Aunque suele desconcertar con sus acciones diplomáticas basadas en su teoría de “multialineamiento”, Nueva Delhi es vista por Washington como un contrapeso ante el auge de Pekín. Esto vuelve a Occidente muy tolerante con el actual primer ministro indio, al que tiempo atrás le negaba las visas para ingresar a Estados Unidos o Europa por su responsabilidad en masacres contra musulmanes.

¿Se imaginan si Washington descubriera que China piensa asesinar a opositores en su territorio y el asunto apenas generase algo más que unas pequeñas fricciones diplomáticas? Es lo que acaba de ocurrir con India. En noviembre de 2023, el Ministerio de Justicia estadounidense sacó a la luz una operación de los servicios secretos indios que pretendía eliminar a opositores sijes en Estados Unidos y Canadá. ¿La reacción del presidente estadounidense Joe Biden ante el descubrimiento? Se conformó con rechazar la invitación de su par indio Narendra Modi a celebrar juntos el Día de la República, el 26 de enero pasado, evitando detallar públicamente sus razones. La propuesta de explicación india circuló entre las jerarquías de las capitales del mundo libre hasta aterrizar en la oficina del presidente francés, Emmanuel Macron. Este se apresuró a aceptar y asegurar que la “herida” occidental será de corta duración. El orden internacional “basado en reglas” muestra así una singular flexibilidad. Algunos países gozan de un tipo de carta blanca cuya ampliación al resto del mundo resultaría difícil de imaginar.

Durante mucho tiempo Modi estuvo privado de la visa para ingresar a Estados Unidos y Europa a causa de su responsabilidad en el pogromo antimusulmán de 2002 en Gujarat. Ministro jefe del Estado, prohibió a la Policía contener a las multitudes hindúes, cuya violencia, estimulada por corrientes supremacistas, se abatía entonces sobre la población musulmana. El episodio provocó la muerte de más de 2.000 personas en el seno de esta comunidad y el desplazamiento forzado de otros miles. Este episodio anunciaba la política que Modi seguiría a lo largo de toda su carrera: la del Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), que literalmente significa Asociación de Voluntarios Nacionales, insignia del nacionalismo hindú1.

Llegado a la cabeza del gobierno en 2014, Modi centralizó el poder como nunca. Eliminó la teoría de la evolución de Charles Darwin de los programas escolares y vetó a las grandes organizaciones no gubernamentales –Amnistía International, Greenpeace, Oxfam– de las calles del país. Construyó un culto a la personalidad cuyas modalidades provocarían terror si su objetivo fuera halagar al dirigente chino Xi Jinping: por ejemplo, “Modi tiene una aplicación en su smartphone, NaMo, que incluye un juego en el cual se ganan puntos cada vez que las acciones del primer ministro son aprobadas”, relatan los periodistas Sophie Landrin y Guillaume Delacroix2. El premier amordaza a jueces, intelectuales, denunciantes y todo aquello que parezca una forma de oposición. En especial, mantiene su política de ostracismo hacia los musulmanes.

Entonces, Modi no cambió; pero Occidente sí, que tiene especialistas en India entre sus guardianes mediáticos del orden dominante. El país “no es solamente la democracia más grande, sino la madre de las democracias”, declara el periodista francés Franz Olivier-Giesbert, haciéndose eco de las palabras del propio Modi. Bajo “el reino” de este último, “el hinduismo volvió a encontrar color y orgullo. De ahí la histeria hindufóbica de los medios intelectuales europeos o estadounidenses, que a menudo tienen una debilidad por el islam, supuesta religión de las ‘víctimas’”. Por cierto, concluye el periodista, “los musulmanes son mejor tratados en India que los cristianos en Pakistán”3. Desgraciadamente, esto es incorrecto. “La situación de los hindúes en Pakistán es precaria. Pero no son linchados ni encarcelados masivamente, y sus casas no son destruidas con topadoras”, resalta el politólogo Laurent Gayer.

