“Un libro en ruso puede tener unas láminas preciosas, pero la explicación de qué es esa lámina puedo no entenderla. No la sé leer porque no sé el idioma. Con los ecosistemas pasa lo mismo, si uno no sabe leer, no les da valor”, explicó Liliana Delfino. Ella es ingeniera agrónoma, y durante casi cuatro décadas se dedicó a la investigación de la flora nativa y su relación con la costa, según contó a la diaria.
La reciente intervención del Municipio de Piriápolis en la desembocadura del arroyo de Zanja Honda parece responder a una falta de educación ambiental de la ciudadanía en general, pero también las autoridades translucen una incapacidad de diferenciar a simple vista entre una acacia y un ceibo, o entre un fresno y un chal chal.
El 7 de junio, mientras caminaba por la playa, Inés Velazco, vecina de Playa Grande, vio cómo trabajadores cortaban totoras y árboles autóctonos que separaban la ruta 10 de la desembocadura del arroyo de Zanja Honda. La impotencia de no poder evitar el daño no era sólo de Velazco, sino de muchos vecinos, que decidieron conformar una comisión vecinal para participar en la toma de decisiones de las autoridades. Buscan evitar las intervenciones que puedan tener un impacto ambiental negativo.
Betty Molina, directora de Medio Ambiente de la Intendencia Departamental de Maldonado (IDM), dijo a la diaria que la intervención fue una iniciativa del Municipio de Piriápolis y no de la IDM. Sumó que fuentes de la alcaldía le indicaron que se trataba de una “limpieza” del cauce de la cañada para evitar inundaciones al norte.
Lo cierto es que acabaron arrasando con la vegetación nativa que bordeaba la desembocadura. Donde antes había totoras y ceibos -guarida de serpientes y apereás y lugar de reposo de aves-, ahora hay un suelo llano. La indignación de los vecinos de la zona llevó a que filmaran la intervención, y en una de esas imágenes se muestra el ingreso de una retroexcavadora, así como trabajadores rellenando el suelo con arena retirada de Playa Verde.
Luego de que se suspendiera la intervención, tras el reclamo de los vecinos, el 16 de junio se formó la Comisión Vecinal de Playa Grande en una reunión de la que participaron vecinos, técnicos ambientales y los concejales nacionalistas Marcelo González, Carlos Fuentes y Gabriel Piria, así como el frenteamplista Federico Casas. A pesar de que la instancia pareció marcar el inicio del diálogo entre autoridades y vecinos, el viernes 18 el municipio volvió a intervenir. En esa oportunidad, el capataz de obra Nicolás Pagola comunicó que la directora de Medio Ambiente había autorizado que continuaran la obra.
“Es válido acceder a la información porque es una intervención del espacio público. Estamos hablando de un lugar que nos pertenece a todos. No hubo papeles, sino una orden confusa de información que recibió la sociedad civil. Entre las denuncias a la prefectura y al Ministerio de Ambiente, la Comisión Vecinal de Playa Grande ingresó un expediente para pedir el acceso a la información; por ahora no nos dieron nada”, expresó Gerardo Rasenti, docente de la tecnicatura de Conservación y Gestión de Áreas Naturales (PET) de la UTU Arrayanes.
Según la directora de Medio Ambiente, al momento de proceder la alcaldía no advirtió que las obras al sur de la ruta 10 deben contar con autorización previa del Ministerio de Ambiente y con una evaluación de impacto ambiental de la IDM. Molina aseguró que su cartera cuenta con técnicos especializados y que ahora se encuentra a la espera de que el municipio presente una propuesta para ese espacio. Por otra parte, afirmó que va a promover la reposición de especies nativas y la colocación de un vallado para que no ingresen vehículos.
La falta de planificación y de participación ciudadana en este tipo de obras públicas hace que sea necesario restaurar los espacios. Pero la comunidad de vecinos pretende llegar antes y evitar el daño. Rasenti considera que es necesario poner el foco en la conservación.
