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La mano del maestro

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Saúl Ibargoyen Islas, poeta, narrador y ensayista, en un fin de semana agitado.

Saúl Ibargoyen (Montevideo, 1930) es un escritor escurridizo, simple y contundente. Su escritura, que atraviesa todos los géneros, lo ha mantenido siempre en una situación fronteriza. Exiliado en México en la década de los 70 a causa de la dictadura cívico-militar, es un autor inubicable en una generación (aunque algunos lo adscriben a la del 45) e inclasificable por lo diverso de su poética y lo extenso de su producción. la diaria conversó con él con motivo de la presentación de la novela El torturador, una colección de haikus y el poemario de juventud Espada de fuego (hoy a las 19.00 en Montevideano Laboratorio de Artes, Colón 1308) y un homenaje que le realizará mañana la Casa de Escritores y la Dirección de Cultura (a las 13.00 en el Mercado de la Abundancia, San José 1312).

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-Sueles decir que no escribes poesía sino versos.

-Siempre hubo una excepcionalidad en esa expresión verbal que se supone que en algo se puede acompañar de lo gestual y luego también de percusión; lo va generando un ritmo. Yo antes hablaba de escribir poesía, después entendí que lo que yo escribía eran versos, una unidad rítmica y melódica entendida como un sistema que forma parte de un sistema mayor; hasta ahí llego. Si el receptor encuentra lo que se llama convencionalmente “poesía”, entonces sí, será poesía, en el sentido de que se cumpla la dialéctica expresión-comunicación.

-La oralidad es algo muy presente en tu escritura. Pienso en tus trabajos narrativos escritos en portuñol, también en el hecho de escribir poesía conviviendo con el uso de la lengua que se hace en México.

-Sí, hay una diferencia que yo como lector “objetivo” puedo apreciar. El portuñol marcó ciertas modalidades rítmicas que aparecen en mi narrativa, le he dedicado bastantes cuentos y novelas, y algún que otro personaje fronterizo. El uso del portuñol y la lectura del portugués -que son dos experiencias distintas y cercanas- siempre me han dado la certidumbre de que el portuñol, ya sea dialecto o lengua, ya está integrado a mi personalidad. En cuanto a la resonancia del ámbito lingüístico más amplio, no solamente México -además hay muchos méxicos: México es un continente-, está también la resonancia del uso del español en otros países de América Latina, y no se trata sólo de vocabulario sino de respiración -para usar un sentido figurado- e incluso de la manera como caen los acentos en el habla y como son llevados a la escritura en ese mestizaje lingüístico. La utilización de una palabra si no representa una idea, un color, una figura, un olor, un sabor, no tiene ningún valor; por lo tanto no la uso, si no caería en un lirismo vacío, el retórico hueco.

-¿Hay algo que te parezca representativo de tu obra en la poesía uruguaya?

-En cierto sentido sí, la poesía en tanto respuesta de corte social, que es bastante notoria en numerosos autores. Por otro lado, cierta vinculación con el surrealismo (no el de Marosa di Giorgio). No entiendo el surrealismo como el automatismo de las primeras etapas de los escritores franceses, sino como una postura de producción semiautomática. Yo la he practicado como una variante del surrealismo original, tanto es así que tengo un libro llamado Poeta semiautomático [2006], esto es, una liberación controlada del inconsciente. Y también cierto lirismo que conlleva una cercanía con tendencias que emanan de otros lados, tanto la poesía hispanoamericana como la poesía en lengua inglesa y francesa. Llamo lirismo a la confirmación de lo subjetivo. Yo creo que el autor sigue existiendo, el autor no ha muerto. Tal vez no se mire ese lirismo que hasta hoy desarrolla cierta carga subjetiva a través de varias décadas de trabajo. Ése es otro tema.

-¿No te parece que cuando se habla de la muerte del autor se está hablando de la muerte de una literatura, es decir, de una forma de leer La Literatura?