Pero poco importa, ya que India no es China. Hoy por hoy Occidente busca la compañía del paria de ayer. En junio de 2023, Washington invitó a Modi a pronunciar un discurso ante el Congreso estadounidense –un honor poco común–. Un mes más tarde, el dirigente indio acompañó a Macron durante el desfile del 14 de Julio, fecha patria francesa, previo a participar en una cena de lujo en el museo del Louvre y recibir la Gran Cruz de la Legión de Honor. Los problemas de visa, olvidados.

Varios ases bajo la manga

Sin embargo, India no es un aliado particularmente confiable. Por un lado, el país se acercó a Washington desde la caída de la Unión Soviética (URSS). Participa en el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, una organización diplomática y militar que también reúne a Estados Unidos, Australia y Japón. En mayo de 2017, Nueva Delhi anunció junto con Tokio el lanzamiento de un “Corredor de Crecimiento Asia-África”, que conectará la costa oeste de India con África del Este. Apodado “Ruta de la Libertad”, el proyecto pretende competir con las Nuevas Rutas de la Seda chinas. Son una serie de medidas que “Pekín percibe, no sin razón, como un montón de intenciones maliciosas”, señala el investigador Emmanuel Lincot4.

Al mismo tiempo, India es uno de los miembros fundadores del BRICS (con Brasil, China y Rusia, y luego Sudáfrica) y participa en la Organización de Shanghái, dos estructuras que encarnan el intento de las potencias del Sur –en particular, China y Rusia– de cuestionar el orden internacional bajo la hegemonía estadounidense. Nueva Delhi no sólo no condenó la invasión de Ucrania, sino que el país socavó el régimen de sanciones impuesto a Moscú por Europa y Estados Unidos: aprovechando la baja de la cotización del petróleo ruso, vinculada con las medidas tomadas por sus adversarios, India lo compra en abundancia... previo a revenderlo más caro, en particular a los países europeos que prohibieron cualquier compra directa de petróleo ruso.

Foto del artículo 'India no es China'

Primer proveedor de armas de India, Rusia es hoy por hoy su primera fuente de petróleo. Así, las ventas de oro negro en el país asiático representaron el 15 por ciento de los ingresos presupuestarios federales rusos en 2024. Interrogado por sus “socios” occidentales durante la Conferencia de Múnich sobre Seguridad, el 17 de febrero, el ministro indio de Relaciones Exteriores, Subrahmanyam Jaishankar, respondió: “Si soy lo suficientemente astuto como para tener varios ases bajo la manga, deberían admirarme en lugar de criticarme”5. Sin embargo, no se consideró ninguna medida de represalia en contra de Nueva Delhi: India no es China.

En un libro publicado en 2020, Jaishankar presenta la política exterior que él conduce como una forma de “multialineamiento” que permite que India defienda “sus propios valores y sus propias convicciones”6. Pero la sinuosidad diplomática de su país se explica de modo más fácil si se la mide con las otras dos varas: los ingresos contantes y sonantes que genera para el sector privado y la influencia que contribuye a proporcionar para Nueva Delhi en el escenario internacional. En este último ámbito, pareciera que Modi intenta competir con China y al mismo tiempo promover el surgimiento de una nueva relación de fuerzas entre el Norte y el Sur. “Quiere el oro y el moro”, resume la investigadora Joanne Lin7.

Alianza estratégica con Israel

Sin embargo, hay una cuestión sobre la cual Nueva Delhi no cede: su apoyo a Israel. El 27 de octubre de 2023, India se abstuvo durante una votación de la Asamblea General de Naciones Unidas que llamaba a un cese el fuego humanitario en Gaza: “Nosotros también somos víctimas del terrorismo”, justificó entonces Jaishankar8. Un mes más tarde, durante una reunión de urgencia de los BRICS, Nueva Delhi fue el único país en rechazar la condena a Tel Aviv por sus abusos en Gaza, rompiendo su larga tradición de apoyo a la causa palestina.

