron aún más.

En 2023 la Universidad de la República (Udelar) aprovechó una de esas chances. Hizo un acuerdo con la organización Greenpeace, facilitado por la ONG Iniciativa Mar Azul Uruguayo, para embarcarse en el velero Witness y explorar con el ROV algunos lugares interesantes de la plataforma continental uruguaya. Las salidas en el futuro podrían facilitarse, ya que está en camino un barco oceanográfico con capacidad polar adquirido recientemente por la Armada Nacional y que será cogestionado con la Udelar.

“Teníamos que hacer salidas cortas, de un día y medio, en sitios con buena visibilidad y que fueran medianamente interesantes, no sólo un fondo de arena sedimentario, homogéneo; pensamos entonces en dos estructuras geológicas bastante carismáticas de la plataforma continental interna”, agrega Pablo.

Lo que hallaron en esas aventuras con el ROV acaba de ser publicado en un artículo cuyo primer autor es nuevamente Alvar Carranza, del Centro Universitario Regional Este de la Udelar, junto a su compañero de institución Pablo Limongi, pero en el que participaron también el propio Pablo Muniz, Rodrigo Gurdek, Aitor Azcárate y Sofía Santos, de la Sección de Oceanografía y Ecología Marina de la Facultad de Ciencias de la Udelar, más Agustín Loureiro de Iniciativa Mar Azul Uruguayo y Hernán Pérez de Greenpeace Argentina. Su exploración permitió saber un poco más de los corales uruguayos y proponer dos nuevos ecosistemas marinos vulnerables en Uruguay.

Jardín de coral en Restinga del Pez Limón. Imagen de Carranza et al. 2024

Jardín de coral en Restinga del Pez Limón. Imagen de Carranza et al. 2024

We will ROV you

Los dos lugares carismáticos a los que alude Pablo, de una profundidad menor a 30 metros, son la Restinga del Pez Limón y el Bajo San Jorge, dos afloramientos rocosos con encantos similares pero cuyo carisma proviene de situaciones muy distintas.

El Bajo San Jorge, ubicado a unas 20 millas náuticas de la costa, era un sitio desconocido, hasta que en 1997 el petrolero panameño San Jorge encalló en él y produjo un derrame que llegó incluso a las playas de Maldonado, provocando un desastre ecológico en la Isla de Lobos. Al menos 4.738 lobos marinos (en su mayoría, crías de pocos meses de edad) murieron como consecuencia de los 5.000 metros cúbicos de crudo derramado.

La Restinga del Pez Limón, ubicada unas 60 millas más aguas adentro, es uno de los ocho sitios marinos de prioridad para la conservación propuestos por el Ministerio de Ambiente en 2022. De acuerdo a ese informe, allí se concentran especies de peces de “importancia ecosistémica” y “comercial” que buscan refugio o se alimentan de los invertebrados de varios grupos “que se fijan en las rocas o habitan asociados a ellas”. Su nombre se debe justamente a una especie de pez (Seriola lalandi) de importancia comercial y que se ha puesto de moda entre los grandes chefs.

El reporte solicitaba estudios específicos para conocer su biodiversidad y características ecológicas debido a la gran variedad de invertebrados captados en registros fotográficos, así que la inmersión del ROV en esa zona no fue casual.

“Este es un estudio piloto que hicimos con metodología estandarizada justamente para poder evaluar si lo que veíamos podía calificarse de ecosistema marino vulnerable”, explica Pablo. No estaban completamente a ciegas: existían indicios de la existencia de estructuras de corales gracias a imágenes y registros previos, algunos tomados apenas 15 días antes, que informaban sobre su presencia pero no estaban documentados científicamente.

Tal cual indica su nombre, los ecosistemas marinos vulnerables “son ambientes súper vulnerables a cualquier perturbación antrópica pero especialmente a la pesca de fondo, que es aquella que se hace principalmente con redes de arrastre”, aclara Pablo.

Uruguay está lejos, por usar un eufemismo, de alcanzar los ambiciosos objetivos planteados por las Naciones Unidas de proteger el 30% de los océanos de aquí a 2030. Con su 0,7% de su territorio acuático dentro del Sistema Nacional de Áreas Protegidas, se encuentra incluso muy por detrás de su compromiso de alcanzar el 10%, planteado en 2022, aunque aún está en curso el proyecto para incorporar el área “Isla e Islote de Lobos y entorno sumergido”.

“Se están haciendo las cosas despacio y a ritmo uruguayo, pero se va avanzando de a poquito. En ese panorama, este tipo de información ayuda a generar conocimiento para definir medidas”, señala Pablo.

Para obtener estos datos, en diciembre de 2023 realizaron tres inmersiones exploratorias en el Bajo San Jorge y cuatro en dos sitios distintos de la Restinga del Pez Limón. Las primeras pruebas no fueron sencillas, pero las horas de Play Station de algunos de los estudiantes resultaron fundamentales para maniobrar el ROV en estas formaciones rocosas.

Papamoscas sobre jardín de coral en Restinga del Pez Limón. Imagen de Carranza et al. 2024.

Papamoscas sobre jardín de coral en Restinga del Pez Limón. Imagen de Carranza et al. 2024.

Vive en un jardín debajo del mar

Para determinar si lo observado en estos afloramientos rocosos podía tildarse de ecosistema marino vulnerable, los científicos siguieron una metodología que permite reconocer características decisivas mediante la observación de imágenes.

Entre los criterios usados para definirlos se encuentran la existencia de arrecifes, la identificación de roles funcionales visibles y la presencia de especies consideradas vulnerables, que son buenas indicadoras de estos ecosistemas. Además, la metodología evalúa adicionalmente la densidad existente de ese tipo de organismos vulnerables y si se encuentran ejemplares muy grandes o muy viejos, entre otros factores.

