La prosa: esta palabra no sólo significa un lenguaje no versificado; significa también el carácter concreto, cotidiano, corporal, de la vida. Milan Kundera

Ser en el mundo

Ir tras sueños creados por nuestra apetencia de vida, por la necesidad de una sonrisa, de un gesto de cariño o de un reconocimiento, de eso se trata todo. Mientras nace, se esparce y desaparece el polvo de las hojas del otoño, se siente cómo lo real y el espejismo se confunden, cómo la ternura y la desazón se anudan para devolver retratos de los pasos en la arena que hemos dado.

Pero los senderos son imaginados, reconstruidos también. ¿Quién puede decir que es dueño de una trayectoria unívoca? ¿Quién no siente que somos una recolección precaria de fragmentos a los que intentamos dar coherencia estética y ética cada día, cada segundo? ¿Quién no alcanzó a comprender que nacimos en una historia empezada, en una herencia gramatical que hacemos nuestra, en un mundo interpretado?

Luces y sombras

Desde la ciencia hasta la política, la pretensión de razón pura y universal, única e incontestable no es más que una construcción histórica y normativa para asegurarnos certezas e invariancias en un mundo que básicamente es transformación permanente por definición.

Hace rato que deberíamos haber desterrado la claridad, la luz y la certeza irreductible. El sol que brilla fuera de la caverna de Platón no existe ni existirá. Nuestro mundo es un mundo de sombras, de claroscuros, de ambigüedades, de incertidumbres, de interpretaciones, de lucha entre metáforas. Y si alguien sostiene que existe esa luz eterna de la verdad solamente estará queriendo cooptarnos para otra aventura metafísica y sagrada donde habrá siempre un otro excluido, un libro para venerar y no leer, donde siempre habrá espacio para legitimar la crueldad y la destrucción del diferente. No hay meta final, ni respuesta total, ni visión única, ni lenguaje excluyente. Sólo existimos en la forma que nos creamos. Sólo somos si nos transformamos, si somos historias, cuerpo, tiempo y devenir, dudas eternas, compasión por la otredad a la cual nunca llegaremos a entender en su necesidad.

La política prosaica

  1. Identificarnos con el otro, “ponernos en su lugar”, es despojarlo de su otredad. El otro no existe para satisfacer nuestra mala conciencia, alcanzar nuestros fines o completarnos. Sólo cabe la conciencia de que jamás sabremos cabalmente haber respondido a su reclamo, su dolor, su herida. Todo es contingente y día a día, porque la ética se basa en respuestas concretas frente a lo que le hace falta al otro.

Esta idea origina el primer lema de una política prosaica: no hay política de la otredad si no se funda en la ética de la compasión. Es una política sin grandes pretensiones, en tono menor, construida en lo cotidiano y lo corpóreo entre cuerpos que sufren y gozan, que nacen, envejecen y mueren. Por eso esta política no se aboca a construir grandes edificios teóricos o relatos, sino a tener siempre abiertas las puertas, a ser hospitalaria y amorosa. Por eso esta política duda de la lógica amigo-enemigo y verdad-mentira, y se decanta hacia el prójimo y el lejano, hacia las interpretaciones múltiples, hacia la traducción y el mestizaje. Por eso no hay recetas en esta política, sino la búsqueda de fundar una condición constituyente en el mundo político para otorgarles sentidos a las formas de la vida colectiva. Para conformar una experiencia que permita siempre sanar, curar y cuidar del mundo, otra condición primaria de cualquier política orientada a la vida.

. El mundo que habitamos es frágil, somos seres vulnerables. “El dolor, la nostalgia, el sinsentido, la pérdida son estados existenciales que nos definen”, tal cual nos dice el filósofo Joan-Carles Mèlich.

Esta idea origina el segundo lema de una política prosaica: habitar el mundo es cuidar el mundo, las relaciones, las personas, las cosas, el ambiente. Esta idea es opuesta a la del control y dominio, ya que estos suponen siempre la asunción de una superioridad, en lo moral, en la posesión de la verdad absoluta, en la atribución autoasignada de guiar hacia el paraíso.

No hay cuidado del mundo si no hay compasión, escucha, hospitalidad, sensibilidad frente al dolor del prójimo y el lejano, del extranjero, del sediento en el desierto, de lo vivo y lo no vivo.

No hay cuidado del mundo si no hay especial atención a la codecisión en todas las esferas de lo social. Pero no codecisión centrada en las formas sino en la ética de la compasión.

  1. No existen verdades inmutables, eternas, atemporales o situadas más allá de los cuerpos y las cosas, protegidas de la incertidumbre y las transformaciones.

Esta idea origina el tercer lema de una política prosaica: no hay textos sagrados, no hay libros a quienes obedecer sino textos a leer e interpretar una y otra vez. Mientras que los textos sagrados no se leen sino que se obedecen, la lectura siempre supone interpretación, momento histórico, gramática heredada, experiencia personal. Nunca habrá una interpretación igual que la otra y nunca serán unívocas las acciones, valores o prioridades sugeridas por un texto. De ahí la importancia de la codecisión centrada en el cuidado, mencionada en el párrafo anterior.

Tampoco hay lugar para “grandes textos” en esta política. El acervo de una política de la alteridad, de una política prosaica está constituido por narraciones, ensayos y fragmentos a ser interpretados.

  1. La política prosaica se construye no desde la identidad sino desde la alteridad. Lo que llamamos identidad trata de un sujeto siempre idéntico a sí mismo. La alteridad supone una identidad cambiante, una configuración ética de la subjetividad.

Esta idea origina el cuarto lema de una política prosaica: no existe un sujeto histórico, sino diferentes identidades cambiantes que se definen en relación a lo extranjero, a la alteridad radical. Esta nueva idea de identidad no es estable sino que se construye en respuesta a las demandas del otro. También al leer y releer, esta identidad se deshace y rehace permanentemente, siempre está en movimiento. Por eso esta política rechaza los textos sagrados o los “grandes textos”.

Algunas conclusiones

La política prosaica no busca barnizar con buenas intenciones ningún discurso ni fundar una nueva organización. Es un intento de cambiar el enfoque racional, totalizador y moralizante por otro más provisional, contingente, soportado por la ética de la compasión y la identidad cambiante.

Pretende polemizar con aquellos para los cuales sólo existe una idea de progreso que es buena y deseable, basada en un ineluctable crecimiento y perfeccionamiento de la técnica, considerando a las personas como agregados de esta mecánica irrefrenable y lineal.

Pretende abrir una conversación con aquellos para los cuales las personas son en última instancia medios para la conquista de territorios de poder como fin en sí, más allá de las buenas intenciones que existan detrás.

Sobre el telón de fondo de la conciencia sobre nuestra fragilidad, en esta época de tanto plumaje blanco, la política prosaica añora un tiempo en que ser en el mundo se transforme en su cuidado, en compasión y hospitalidad como forma de vida.

Gualberto Trelles es percusionista, ingeniero químico, director técnico del laboratorio Ecotech.