“La IDM tiene varios antecedentes en los que se comienzan las obras, la sociedad civil quiere información y no está. Hoy en día en Zanja Honda tenemos un ecosistema totalmente depredado”, señaló. Además, destacó la importancia de la participación civil para discutir qué modelo de turismo se debe fomentar. Para el docente, el aumento de intervenciones en el sur y el este del país responden a un “modelo europeo de ciudad jardín”.
Las partes de un todo
El término griego psammos significa arena y filos amigos. Las plantas psámofilas son amigas de la arena. Delfino creció en Santa Lucía del Este, Canelones, y de chica le gustaba pasar las tardes en un “monte criollo” que había frente a su casa. “Al monte criollo le dicen ‘monte sucio’ y muchos piensan que hay que arrancarlo”, contó. Sin embargo, desde temprana edad mostró interés por entenderlo. Un día su padre le preguntó si quería aprender los nombres de las especies nativas y entonces comenzó a estudiar el idioma de las plantas. La fascinación por ese mundo era tal que pronto decidió que cuando fuera grande iba a trabajar “de monte criollo”.
“El órgano que nos separa del otro es la piel. La vegetación es la piel de la playa. Sin ella perdemos toda la arena, que hay que retener con plantas que fijen y al mismo tiempo estabilicen”, dijo Delfino. Las plantas psámofilas cumplen un rol fundamental para evitar este proceso. El pasto dibujante, el cakile marítimo y el senecio son amigos de la arena. Hay especies de vegetación introducidas que en un principio se utilizaron para fijar la arena a la playa, pero que no la estabilizan. Los pinos y las acacias son ejemplos, comentó.
La vegetación en los márgenes de las aguas funciona como muro de contención frente a los desechos de plásticos, que provocan la muerte de animales marinos por ingesta de plástico. “Todo está interrelacionado y es una interacción muy compleja”, reflexionó Rasenti.
El docente evaluó que si bien existe una vasta producción académica llevada a cabo por investigadores del CURE Maldonado y la Universidad de la República (Udelar), las investigaciones acaban por no influir en las decisiones gubernamentales en materia medioambiental. El docente señaló que una forma de subsanar ese desfasaje es a través de la sociedad civil, que puede ser el nexo entre ambos.
La noción de limpieza
“Limpiar es arrasar con todo. Toda la flora y toda la fauna cumplen un servicio ecosistémico invalorable, insustituible. Limpiar es sacar los residuos inorgánicos, pero no la vegetación”, manifestó Rasenti. El Río de la Plata y el océano Atlántico, desde Colonia hasta Chuy, forman parte de un mismo sistema. “Hacemos una intervención en La Floresta y tiene eco a muchos kilómetros: así se manifiesta la dinámica costera. Dunas, vegetación, arena, orilla, fauna: todo es parte”, sumó.
El paradigma de desarrollo urbanístico que imperó a partir de la década del 60 fue el de la “intervención”, indicó Delfino. Después, el conocimiento acumulado y la base teórica fueron dando lugar a nuevas visiones, aunque continúa siendo una “forma cultural muy arraigada”, apuntó.
Planteó que los humedales y bañados, desde el punto de vista biológico, son los lugares “más productivos” de los ecosistemas. Aseguró que eliminarlos es una “contradicción brutal” y que la educación ambiental entre los operarios es poca.
Pero es posible otro paradigma. Clara Netto es la secretaria general de la Liga de Fomento de La Floresta y licenciada en Filosofía. Se especializó en Psicología Social y Comunitaria, además trabajó en el Centro de Investigación y Promoción Franciscano y Ecológico. Contó que ha visto cómo año a año se degradan las playas. Sin embargo, desde que se formó la subcomisión de Gestión Ambiental Costera, en enero de este año, se observa que los vecinos están organizados en torno a estas temáticas.
