Heidi Weber, curadora de esta muestra, presenta en nuestro país parte de su invalorable colección de la obra gráfica, pictórica y escultórica de Le Corbusier, quien según ella fue prácticamente un pintor desconocido hasta sus 70 años. “Por este motivo”, señala, “creció en mí el deseo de asegurar a su trabajo artístico el reconocimiento que le correspondía y proporcionar a la mayor cantidad de gente posible de todos los niveles de la sociedad un encuentro con su obra, así como una explicación de ella”. Esta consecuente seguidora de Le Corbusier logró su propósito, inaugurando en 1967 el Pabellón de exhibiciones en Zurich -última construcción del arquitecto- y presentando allí en forma conjunta la obra arquitectónica y artística, en la que se destaca particularmente su obra gráfica; cuya impresión fue el resultado, también, del trabajo de Weber.
Esta exhibición que cuenta con 120 obras, entre óleos, esculturas, tapices, litografías, grabados, mobiliario, dibujos y maquetas, es una oportunidad excepcional de conocer este aspecto creativo del padre de la arquitectura moderna, desde el momento en que casi no existe en los museos del mundo obra de esta naturaleza. Es la primera vez que llega a Sudamérica esta colección y lo hace en un espléndido lugar; las instalaciones de la Fundación Pablo Atchugarry ofrecen -en lo que atañe al espacio- condiciones inmejorables para la presentación de obras como éstas, cuyo montaje ha sido pensado según la famosa concepción del Modulor. Un sistema de medidas que procura -tal como lo hicieron los antiguos y renacentistas- determinar una relación matemática entre las medidas del hombre y el universo. Es, a su vez, un sistema de medidas del cuerpo humano en que cada magnitud se relaciona con la anterior según la proporción áurea, que sirve como medida base en la arquitectura. Las medidas parten desde la del hombre con la mano levantada (226 cm) y de su mitad, la altura del ombligo (113 cm). Es por esa razón que los cuadros están colgados a un nivel más bajo que el habitual. En algunas paredes, incluso, estará marcada la altura, 2,26 metros, que es la medida con la que está modulado el museo de Zurich, y los colores con los que se pintaron algunas de las paredes de la Fundación corresponden a la carta que elaboró Le Corbusier.
La poesía de un racionalista
Entre 1947 y 1953, junto con lo que se considera la mayor síntesis de su pensamiento teórico en materia de arquitectura, Le Corbusier desarrolló la parte más significativa de su mejor obra plástica. Su pensamiento se concentra en el libro titulado “Poema del ángulo recto”, que reúne poesías de fuerte tono metafísico (“Un tiempo nuevo se ha abierto / una etapa un plazo un relevo / Así no nos quedaremos / sentados junto a nuestras vidas” ), collages, pinturas y dibujos, y del que se exhiben -en la presente muestra- 19 litografías ordenadas según las indicaciones del propio autor. En cerca de 150 obras de este tipo, Le Corbusier desplegó su cosmovisión en una combinación del texto poético y los temas plásticos, y aunque en el libro estas litografías aparecen dispersas, el autor propone un ordenamiento plástico único bajo la forma de un “iconostasis” en el que se sintetiza la relación hombre-mundo. La publicación de Poema... en los años 50 no tuvo grandes repercusiones y era conocido sólo por especialistas, por lo que Juan Calatrava, director de la Escuela de Arquitectura de Granada, decidió en 2006 presentar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid todo el material gráfico (dibujos, pinturas, maquetas-collages, litografías, fotografías) vinculado con la obra. Según él, Le Corbusier “vivió toda su vida con la amargura de no ver reconocida su faceta plástica en el mismo grado que su faceta de arquitecto. Pero para él no había separación entre ambas actividades; de hecho, dedicaba la mitad de sus jornadas al estudio de la arquitectura y la otra mitad a su afición plástica. Con rigurosidad y tenacidad absolutas”. Amigo de Fernand Léger, entre otros artistas plásticos vanguardistas, presidió junto con Matisse una asociación para la síntesis de las artes; el trabajo plástico nunca constituyó un simple divertimento para él. “La suya es una pintura profundamente filosófica”, explica Calatrava, “y está cargada de reflexión sobre el mundo, sobre la relación entre el macrocosmos del universo y el microcosmos del ser humano, sobre el papel del artista… Allí aparecen huellas de su interés por el cristianismo primitivo, los cátaros, la alquimia y los mitos griegos, alusiones a la tensión entre lo racional y lo telúrico, y al valor místico que encierran los números. Una intrincada simbología que se traduce en coloridas litografías y alude desde el mismo título de la obra a la obsesión que presidió cada una de las etapas creativas del arquitecto-pintor: hallar la geometría oculta de la naturaleza”. La presencia de los “toros” y “minotauros” delatan una admiración por Picasso también revelada en su trazo; el cuerpo, la mujer y los instrumentos musicales son temas recurrentes presentes directa e indirectamente en sus dibujos, grabados, pinturas, diseños y muebles. Algunas esculturas en madera, fuertemente coloridas, y dos enormes tapices completan el conjunto formidable de obras que revelan intereses de muy diversa naturaleza, una finísima sensibilidad y una amplia cosmovisión muy alejada, por cierto, del estereotipo del frío calculador, racional y purista.
En el marco de la exposición se desarrollarán otras actividades vinculadas con la muestra; films, conferencias, seminarios y talleres serán un motivo adicional para visitar durante el verano el espléndido lugar y disfrutar de uno de los acontecimientos más importantes del año en materia de artes plásticas.