Siempre son las madres. Las que ponen el cuerpo para buscar a sus hijas desaparecidas. Las que insisten, resisten y persisten en esa búsqueda aunque los años corran, las demandas acumulen polvo, los casos se archiven. Son ellas las que lideran el reclamo de justicia cuando a sus hijas las asesinan. Las que las acompañan a denunciar cuando viven situaciones de violencia sexual.

El “yo te creo, hermana” muchas veces es primero un “yo te creo, hija”.

No se trata de invisibilizar el apoyo de los padres y de otros familiares. Tampoco quiere decir que las madres siempre les crean a sus hijas e hijos o nunca ejerzan violencias contra ellos. Excepciones hay siempre. Pero las cifras son contundentes e ilustrativas respecto de quiénes son los principales agresores y quiénes son las principales víctimas, especialmente en los casos de violencia sexual, que es lo que aborda esta nota: el último informe del Sistema Integral de Protección a la Infancia y a la Adolescencia contra la Violencia (Sipiav) reveló que, en los casos de abuso sexual registrados durante 2023, 23% de los agresores eran los padres de las víctimas y 22% eran pareja de la madre. Casi la mitad. Sólo en 3% de las situaciones fue la madre. El resto se divide entre otros familiares (30%) y no familiares (22%).

Otro dato que conocimos la semana pasada, que aparece en el reciente estudio Caracterización del abuso sexual hacia niños, niñas, adolescentes en Uruguay (2018-2021), es que “las familiares mujeres de las víctimas, y muy especialmente sus madres, son las principales personas que entran en conocimiento de la situación de abuso [de niñas, niños y adolescentes] ya sea porque observan indicios o porque las víctimas les cuentan lo sucedido”. A su vez, ellas “son quienes dan en mayor medida el paso de denunciar el caso ante las autoridades”.

Aunque todavía falta camino por recorrer, mucho se ha escrito e investigado sobre los impactos que tiene la violencia sexual en las infancias y adolescencias. En parte, gracias a las y los sobrevivientes, que poco a poco se animan a romper el silencio. Sin embargo, sabemos bastante menos sobre las consecuencias en sus madres, que además de padecer el horror que vivieron sus hijas e hijos, muchas veces tienen que enfrentarse a la realidad de que los agresores son las personas que ellas eligieron como parejas, padres, padrastros. Los impactos no son sólo emocionales: también hay consecuencias económicas, sociales, incluso en la gestión de los cuidados. Y, en el medio, una culpa arraigada que está vinculada directamente con la idea estereotipada del rol que tiene que cumplir una mamá.

El colectivo La Voz de las Madres intenta visibilizar todo eso. Las mujeres que lo integran se conocieron en 2021, cuando fueron convocadas por la fundación La Voz de la Mujer para ser parte del proyecto “Sororidad en tiempos de trauma”, que tenía como objetivo contribuir al fortalecimiento de esas madres y también concientizar al departamento de Colonia sobre la problemática del abuso sexual hacia niñas, niños y adolescentes.

Después de una serie de talleres que realizaron en ese marco, en 2022 decidieron conformar el grupo para acompañar a otras madres –en principio, también de Colonia– que estuvieran atravesando la misma situación con sus hijas e hijos. Hoy en día, el núcleo duro está integrado por cinco mujeres que se reúnen cada 15 días en Rosario y que están en campaña para buscar más aliadas, poder contar con más recursos y lograr que lo que hacen se conozca más allá de las ciudades que habitan. Con esta última meta en el horizonte, tres de ellas –Daniela, Gimena y Romina– conversaron con la diaria.

No estás sola

Durante los talleres de La Voz de la Mujer, las madres tuvieron el acompañamiento de psicólogas y asistentes sociales para “trabajar sobre el trauma” que les generó enfrentarse al abuso de sus hijas e hijos. “Cómo tratamos de reparar el daño, de unirlo, porque nos va a quedar una cicatriz, pero hay que abordarlo de la mejor manera posible para continuar con nuestras vidas. Fue un trabajo bien de empatía, de ponerse en el lugar de la otra, de hacer actividades de reflexión, juegos, fueron varias instancias”, relató Romina.

Daniela agregó que también participó una abogada, que les explicó y aclaró algunas cuestiones legales a tener en cuenta durante el periplo judicial que empieza con la denuncia. “Parte de nuestro proyecto es prepararnos también en el asunto del léxico o de las palabras que usan dentro de un juzgado, que muchas veces no llegamos a comprender. Las mamás, en un estado de crisis, se angustian y es muy difícil que a veces puedan entender lo que incluso el abogado defensor de su hijo o hija les está explicando”, señaló.

