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No es una foto publicitaria de la reciente campaña electoral. Pero el reparto de papeles entre Mujica y Astori es el mismo de la estrategia publicitaria: uno es el presidente y el otro el asesor. Caminan por un pasillo del Palacio Legislativo, el 3 de noviembre, entre la primera y la segunda vuelta. Por la distancia a la que se encuentra el fotógrafo es casi seguro que no supieron que estaban siendo retratados.

Foto: Javier Calvelo

Entre el ser y el parecer

8 minutos de lectura
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Cambios y continuidades en el año de las urnas.

El año político, marcado por un ciclo electoral que todavía no termina (pasaron las internas y las nacionales en dos vueltas, faltan las departamentales), transcurrió como un desafío a las dotes de percepción: en 2009, las apariencias engañaron muy a menudo.

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La campaña para las internas del Frente Amplio se había desarrollado hasta fines de 2008 con el trasfondo de una iniciativa reeleccionista que no se sabía si era o sólo parecía. Este año pareció primero que podía estar peleada y también pareció en algún momento que asomaba una “tercera vía” con potencial despolarizador. Pero la postulación de Marcos Carámbula no levantó vuelo, el alineamiento del Partido Socialista con Danilo Astori tuvo más impacto dentro de ese sector frenteamplista que en el electorado y José Mujica terminó ganando la competencia de junio con la fusta bajo el brazo. Aun antes de que Astori sufriera una enfermedad que lo mantuvo fuera de escena en buena parte de la recta final, la ventaja del ex ministro de Ganadería ya parecía y era indescontable.

Había parecido que Tabaré Vázquez, con su altísima popularidad en el conjunto de la ciudadanía y su fuerte liderazgo dentro del oficialismo, sería capaz de imponer un procedimiento digital para la elección del candidato a sucederlo, pero no fue así. Y Astori, el hombre que iba a ser rey, quedó como candidato a vice, aunque con la nada menor promesa de que regenteará la política económica. Pareció que había quedado liquidado pero salió fortalecido, y la segunda postergación de sus aspiraciones presidenciales no hizo menguar su entusiasmo: de junio a noviembre se prodigó en la campaña, y fue una sólida muralla protectora para algunos flancos débiles de Mujica.

Otros flancos débiles del candidato frenteamplista parecían ponerlo en una situación muy riesgosa, pero resultó que era invulnerable. O quizá que todas sus contras estaban amortizadas desde hace años. No le hicieron mella las andanadas de una campaña sucia in crescendo hasta el Gran Guiñol del “caso Feldman”, y tampoco su propia capacidad para irse de boca, que quedó registrada con dimensión enciclopédica en el libro Pepe: coloquios (una obra que pareció confirmar la teoría de Umberto Eco sobre los efectos del exceso de información: tal vez una o dos de las afirmaciones allí registradas del candidato frenteamplista podían tener consecuencias muy perjudiciales para sus intereses electorales; pero al presentarse por docenas, de algún modo perdieron relevancia).

Parecía, a comienzos del año, que gran parte de los sectores del Frente Amplio afrontaban dificultades insalvables para alinearse ante la disyuntiva entre Mujica y Astori, pero casi todos se alinearon sin sufrir daños visibles. Pareció después que se consolidaban en el oficialismo dos grandes bloques que seguirían en pugna, pero rápidamente hubo armisticios. Pareció que el Frente Liber Seregni establecía el primer proceso de unificación sectorial en muchos años dentro del FA, pero apenas comenzó el armado del próximo Consejo de Ministros se vieron grietas.

En Uruguay parecía que los dirigentes sindicales iban a mantenerse siempre a cierta distancia formal de las contiendas electorales pero este año se terminaron esas formalidades. Así y todo, pareció que las energías militantes de la izquierda mostraban síntomas de agotamiento, hasta que las Redes Frenteamplistas asumieron protagonismo. Parecía que los esfuerzos “orgánicos” siempre iban a ser más potentes que los “inorgánicos”, pero en esta ocasión fue al revés.

Los otros

Parecía que la clave de las elecciones era conquistar a los famosos electores “de centro”, con candidatos moderados capaces de atraerlos, pero los comicios partidarios de junio determinaron que compitieran Mujica y Luis Alberto Lacalle, en una especie de caricatura de la polarización. Eso no quiere decir que la premisa fuera errónea: muestra, simplemente, que el universo de los votantes en las internas tiene características e intereses muy distintos de los del “ciudadano promedio”, en caso de que ese espécimen exista.