¿Cómo les fue al Bajo San Jorge y la Restinga del Pez Limón, según estos criterios? Cumplieron con creces. La especie indicadora más relevante que encontraron fue un octocoral del género Tripalea que apareció en los dos lugares, particularmente en la Restinga del Pez Limón, donde se lo filmó en agregaciones densas, a punto de que clasificaron ese hábitat como “jardines de corales blandos en fondos duros”.

Como su nombre indica, no se trata de los clásicos corales duros, de estructura calcárea, pero ello no los hace menos valiosos para los ambientes. El nombre octocoral viene de los ocho tentáculos que tienen los pólipos de esta subclase de organismos, que incluye también las gorgonias y las plumas de mar.

“Son estructuras blandas y más homogéneas en color que los corales más famosos, pero ecológicamente tienen funciones similares. Generan hábitat y condiciones para que otros organismos estén allí. De hecho, el análisis que estamos haciendo ahora nos muestra que hay ahí una diversidad de peces muy interesante”, cuenta Pablo.

Las esponjas de mar, esos curiosos y antiquísimos animales que durante mucho tiempo fueron considerados plantas, también son indicadores de ecosistemas marinos vulnerables. Las exploraciones del ROV identificaron al menos dos especies en ambos lugares estudiados, “lo que sugiere la presencia de un tipo de ecosistema conocido como “agregaciones de esponjas o jardines de esponjas en suelos duros”, explica el artículo.

Si se consideran otros criterios definidos por las Naciones Unidas para determinar ecosistemas marinos vulnerables, como la “rareza” o “singularidad”, el Bajo San Jorge también cumple las condiciones. En esa categoría entran las asociaciones de los enigmáticos coralimorfarios que fueron filmadas por el ROV. Estos organismos, parientes de las anémonas de mar, a los que se conoce también como “falsos corales”, no estaban registrados aún formalmente para Uruguay.

A todas estas evidencias hay que sumar la presencia de ejemplares muy grandes de esponjas (que cumplen con el criterio de individuos antiguos o grandes), la función estructural que estas formaciones rocosas brindan a la vida marina, el rol de la Restinga del Pez Limón como área de alimentación para la especie que le da nombre y la abundancia constatada de algunas especies en los lugares explorados, como los ya mencionados coralimorfarios y esponjas.

Tiempo de candidaturas

En conclusión, los dos sitios explorados “exhiben características significativas que los vuelven candidatos potenciales para su designación como ecosistemas marinos vulnerables o, cuando menos, garantizan explícita consideración en las iniciativas de priorización de espacio”, apuntan los autores del artículo, aunque reconocen que es deseable tener más información y que estas exploraciones robóticas no pueden sustituir por completo los análisis integrales de los especímenes.

Además, señalan que en un panorama de presiones de pesca intensa e impactos del cambio climático “esta información es una base invalorable para alimentar esfuerzos de conservación y manejo informados para salvaguardar estas áreas ecológicamente sensibles”.

“Al reconocer la designación potencial de estos sitios como ecosistemas marinos vulnerables, los tomadores de decisiones y profesionales de la conservación pueden abordar estas amenazas inminentes e implementar medidas estratégicas para contribuir a la preservación de la biodiversidad marina y la salud de los ecosistemas”, agregan. Para ir de la teoría a la práctica, por supuesto, se necesita mucho más que un robot.

Las amenazas a las que se enfrentan este tipo de estructuras en nuestras aguas son reales y no siempre tan evidentes como el lamentable derrame de 1997. “Estos lugares son carismáticos y están sometidos posiblemente a la presión de pesca, así que es bueno generar este tipo de información para mostrar que son sitios a proteger. Tenemos esperanza de que esto ayude a concientizar de que se trata de lugares que no hay que tocar”, señala Pablo.

Como aclara enseguida, no son los únicos. “Hay un montón de ecosistemas costeros de baja profundidad que son totalmente desconocidos. Hay mucho más para explorar, pero la principal limitación actual es la falta de plataformas para trabajar. Si se concreta la llegada del nuevo buque oceanográfico, como parece, habrá más posibilidades de seguir usando este aparato, que si bien es muy útil para ayudar en la definición de áreas marinas protegidas y permite hacer muchas cosas, no es suficiente para todo el propósito de las áreas marinas protegidas en Uruguay”, explica.

El robot tiene evidentemente sus limitaciones, pero uno de sus efectos colaterales nada despreciable es que ayuda a transmitir entusiasmo. “Esto también anima, porque en los tres días que estuvimos en el velero llevamos como ocho o nueve estudiantes. Y todos quedaron enganchados de un modo u otro. O sea, genera entusiasmo y eso se va replicando”, concluye Pablo. Y todo eso pese a las bajas que provocaron los mareos del viaje en el equipo de docentes y estudiantes, que casi obligan a abortar la misión.

Para ser una experiencia piloto, el equipo de científicos logró bastante con su ROV. Entre otras cosas, encontró jardines de corales blandos, asociaciones de esponjas, agregaciones de falsos corales que no habían sido registrados aún, y pudo determinar dos áreas candidatas a ser consideradas ecosistemas marinos vulnerables. Por lo pronto, el robot parece ser un investigador uruguayo típico: genera información importante a un costo bajo y pese a las limitaciones que impone el sistema.

Artículo: Identifying vulnerable marine ecosystems from imagery in the Uruguayan continental shelf
Publicación: Marine and Fishery Science (marzo de 2024)
Autores: Alvar Carranza, Pablo Limongi, Rodrigo Gurdek, Agustín Loureiro, Hernán Pérez, Aitor Azcárate, Sofía Santos y Pablo Muniz.