Las integrantes del grupo aclararon que acompañan casos donde ya haya una denuncia penal. El acompañamiento que ofrecen intenta, sobre todo, darles herramientas y apoyo emocional durante ese proceso que viene después. “Buscamos brindarles a las mamás un apoyo desde la contención de las emociones, porque es muy fuerte lo que se vive a nivel mental y físico. Siempre se nos dice que tenemos que ser fuertes y sí, es importante ser fuertes, pero también necesitamos autocuidado, amor, porque a veces se juzga mucho y se escucha poco. Nuestro apoyo es también para que esas madres no se sientan solas”, aseguró Romina.

Las mujeres insistieron en que su rol no es reemplazar la asistencia psicológica, sino complementarla. “Una misión a futuro es poder encontrar los recursos para contar con profesionales que puedan asistir; en realidad, se necesita un equipo multidisciplinario, porque si bien una puede hablar desde la experiencia y contener desde el lado más amoroso, también es necesario el acompañamiento profesional”, puntualizó Romina.

Su compañera explicó que, “cuando pasa la revelación del abuso”, las madres no buscan de inmediato un apoyo psicológico, porque la prioridad es la asistencia para sus hijas e hijos. De todas formas, dijo que, una vez cubierta esa prioridad, para muchas mamás es difícil “poder pagar una asistencia psicológica privada”, mientras que en la Administración de Servicios de Salud del Estado “tienen unos tiempos que no son los que nosotras necesitamos”.

Te entiendo y te creo

¿Por qué es importante tener un espacio en el que las madres de víctimas de abuso sexual infantil se encuentren y compartan sus vivencias? ¿De qué forma haberlo vivido en carne propia hace que ayudar a otras en la misma situación sea diferente a cualquier otro abordaje?   “Yo te comprendo. Yo estoy. No vivimos la misma situación, pero vivimos situaciones similares. Estoy contigo. Tenés a alguien con quien hablar. Te escuchamos, te creemos, estamos ahí para lo que necesites. Muchas veces los horarios pueden no coincidir, pero sabé que estamos”, fue lo primero que respondió Romina. A su entender, el intercambio también sirve para que las madres “estén informadas y sepan que esto no es fácil, pero que no desistan, porque es importante defender a nuestros hijos e hijas”.

“Cuando nosotras conversamos con nuestras psicólogas o abogados, es diferente de la charla que podemos tener con nuestras pares mujeres, porque sabemos el sentimiento que atraviesa la otra madre, y hacemos catarsis de otra manera”, reflexionó Daniela. El grupo “es un lugar de contención en el que no importa si nos dedicamos ese día sólo a llorar o sólo a tomar unos mates y reírnos. Es como si fuera una reunión de amigas en la que pasa de todo un poco, pero el tema que nos une es el abuso de nuestros gurises”, detalló. Y aseguró que creen y confían “no solamente en el proyecto de visibilizar [la problemática], sino en que da buenos resultados acompañarnos de esta manera, siempre aclarando que no puede estar ausente la contención psicológica profesional”.

A Gimena le “cambió mucho” haber atravesado su proceso con las demás madres. “Te sentís acompañada, sabés que no estás sola, siempre están pendiente de vos, de cómo estás, de tu ánimo. Ellas ya pasaron de alguna manera tu mismo proceso entonces lo conocen y en ese momento que estás pasando, que es uno de los peores de tu vida, todo lo que ellas tuvieron que vivir y todo lo que aprendieron te ayuda a enfrentarlo de otra manera, porque te dan ánimos, no te dejan sola, y están ahí acompañándote constantemente, ya sea con un mensajito o en las audiencias, y siempre para adelante”, aseguró.

Siempre para adelante porque el grupo también quiere transmitir cierta “reivindicación de la alegría”, especificó Daniela: “Que es doloroso, es costoso, es largo y a veces hace que no tengas ganas de seguir, pero que vamo’ arriba, que se tiene que seguir; que de esto se sale y que tenemos que salir de la mejor manera posible”.

“Contener a todos, pero cargando con eso”

El impacto del abuso sexual de niñas, niños y adolescentes en sus madres va mucho más allá de las consecuencias emocionales y psicológicas, que ya de por sí son brutales. “Pongamos el caso de que la persona abusadora es el padre, tu compañero de vida, tío, amigo de la familia, alguien que sea cercano”, explicó Daniela. “Primero, te quedás muy sola, porque al principio nadie puede creer que eso pase. Es como si estuvieras hablando de algo de otro planeta. Entonces, ya tener que decirle a tu propia familia, a tu suegra, por ejemplo, ‘mirá que mi esposo, tu hijo, abusó de mi hija’... tenés que tener mucha suerte para que la mamá de ese señor abusador se una a vos. Ahí, ya de entrada, perdiste un pilar fundamental, que en este caso es la abuela de tu hijo”, planteó.

Además, por lo general, la retirada del abusador del lugar en el que habita esa niña o niño –según el último informe de Sipiav, ocho de cada diez abusadores sexuales son familiares directos o integrantes del núcleo de convivencia– también implica que la familia pierda el ingreso económico que él aportaba, que “a veces es la mitad [de los ingresos totales] o un poco más, sabiendo que los varones casi siempre ganan más que las mujeres; son un montón de recursos económicos que ya no vas a tener”, apuntó Daniela.