-Estoy de acuerdo con eso, pero las corrientes literarias se yuxtaponen, no hay una sola sino múltiples, por eso decir “esto está superado” me parece algo muy alejado de sí. ¿Quién tiene la verdad en su bolsillo? Creo que nadie. Yo tengo mi verdad, me ajusto a ella y si tengo que cambiarla lo hago, pero no es La Verdad sino una de las tantas que conforman el acercamiento a la final, si es que tal cosa existe. Esto puede ser un concepto excesivamente apegado al relativismo, una concepción de la movilidad e impermanencia de todas las cosas, la escritura es un movimiento aparente. Tú te enfrentas a un texto en un instante particular de tu vida, después lo reencuentras en otro momento y es otro texto para ti, o puede serlo, entonces el movimiento aparente se convierte en movimiento real.

-¿Cómo piensas tu poética?

-Depende de los momentos. La poética del cuerpo está referida no sólo a eso que se llama Amor, sino también a otras circunstancias que se convierten en tema, la poética del cuerpo, incluso desde lo escatológico hasta lo idealizado, siempre está presente. Soy fiel al propio origen de la poesía, si es que su origen existió, de la manera como se plantea, en función de la analogía. Por algo todavía hablamos de “el pie del árbol” o “los brazos del río”, esa analogía conlleva una función creativa.

-Algunos de tus libros trascienden la discreción del género poético. Por ejemplo, el Bichario [1999], libro que se remite a los bestiarios.

-Sí, se alía a la tradición de los bestiarios medievales y orientales. De algún modo intenta una descripción más amplia del mundo a partir del trabajo minimalista, trabajar con lo más breve posible. A veces se me ha adjudicado ciertos excesos en la escritura, la intensidad, soltar el verso... y quizá sea cierto, al punto que estoy revisando los libros de hace varias décadas. Como decía Antonio Machado, “una cosa es el que escribe y otra es el que critica”: ambas llevan su riesgo. Hay aspectos formales que se pueden limpiar, cortar y no perjudican aquel momento del ánimo que es irreproducible en el momento de la escritura. Pero cada poeta tiene su necesidad, el Poeta escribe por necesidad.

-¿Esa necesidad de escribir está ligada a ver la poesía como intervención o respuesta a una coyuntura social?

-Eso está ligado quizá a la idea de cuál es la función de la poesía actualmente. Hasta dónde una potencia poética puede ingresar a la realidad, ayudando a modificarla en la medida en que opere sobre la sensibilidad de las personas. La poesía no modifica la realidad, si no entramos en la magia, la mera palabra modificando las cosas. Sabemos que no es así. Curiosamente, a medida que hay mayor difusión de la poesía -tanto por internet como por el papel- no parece que esa difusión tenga un reflejo de acuerdo al tamaño de la masa de información poética que hay. Los poetas árabes, los recitadores llamados rawa que en el zócalo del mercado improvisaban en verso -siendo analfabetos- acontecimientos de la vida cotidiana de lo que estaba pasando, la lucha entre las tribus, esos venían desde antes del Islam. Ahí el poeta cumplía una función, era un comunicador y ayudaba al mismo tiempo a la identidad de grupo. Eso pasa también con otras figuras del poeta a lo largo de la historia. Pero ahora parece que no es así, por más que le den un premio. Te dicen “Fulanito de tal, premio Nobel de poesía”, pero si en la Tierra hay 6.500 millones de habitantes eso significa que ese autor estará siempre inédito. En un país como México está el premio Aguas Calientes, dotado de una fuerte suma de dinero. Sus libros se publican, ¿y esto qué efecto tiene? No se puede medir. Si ese libro va a internet lo alcanzan más lectores, pero yo no percibo una influencia con carácter de decisión de la poesía con respecto al suceder social. Con que la poesía llegue a determinados ámbitos, que son reproductivos, no sólo a través de libros, lecturas o discos, a veces algún poema adquiere un espacio social inesperado, pero eso, apoyado sobre todo en la música, es una producción espiritual que está cada vez más envuelta, más compleja, más árida, más sangrienta, más brutal.

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