La salud de los niños y las niñas está conectada con la calidad ambiental de los espacios donde crecen, incluso antes del nacimiento y durante el período de lactancia materna. En las zonas rurales, a causa de la expansión del sistema agrícola durante las últimas dos décadas, se ha registrado un aumento en el uso de agroquímicos. La Sociedad Argentina de Pediatría, basándose en estas premisas, presentó a finales de junio el informe “Efectos de los agrotóxicos en la salud infantil”. Un grupo integrado por más de 11 médicos, ingenieros agrónomos y sociólogos se propuso brindar información “relevante y actualizada” a los pediatras sobre los “efectos nocivos” de los agrotóxicos que se utilizan en Argentina y aportar herramientas conceptuales para que los profesionales de la salud puedan detectar de forma temprana la contaminación en los niños.
Falta de leyes o incumplimiento de las existentes, ausencia de personal de salud capacitado para detectar casos de intoxicación y ausencia de concientización de la población, inexistencia de registros médicos adecuados y estadísticas que permitan medir la magnitud del problema son algunos de los puntos que los preocupan. Lo definen como un problema de salud pública que “no está siendo resuelto de una manera adecuada”.
Los niños y las niñas pueden estar sometidos a intoxicaciones agudas, en las que los síntomas tienen una rápida manifestación, o intoxicaciones crónicas, en que los síntomas son tardíos. “En este caso [de intoxicación crónica], los síntomas se presentan cuando la acumulación del tóxico en el cuerpo alcanza el nivel de daño o se altera lo suficiente el órgano afectado. En las intoxicaciones crónicas la exposición puede darse mediante dosis pequeñas de diferentes tóxicos durante un tiempo prolongado”, versa el informe. Las vías usuales de ingreso de los agroquímicos al cuerpo son la piel, la boca y las vías respiratorias.
Se destaca que durante el período preescolar “es frecuente la ingesta de sustancias por pica o contacto cutáneo”, de esta forma, “el niño puede ingerir los residuos de plaguicidas”. Las intoxicaciones agudas también ocurren en la “exposición ocupacional o paraocupacional”, es decir, cuando el niño debe acompañar a sus padres en tareas de almacenamiento, transporte, formulación o aplicación de los productos. Se subraya con un alto riesgo de toxicidad la reutilización de los envases vacíos de plaguicidas.
La asistencia tardía a los centros de salud es otra de las problemáticas que complejizan aún más la situación. Según el informe, se relaciona con “el uso del cuerpo por parte de los trabajadores/as”, “la estructura de cotidianeidad en relación al contacto directo con los plaguicidas” y “el stock de recursos monetarios existente en la familia”. Debido a la vinculación permanente con los agrotóxicos se registran problemas de salud, aunque “en muchos casos no se verifiquen los síntomas, se niegue el deterioro corporal y se establezcan relaciones falaces entre causas y efectos”.
Además, en las intoxicaciones crónicas se puede dificultar “consignar una dosis acumulativa” y “una adecuada caracterización del riesgo de la exposición”. “Las dificultades metodológicas impiden una adecuada evaluación de las exposiciones, debido a la exposición simultánea a múltiples contaminantes, las condiciones ambientales imperantes, el nivel de protección del niño, el período de ventana en el que ocurre la exposición, así como el estado de salud previo”, se explica. La ejecución de múltiples tareas vinculadas con el esfuerzo corporal, sumada a la ausencia de información, determinan que “una parte de las intoxicaciones pasen desapercibidas para quienes las padecen”. “Sólo se acude al servicio de salud cuando se pierde la conciencia o las secuelas impiden el desarrollo de las tareas”, suman.
Están en el agua, en el aire y en el suelo
El informe explica que los plaguicidas “muy solubles” en agua se “absorben con baja afinidad a los suelos” y “son fácilmente transportados del lugar de la aplicación por una fuerte lluvia, riego o escurrimiento, hasta los cuerpos de agua superficial y/o subterránea”. Las pulverizaciones en las cercanías, la limpieza del equipo aspersor, el desecho de envases vacíos y del líquido remanente luego de la aplicación son algunas de las operaciones que pueden facilitar el ingreso de partículas de agrotóxicos en los cursos de agua. “En la aplicación directa, una vez alcanzados los cursos acuíferos, pueden contaminarse las napas de agua de bebida, con la posibilidad de provocar intoxicaciones en los consumidores”, señala la investigación.
En el suelo, la movilidad del plaguicida está influida por varios factores: “la calidad y cantidad de agua presente” y las “propiedades físicas y químicas del suelo –como la textura, cantidad de materia orgánica, profundidad–”; y por las propiedades del químico, su solubilidad en agua y su capacidad de absorción al suelo. Las vías de contaminación de la tierra se centran en la aplicación directa de herbicidas e insecticidas, enterramiento de plaguicidas obsoletos y envases vacíos o el desecho de los líquidos remanentes.