A esto se suma cómo afecta en la (ya desigual) distribución de los cuidados y todo lo que eso conlleva: “Seguramente, si todo funcionara más o menos de forma normal, 50% de los cuidados de tu hijo lo vas a tener que buscar afuera –una niñera, una amiga–, porque vos tenés que seguir laburando. No solamente tenés que seguir laburando para darles de comer a tus hijos, al resto de tu familia, a vos misma, sino que tenés que pagar un abogado defensor, la terapia. Tenés que ir a trabajar con angustia y con depresión. Tenés que empezar a faltar porque tenés audiencias y, si faltás mucho, tus patrones te pueden complicar la existencia. Tenés que llegar a tu casa, después de trabajar, a contener a todos tus hijos, a hacer tus cosas como habitualmente, pero cargando con eso. Es un dolor todos los días y ya las convivencias no son iguales. Vos no estás en un buen estado para sostener absolutamente nada si no tenés ayuda. Tenés que sostener un día a día que es muy difícil”.

Daniela también habló de los impactos sociales que surgen una vez que se decide denunciar. “Gente de tu confianza, tu propia madre muchas veces, se aleja. Quedás sola, quedás mirada por el resto de la sociedad, de tu pueblo. Si tiene trascendencia pública, quedás muy expuesta. Dejás de ser la señora que trabaja en tal lado para pasar a ser la madre de la niña. Ni que hablar si estás trabajando en un lugar público”, enfatizó.

La culpa no fue mía

La palabra culpa apareció en distintos tramos de la conversación con las mujeres, de forma recurrente, y también ambigua: saben que ellas no son las responsables del abuso contra sus hijas e hijos, y que la culpa es exclusivamente del abusador, pero la sensación está instalada.

“El sentimiento de culpa es inevitable porque, siendo un progenitor, compañero de vida, abuelo, tío, una depositó su confianza y formó una familia con ese ser y eso no tiene explicación. Yo no puedo decir ‘defraudaste mi confianza’, porque no es ni siquiera eso, es algo... violentaste a tu hijo o a tu hija. Es una violencia tan destructiva, tan horrible, que no puedo encontrar qué la motiva. Y la culpa, justamente, está en eso de decir ‘no lo pude ver antes’. Estoy haciendo algo para que esto se solucione, pero ¿por qué no lo pude ver antes? ¿Cómo no lo pude evitar?”, relató Romina. Pese a eso, también reconoció que son preguntas que no tienen respuestas, por lo que ella prefiere decirse “vamos a afrontarlo, sigamos, luchemos”.

En una línea similar, Daniela consideró que el sentimiento de culpa aparece “porque te sentís parte del sufrimiento de tu hijo” y “te lleva mucho tiempo darte cuenta –y necesitás ayuda para darte cuenta– de que no es por tu causa, de que no es tu culpa, de que se tiene que hacer responsable el otro adulto que cometió ese delito y esa violencia”.

Culpar a las madres es una acción que está “sustentada socialmente por la idea de ‘qué debe hacer una madre’, ‘qué debe saber una madre’ y ‘cómo debe actuar una madre en función del cuidado y la protección de sus hijos’”, plantea la investigación Abuso sexual infantil desde una perspectiva de género y derechos humanos. La madre entre las múltiples facetas de la responsabilidad (2015), una de las pocas que hay sobre este tema en el país y que llevó adelante Analía Ferrari para su tesis de grado de la Facultad de Psicología (Universidad de la República).

La autora también afirma que la “presión hacia la mujer-madre por el reclamo de los cuidados de la familia, en especial de los hijos, diluye la responsabilidad del varón adulto que abusó del menor y del resto de los terceros”. De esta forma, dice, las niñas, niños y adolescentes quedan “sin la protección del adulto que podría ampararlos, la madre, que tiene un rol clave en su recuperación”.

Daniela, Gimena y Romina coinciden en que, poco a poco, surge un cambio en Colonia. “Las personas están pudiendo hablar, los niños están pudiendo confiar, los adolescentes también, y eso es importante: crear un ambiente para que estas cosas se puedan contar, porque antes pasaban, pero no se contaban, se tapaban o se escondían”, apuntó Romina.   Más allá de que “los gurises se animen a contar”, Daniela dijo que lo que “hay que lograr” es que las personas adultas a las que llegan esos relatos, como los docentes o el personal de la salud, “se comprometan también a hacer una denuncia”.

“Que esto deje de ser un tabú” en todos los rincones del país, abogó, por su parte, Gimena: “Hay que hablarlo, hay que decirlo, hay que contarlo y hay que denunciar los casos, porque no puede seguir pasando. Con nuestras hijas y nuestros hijos, no”.