Desde el establecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países, en 1992, el pretexto de la lucha común contra el “terrorismo islámico” los condujo a forjar una alianza estratégica. A mediados de los años 2000, India se convirtió en el primer cliente de la industria armamentística israelí. La alianza se reforzó aún más desde la elección de Modi: formación de las fuerzas de policía indias en Israel en técnicas de lucha contra el terrorismo, utilización por parte de Nueva Delhi del programa espía israelí Pegasus y, en tiempos más recientes, acuerdos para el envío de trabajadores indios a Israel para reemplazar a los obreros palestinos mal pagados que Tel Aviv ya no quiere...

Las raíces de esta alianza son aún más profundas. El proyecto político que Modi encarna apunta a promover una forma de “democracia étnica”9 similar a la elaborada por Tel Aviv. ¿El objetivo? Silenciar la oposición al sistema de castas que emergió en los años 1980 y luego se impuso en el mundo político indio a partir de 1990. Es decir, en el momento preciso en que el movimiento nacionalista hindú tomó vuelo en un intento de “trascender las identidades de casta en nombre de la unidad del hinduismo”, como analiza el especialista en India Christophe Jaffrelot10. Dicho de otro modo: borrar los antagonismos sociales por medio de la exacerbación de divisiones étnicas y religiosas ampliamente inventadas. Esta revolución conservadora que busca proteger el orden brahmánico condujo a Modi a emular un gran número de las políticas de Tel Aviv: “Las leyes discriminatorias sobre la ciudadanía, el intento de manipular la proporción de población entre hindúes y musulmanes, la justicia de topadora, todos encuentran antecedentes en Israel”, analiza el militante comunista Akash Bhattacharya11.

Si fuera llevada adelante por otros países, una política como esa despertaría la reprobación de las cancillerías del Norte. Pero no cuando se trata de India. Franz-Olivier Giesbert considera que toda crítica de aquella refleja el “delirio” que [en Occidente] “se apoderó de los promotores del islamismo-izquierdismo en la universidad y en los medios de comunicación que ellos controlan”. Pero es que... India no es China.

Renaud Lambert, jefe de Redacción adjunto de Le Monde diplomatique, París. Traducción: Micaela Houston.


  1. Ver Ingrid Therwath, “El pulpo de la Internacional hindú”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, marzo de 2023. 

  2. Sophie Landrin y Guillaume Delacroix, Dans la tête de Narendra Modi, Solin/Actes Sud, Arles, 2024. 

  3. Franz-Olivier Giesbert, “Narendra Modi, l’homme qui ‘modifie’ l’Inde”, La Revue des deux mondes, París, noviembre de 2023. De aquí están tomadas todas las citas de Giesbert. 

  4. Emmanuel Lincot, “Inde/Chine: le match du siècle”, La Revue des deux mondes, París, noviembre de 2023. 

  5. Emmanuel Derville, “Entre New Delhi et Moscou, une alliance scellée par le pétrole”, Le Figaro, París, 23-2-2024. 

  6. Subrahmanyam Jaishankar, The India Way. Strategies for an Uncertain World, HarperCollins, Londres, 2020. 

  7. Joanne Lin, “India and Multi-Alignment: Having One’s Cake and Eating it too”, asialink.unimelb.edu.au, 21-2-2023. 

  8. “Narendra Modi has shifted India from the Palestinians to Israel”, The Economist, Londres, 2-11-2023. 

  9. Christophe Jaffrelot, L’Inde de Modi. National-populisme et démocratie ethnique, Fayard, París, 2019. 

  10. Ibíd. 

  11. Akash Bhattacharya, “A disastrous friendship: The dangerous political economy of India’s support for Israel”, liberation.org.in, Nueva Delhi, 18-1-2024.