Alejandro Paternain (1933-2004) fue un prolífico autor uruguayo, en cuya obra destacan novelas y relatos de temática histórica. Mencionaba entre sus primeras lecturas y principales influencias a Robert L Stevenson y Julio Verne. Amaba las novelas de piratas, lo cual dejó una huella imborrable en su literatura, donde el mar es un escenario recurrente, y la narración abigarrada y vertiginosa se combina con la erudición y el rigor histórico, generalmente en una ambientación ubicada en el Uruguay de la colonia. Recién en 1979 comenzó a publicar su narrativa, si bien ya había publicado trabajos de crítica e investigación literaria y había ejercido como docente de literatura entre 1963 y 1978, fecha de su destitución por parte de la dictadura militar. En los últimos años de su vida, la novela La cacería llamó la atención del exitosísimo Arturo Pérez-Reverte, quien se deshizo en elogios hacia la obra y su autor, abriéndole un pequeño nicho en el mercado europeo.

La compilación Beyrouth 1274, subtitulada Escritos tempranos y editada por Quiroga Ediciones, recopila textos anteriores a los comienzos de la labor de Paternain como escritor de ficción. El título alude al domicilio del autor en esta época, que reúne artículos publicados entre 1972 y 1978, casi todos en la revista Cuadernos Hispanoamericanos y un par en la revista Maldoror. Se trata de textos de muy difícil clasificación, que en algún caso coquetean con el ensayo, pero siempre desde un lugar muy subjetivo, como un monólogo interior donde se entremezclan fragmentos de la cotidianidad con referencias eruditas y muy personales reflexiones filosóficas.

La selección se abre con “El insustituible”, una meditación sobre el trabajo creativo, la individualidad y el tan humano afán de dejar una huella en este mundo. Luego, en “El crepúsculo de los goliardos”, se indaga sobre las misteriosas vidas y obras de estos monjes medievales errantes, díscolos, hedonistas y muy aficionados a la bebida y la poesía. Este y “El sermón de la barbarie” quizá sean los textos más propiamente ensayísticos del conjunto. Pero desde el principio asoma cada tanto la subjetividad del narrador para recordarnos que no se trata de una búsqueda solamente intelectual. Mientras se extiende sobre lo poco que se sabe de los goliardos y recuerda y analiza sus versos, Paternain recorre las calles montevideanas, y aunque parezca distraerse cada estímulo lleva nuevamente a las mismas meditaciones, jugando con paralelismos y antítesis que nos llevan desde el Medioevo hasta las postrimerías del siglo XX en varias idas y vueltas.

Por otra parte, “Los ápteros”, “El hombre chimenea” y “El pastor de renacuajos” son textos donde lo fundamental es la exploración poética. Si bien no se puede decir que son prosas poéticas, el hilo conductor suele ser una imagen lírica, un tópico que se explora con la rigurosidad del ensayo y el vuelo de la poesía. “Los ápteros” (áptero significa “que carece de alas”) toma arquetipos muy clásicos respecto a la imagen del vuelo como sinónimo de libertad y trascendencia. Es imposible no evocar el mito de Ícaro, aunque no se nombre, pero lejos de copiar un molde se construye de esta manera una alegoría muy personal, culminando en una referencia a “La tempestad”, que quizá no pretenda evocar tanto a Shakespeare como a José Enrique Rodó, una referencia recurrente en estos escritos, ya que Paternain fue un estudioso de la obra rodoniana. “El hombre chimenea” construye, sobre algo tan prosaico como el hábito de fumar, un breve esbozo de una deriva espiritual que se acerca a la novela de aprendizaje.

Por otra parte, en “El pastor de renacuajos” la visión de un charco con estos animales funciona en paralelo con una idea que se repite a lo largo de todos los textos, la de la multitud, el hormiguero humano, frente a la cual la singularidad del yo queda cubierta por una masa de anonimatos. El mar (también recurrente en todos los textos, como anota el prólogo de Alejandro Ferrari) se plantea como una salida hacia lo inmenso o lo trascendente, opuesto a ese charco pequeño y demasiado poblado.

Como es de suponer a partir del título, el tono elegíaco predomina en “Oficio de réquiem”, donde la muerte de un ser querido lleva a la conciencia de la universal finitud de los seres y las cosas. El hilo conductor es el tiempo que va desde la muerte como hecho natural, pasando por todos los rituales funerarios hasta finalizado el sepelio, durante el cual el narrador-deudo evocará distintos momentos, para reafirmar el misterio de la muerte, de lo que estaba aquí pero ya no está, en un recorrido cargado tanto simbólica como emocionalmente. Por último, el ya mencionado “El sermón de la barbarie” se centra en una apreciación muy personal sobre la poesía de César Vallejo, y ahonda en una especulación sobre el concepto de barbarie, entendida como signo de los tiempos entonces presentes, incluyendo varias pinceladas de la época dictatorial en la que el texto fue escrito.

El libro en sí, pese a no haber sido concebido como tal por el autor, tiene una unidad que justifica por demás la edición, basada en un tono subjetivo y autoficcional, en la recurrencia de ciertos símbolos e imágenes y, sobre todo, en un uso muy cuidado y pulido del lenguaje.

Beyrouth 1274: escritos tempranos, de Alejandro Paternain. 110 páginas. Quiroga Ediciones.