Pareció que los blancos no podían tropezar de nuevo con la piedra de 1999, cuando Lacalle triunfó de modo rotundo en las internas pero luego demostró que estaba lejos de sus capacidades ganar la adhesión mayoritaria de los votantes en todo el país. Sin embargo, tropezaron. Quizá lo hicieron porque parecía que el caudillo herrerista se había transformado en un político mucho más sabio, sumando a su reconocido tesón otras destrezas más sutiles, y que iba a ser un adversario formidable ante Mujica, como abanderado de los poco dispuestos a elegir para la presidencia a un ex guerrillero mal hablado y peor entrazado, que como te dice una cosa te dice la otra. Pero esas esperanzas duraron hasta la noche del 28 de junio, cuando pareció que todos tenían motivos para festejar salvo los frenteamplistas. La campaña de Lacalle como candidato del Partido Nacional y, en forma vicaria, de todo el conglomerado político al que la victoria de Vázquez desplazó en 2004, se desbarrancó a velocidad imprevista y sumó un dislate tras otro hasta desembocar, como penúltimo recurso, en el terrorismo, y ya in extremis, en una voltereta inverosímil, invocando el espíritu constructivo y prometiendo rebajas de impuestos a troche y moche.

Después de tan magro desempeño, puede parecer que los frenteamplistas no tienen rivales a la vista y van camino a una cómoda sucesión de victorias como las que inauguraron al ganar por primera vez, hace 20 años, el gobierno departamental de Montevideo. Pareció que la contienda electoral iba a centrarse en el problema de la seguridad pública, o en la evaluación personal de los candidatos, pero de última se centró en lo más obvio: la gente tuvo que decidir si seguía gobernando el FA o volvía la alianza de blancos y colorados. Y la respuesta fue clara.

De todos modos, hay síntomas de fatiga en la opción capitalina por la izquierda, y algunas tendencias adversas para el oficialismo en escala nacional. Ya no es obvia y automática la preferencia por el FA de los votantes que se van incorporando al padrón, y los próximos cinco años pondrán a prueba la capacidad de la coalición gobernante para generar relevos. De hecho, las dos figuras que desde ya podrían considerarse como potenciales candidatos en 2014 son Astori y Vázquez, que llegarán a los próximos comicios con 74 años cumplidos (la edad que tiene ahora Mujica). Y las dos que hace unos años se perfilaban como posibles referentes nuevos, Carámbula (que tiene 62 años) y Daniel Martínez (diez años menor), aprendieron este año qué duro castigo pueden recibir los que intentan levantar cabeza.

Entre los colorados las apariencias no engañaron. Pedro Bordaberry administró los últimos ritos a Jorge Batlle y Julio María Sanguinetti, adueñándose del partido por completo, cuidó su futuro en la campaña del balotaje y se perfila como alternativa, no sólo en el terreno de la lucha electoral futura contra el Frente Amplio (si la ya larga puja entre Lacalle y Jorge Larrañaga termina con un “pa’mí, pa’vos, para ninguno de los dos”), sino también en relación con las generaciones derrotadas de los lemas tradicionales que apostaron a dividir el país en partes inconciliables. Su juego es otro, aunque el objetivo sea el mismo. Parece más distinto de lo que es.

Popurrí de los equívocos

Pareció que había condiciones para paliar la desigualdad de género en los primeros planos de la actividad política pero el sistema patriarcal es muy duro de matar. La llamada ley de cuotas regirá solamente en los próximos comicios, a modo de experimento, y los partidos han hecho muy poco para que las candidatas de 2014 comiencen a ser visibles desde ahora. Para colmo, la aplicación de esa norma en la más simbólica que relevante elección de convencionales realizada en junio casi se convierte en una broma de mal gusto por la acción combinada de los dirigentes que confeccionaron las listas (haciendo, en casi todos los casos, apenas lo mínimo que la ley les mandaba) y la mayoría de la Corte Electoral, que casi logra imponer una interpretación desvergonzada para reducir aun más la incidencia femenina.