“Lo ecológico es la comunidad, es la huella que nosotros dejamos en algo que nos trasciende, que nos pertenece y alberga. Eso es maravilloso”, expresó. Sostiene que la educación ambiental no tiene que ser como una asignatura más: “Su metodología tiene que ser muy solidaria para que no sea una enseñanza bancaria, como plantea Paulo Freire”.
Netto también formó parte de los talleres dirigidos a los trabajadores de los “jornales solidarios”. La ingeniera agrónoma afirmó que los trabajadores “estaban felices, porque las personas necesitan base teórica, entender el porqué de las cosas. Si no entendés, pensás que te están mandando hacer una actividad que no tiene sentido o que es sólo para ganarte el sueldo”.
Otro camino
El cordón dunar, la costa marina y el humedal constituyen ecosistemas frágiles. Cortar una totora implica la pérdida de absorción y filtración de agua y de refugio para la fauna nativa, explicó Rasenti. A su vez, la entrada de maquinaria pesada tiene como consecuencia la compactación del suelo y provoca que la superficie del suelo se barra ante el aumento de pluviales, lo que también repercute en la vegetación, a la que cuesta volver a crecer. Ejemplos de este fenómeno se encuentran en las desembocaduras de los arroyos Solís Grande, Solís Chico y Pando, señaló.
La pérdida de arena por este barrido implica el deterioro del cordón dunar, cuya función es la de detener al mar cuando hay crecientes y brindar un servicio al humano, al impedir que el agua del mar llegue a la ciudad y rompa la infraestructura hecha por el hombre, apuntó el docente. También ocurre que en las playas erosionadas se produce una concentración de nutrientes por la pérdida de capacidad de filtrado y renovación de la arena, que se fija y se endurece. Algunas de las consecuencias son la presencia de floraciones algales y cianotoxinas.
“La duna es parte del ecosistema, antes toda la costa eran dunas. Pasa que se fragmentó por la urbanización, por obras de infraestructuras: muelles, puertos, las ramblas muy cerca del agua, la forestación. La forestación también fragmenta porque fija las arenas”, agregó. Explicó que cuando se ingresa en un ecosistema y no se respeta la vegetación, encargada de mantener a la arena en equilibrio, se provoca la erosión. De a poco se va perdiendo arena.
La ingeniera agrónoma es integrante de la subcomisión de Gestión Ambiental Costera que abarca el predio entre el arroyo Solís Chico y Solís Grande, que está compuesta por vecinos organizados que buscan articular actividades con las autoridades de la Intendencia de Canelones y municipios. “Son playas que tienen problemas estructurales, de erosión, y consecuencia de otro tipo de obras que se hicieron en el pasado”, manifestó.
Delfino encabeza una iniciativa para realizar construcciones orgánicas de mitigación blanda en la faja costera de Canelones. Se seleccionan zonas “sumamente degradadas” para conseguir que tengan un “estatus de conservación”. Ella dictó talleres en La Floresta a los trabajadores de los “jornales solidarios” para realizar esa labor, que consiste en crear vallados y cercas captoras para que las playas tengan arena seca. “Los vallados son una construcción con palos donde se teje con hojas de palmera fénix, que luego se cubren totalmente de arena”, indicó. Ese montículo de arena más tarde se convierte en una protoduna, luego en una duna primaria y finalmente en una duna consolidada. La ingeniera agrónoma comentó que el proceso dura un par de meses.
En las cercas captoras reutilizan las ramas de acacias. Las entrelazan y van dando forma al montículo, que más tarde se tiesa con hilo sisal para que no se vaya con el viento. La idea es que también se convierta en una duna, y el proceso también dura algunos meses. Señaló que en nuestra faja costera existe un grave problema: las plantas que “compiten” con las plantas nativas. “Si vos querés tener verde, capaz que pones cualquier planta, que venga de Estados Unidos, Europa, Asia. El problema son las plantas invasoras que sustituyen totalmente a nuestra flora. Esta situación se da en la costa y en los ríos”, advirtió.