Las altas temperaturas, la alta radiación, la baja humedad relativa y los cambios de velocidad y dirección del viento al culminar la aplicación de un pesticida pueden provocar su evaporación. “Esta nube química que aparece sobre el campo pulverizado, la que puede concentrarse aún más con los plaguicidas que se evaporaron y las gotas que aún no descendieron durante la deriva primaria, puede moverse en toda dirección fuera del campo”, manifiesta el trabajo. Este estado de los plaguicidas puede extenderse más allá de las 24 horas posteriores a la aplicación.
Un grupo de investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de La Plata demostró que el agua de lluvia en las provincias de Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires contiene pesticidas. “Esto significa que el glifosato se encuentra en la atmósfera, en el aire que respiramos y que cuando llueve, el agua, que contiene pesticidas, al caer lo arrastra al suelo y allí lo podemos recoger y medir”, expresa la investigación de la Sociedad Argentina de Pediatría. El informe plantea que el pesticida más usado en el país vecino es el glifosato; “las dosis de aplicación que eran de 3 litros por hectárea por año en 1996, pasaron a 12 litros para la misma hectárea por año”, e indica que la misma situación se dio con otros herbicidas e insecticidas, y que las plantas y los insectos fueron “desarrollando resistencia” y “los productores debieron aumentar las dosis de aplicación” para llegar a los mismos resultados.
La carga de exposición ambiental a los agroquímicos en toda Argentina es de 11,9 litros por persona, para Córdoba es de 25 litros por persona y para los pueblos productivos cordobeses es de entre 80 y 121 litros por persona.
Impacto en la salud
Los médicos que atienden a los pueblos fumigados de Argentina identifican un perfil de morbilidad y mortalidad distinto a los que existían antes de que se generalizara la producción agrícola basada en pesticidas. “Ahora la primera causa de muerte es el cáncer, que explica entre un 30% a un 50% de los óbitos [muertes] de los vecinos en los pueblos con alta exposición a pesticidas, cuando en todo el país y en las grandes ciudades, el cáncer está presente sólo en el 20% de los decesos. Incluso la población de enfermos oncológicos es más joven que la del promedio de todo el país”, plasma el informe.
El broncoespasmo y el asma bronquial son más frecuentes que lo esperado, según observaciones clínicas reiteradas por los pediatras que trabajan en las zonas rurales fumigadas. Se suma que obstetras y médicos generalistas observan “numerosos abortos espontáneos” en embarazos deseados y controlados que “se pierden inexplicablemente en mujeres jóvenes y sanas”. En Monte Maíz –uno de los pueblos, al sureste de Córdoba, que se está viendo afectado por el uso de plaguicidas– midieron el fenómeno: la tasa de abortos espontáneos en cinco años fue de 10%, “tres veces más alta que la informada en un análisis nacional del 2005 por el Ministerio de Salud Nacional”.
“Los niños son especialmente vulnerables a los pesticidas. Diversos son los motivos por los que resultan más sensibles: por jugar cerca del suelo; su comportamiento mano-a-boca; su alta ingesta de comida y líquidos en comparación a su peso corporal; su mayor absorción de pesticidas del ambiente que los adultos; su sistema inmune inmaduro; sus funciones enzimáticas y metabólicas que no están completamente desarrolladas; y por estar expuestos indirectamente a estos compuestos en la exposición ocupacional parental o ambiental”, resalta el informe.
Los niños y las niñas, según explican los profesionales de la salud, tienen la “habilidad disminuida” de “filtrar y excretar pesticidas” y, al encontrarse en constante crecimiento y desarrollo, los procesos pueden ser “fácilmente interrumpidos o alterados”. “Si las neuronas del cerebro de un infante son destruidas por pesticidas, si el desarrollo reproductivo es desviado por disruptores endocrinos, o si el desarrollo del sistema inmune es alterado, la disfunción resultante puede ser permanente o irreversible”, se advierte.
La Sociedad Argentina de Pediatría también remarcó que se ha demostrado que los niños expuestos a algún tipo de pesticida, a pesar de haber superado la exposición aguda, al volver a la escuela han tenido discapacidades en el aprendizaje verbal y en tareas de inhibición motora. “La disfunción neurológica es el efecto sobre la salud de la exposición a pesticidas mejor documentado”, aclara el informe. Agregan que “se demostró que el riesgo de cáncer cerebral, leucemia y linfoma en la infancia está significativamente asociado a la exposición parental a pesticidas” en períodos previos a la fecundación y durante el embarazo.
Frente a una problemática que nadie parece querer ver en las zonas rurales fumigadas de Argentina, el trabajo recuerda que “desde hace décadas, las comunidades que se perciben afectadas y se movilizan para mejorar su salud socioambiental nos exigen a los profesionales de la salud en general y a los médicos en particular que nos involucremos en la problemática. Nos solicitan que colaboremos con la evaluación y el diagnóstico de aquello que perciben que les afecta y nos afecta”.