Es la misma Corte Electoral que va camino de completar su tercer quinquenio sin que blancos y colorados asumieran el imperativo moral de renovarla, como ocurre también en el caso del Tribunal de Cuentas de la República. Parece que ahora sí habría algún cambio, pero dirigentes de los llamados lemas tradicionales han planteado que es mejor para el país que la oposición sea mayoría en esos “organismos de contralor”. Una teoría novedosa que, casualmente, no se les había ocurrido cuando ellos gobernaban y la oposición era frenteamplista.

Ese tipo de continuidades reconforta a los analistas externos convencidos de que los países latinoamericanos gobernados por partidos de izquierda se dividen en dos grandes grupos: uno que está en manos de populistas tan pintorescos como irresponsables y otro guiado por gente seria y pulcra, poco afecta a los cambios radicales. Según esos intérpretes, Uruguay se ha ubicado con claridad en el segundo grupo, pero también esa apariencia es engañosa.

Las obras durante el mandato de Vázquez no han sido estridentes pero tampoco faltaron, hasta este último año, cambios de los que podemos llamar propiamente “estructurales”; entre ellos, por supuesto, la culminación del Plan Ceibal, pero también la ley de negociación colectiva, la muy postergada llegada de la jornada de ocho horas al mundo de los trabajadores rurales, la descentralización política o diversas normas que reconocen derechos de las personas homosexuales, incluyendo el de ingresar a las Fuerzas Armadas.

De cualquier manera, Uruguay sigue siendo en muchos aspectos el mismo país reacio a las transformaciones culturales y taimado en el intento de bloquearlas. Que lo digan los integrantes del colectivo Ovejas Negras, que pretendieron llevar a la tele imágenes de besos entre personas del mismo sexo. Algunas cosas tardan tanto en cambiar que parecen eternas: por ejemplo, las concesiones “precarias y revocables” para realizar emisiones comerciales de radio y televisión.

Es el mismo país cuyas dirigencias políticas se disponen, como quien no quiere la cosa -pero al parecer queriéndola-, a conversar para ver si en una de ésas sería conveniente eliminar la prohibición vigente de la generación nuclear de energía, pero que sobreactuaron una reacción indignada cuando -en medio de un complejo juego de grandes intereses internacionales, y metiendo en la misma bolsa las posibilidades de evadir impuestos y las de lavar dinero del crimen organizado- algunas instituciones multilaterales señalaron que nuestro régimen de secreto bancario no necesariamente sirve para realizar buenas acciones. En lo relacionado con la energía nuclear o con los cultivos transgénicos parece bastar el argumento de que el daño es posible pero no probadamente inevitable. En el caso de nuestra discreción ante depósitos de dinero que deberían pagar impuestos en el país de origen, aplicamos el mismo criterio.

Otros problemas parecen, y son, enormemente difíciles de superar. Si habrá que pedalear cuesta arriba para la reforma del Estado que en este período tuvimos pruebas de algunas inercias tremendas en los dos extremos de la administración pública. Puede no haber llamado la atención que las graves deficiencias del INAU hayan persistido pese a que las afrontó, sin lugar a dudas, el equipo de conducción mejor calificado de las últimas décadas, o que superaran hasta la paciencia salesiana del sacerdote Mateo Méndez. Pero también en los refinados ámbitos de Antel, muy lejos de esas precariedades, se vio que quedaba sitio para una serie de eventos desafortunados que les costó los cargos a todos los integrantes del directorio.

En el terreno de las relaciones internacionales, que no ha sido el predilecto de Vázquez aunque las opiniones extranjeras sobre él tiendan a ser muy elogiosas, terminamos un año más con cortes de ruta, ya sin molestarnos en buscar soluciones antes de que se pronuncie la Corte de La Haya, y con un Mercosur en el limbo, mejorando, eso sí, nuestras relaciones bilaterales con Brasil. Ojalá que en estas áreas las apariencias engañen.

Aún

Por último, pero no con menor importancia, pareció que el escaso entusiasmo de muchos dirigentes del FA iba a impedir que se llevara a plebiscito la anulación de la Ley de Caducidad. Pero se logró ese objetivo. Después, en la misma noche del domingo 25 de octubre, pareció que por fin la sociedad uruguaya iba a desembarazarse del lastre más indigno que nos dejó la salida de la dictadura. Pero no. Y pareció luego que tantos esfuerzos habían sido en vano. Pero tampoco.

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