Virginia Mórtola (Montevideo, 1975) tiene una amplia trayectoria como autora de libros infantiles y juveniles, género en el cual se ha especializado también académicamente. En 2022 obtuvo el Premio Nacional de Literatura en la categoría Infantil y juvenil por El Jardín ambulante, además del Premio Ópera Prima que obtuviera en la edición 2018 del mismo concurso por la novela La ventana de papel.

Su dedicación al tema es encomiable, y le ha destinado la mayoría de sus columnas en el programa radial No toquen nada, es creadora, gestora y redactora del portal web Túquiti (donde publica reseñas y entrevistas sobre literatura infantil y juvenil) y además coordina talleres de escritura para niños y de literatura infantil y juvenil para adultos. En 2022 apareció su primer libro orientado al público adulto, una colección de diez cuentos cortos titulada, al igual que el cuento que abre el volumen, Ni Dios sabía.

Pese a tratarse de un libro para adultos, el interés de la autora por el mundo de la infancia es notorio. De los diez cuentos, seis son narrados o protagonizados por una niña. Los cuatro restantes, por mujeres adultas, aunque la infancia está casi siempre presente, ya sea en forma de evocaciones o de personajes. También es perceptible la trayectoria de la autora como marca estilística: al igual que en la literatura infantil, el lenguaje es sencillo, sin términos rebuscados ni formulaciones oracionales demasiado complejas, aunque esto no significa de ninguna manera que el estilo sea pobre o superficial, sino que, por el contrario, esta sencillez refuerza la profundidad y contundencia de las temáticas que se abordan.

Por otra parte, la sexualidad, y particularmente, como es natural, su descubrimiento, impregna varios de los cuentos, impresión que se refuerza en tanto sabemos que la autora también es psicoanalista. También las pérdidas y las ausencias, y la madre de todas ellas (es decir, la muerte), son elementos que muchas veces se ponen en foco.

En el cuento “Ni Dios sabía” se nos muestra a una niña experimentando su genitalidad, en tensión con la mirada percibida como omnipresente de su severa abuela, incluyendo los juegos exploratorios con una amiguita, la cercanía de un varoncito menor que ella, y la extraña decisión de introducirse una semilla de árbol (un “coquito”) en la vagina. “Pichón” cuenta la historia de la noticia de un embarazo no deseado y la experiencia del aborto legal y sus trabas burocráticas. “Rosado marchito” incorpora el elemento fantástico, en cuanto otra niña vive una experiencia sobrenatural con un cerdo llamado Roberto que le han traído como mascota, en el cual la agresividad con la que actúa el animal y el hecho de que tenga un nombre tan humano puede ser interpretada como una alegoría de la sexualidad masculina. “Un beso solitario” versa sobre la experiencia de una atracción sexual irrealizada de una mujer hacia un hombre que le pide que atienda su negocio. “Ich liebe dich” aborda la compleja temática de la violencia hacia las infancias, ejercida, en este caso, por una madre.

“Es natural”, quizá el cuento más logrado y uno de los más perturbadores, nos muestra otro personaje femenino que planea su muerte involucrando a su madre y hermanas, una de las cuales oficia de narradora, evidenciando una perversa influencia manipuladora por parte tanto de la hermana suicida como de la madre, que la empujan a acompañar dicho plan a regañadientes. “En la noche” describe un escape hacia un mundo onírico en el cual otra niña se refugia mientras se queda en la casa de su abuela, cuyo mundo percibe como lúgubre e intimidante. “La boca” también contiene elementos oníricos, un tanto más pesadillescos, a través de un perturbador muñeco que parece hablar y moverse. En “Huecos vacíos” se nos expone una cruda visión del duelo y la pérdida, dejándonos la duda de dónde está lo real y presente y dónde lo irreal e imaginado o evocado. Finalmente, “El susurro de los álamos” cuenta la mudanza de una mujer con un compañero ciego, donde los aspectos evocativos y sensoriales adquieren protagonismo al ser expuestos desde una perspectiva inusual.

Un punto débil quizá sea un cierto abuso de los finales abiertos, que a veces deja la impresión de que algunos aspectos de la narración merecían más desarrollo o cierres más contundentes; pero en la suma son más las fortalezas, entre ellas, ese balance entre lo aparentemente inocente (nuevamente, la presencia de la infancia) y lo violento, lóbrego o directamente luctuoso (otra vez, la muerte), aspectos que son puestos en tensión pero no en contraposición, mostrándose como inherentes a la experiencia humana.

Por otra parte, la adopción de puntos de vista tan radicalmente femeninos conlleva un cierto riesgo de que lo contado quede bajo un cristal identitario, en tanto nos hemos acostumbrado a percibir lo universal desde lo masculino, por lo que lo femenino suele quedar enquistado como una experiencia particular. Este riesgo es hábilmente encarado por la autora, llegando desde esta óptica femenina hacia problemáticas profundamente universales, que pueden ser reconocidas e identificadas por cualquier persona.

Ni Dios sabía, de Virginia Mórtola. 96 páginas. Fin de Siglo, 2022.