El Parque Nacional Esteros de Farrapos e Islas del Río Uruguay forma parte del Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP) desde noviembre de 2008. Se ubica en el departamento de Río Negro y su extensión ronda las 20.000 hectáreas. Reúne varios ecosistemas: bosques de parque, ribereños, suelos de blanqueales, humedales e islas fluviales. La zona es significativa para la reproducción de aves y peces y reúne una amplia diversidad de especies biológicas. Desde 2004 es protegida como sitio Ramsar (convención internacional para la protección de humedales).
Sin embargo, el ecosistema está amenazado por el uso del suelo de la cuenca de influencia, donde predominan cultivos forestales y de soja transgénica. El cambio ha sido drástico y acelerado en la última década, en la que la expansión de los cultivos de soja ha sustituido campos naturales. Esto determinó una pérdida de diversidad y un incremento del uso de plaguicidas. El impacto del cambio ya se observa, pero sus consecuencias a futuro son inciertas.
El estudio fue desarrollado por la Organización No Gubernamental Vida Silvestre, con financiamiento del Programa de Fondos para Ecosistemas del Comité Holandés de UICN. Fue ejecutado con el apoyo de investigadores de las facultades de Ciencias y Química de la Universidad de la República (Udelar) y del Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias.
El equipo trabajó de manera participativa con instituciones de Nuevo Berlín y San Javier, localidades rionegrenses aledañas al área protegida. Los resultados fueron presentados el miércoles 11 de agosto en el liceo de Nuevo Berlín, donde acudieron representantes de la Intendencia de Río Negro (IRN), del proyecto Más (IRN-Uruguay Integra), del SNAP, del Centro Regional Norte de Paysandú (Udelar), de la Comisión Administradora del Río Uruguay (CARU), pescadores artesanales y apicultores, docentes de ambas localidades y estudiantes del liceo de Nuevo Berlín que participaron en la experiencia.
El proyecto propició la articulación interinstitucional, cualidad que fue destacada por todos los participantes que acudieron a la presentación. Contribuyó también a aceitar vínculos entre la comunidad local, por ejemplo, una de las estudiantes de sexto año que participó en un taller con pescadores indicó: “Gracias a este proyecto nosotros supimos valorar la pesca artesanal, porque a pesar de que seamos vecinos de pescadores no nos dábamos cuenta de la importancia que tiene para esta localidad, cómo se organizaban y las cosas que hacían”.
Daños colaterales
El proyecto evaluó la presencia y concentración de plaguicidas en suelo, peces y producción apícola dentro del área protegida y en zonas agrícolas y forestales de la cuenca.
Los principales pesticidas encontrados en el estudio fueron endosulfán (insecticida organoclorado, disruptor endócrino, altamente tóxico, cuyos residuos en alimentos y agua poseen riesgos inaceptables para la salud humana, persistente en el ambiente por más de seis años y prohibido en más de 50 países), cipermetrina (insecticida piretroide extremadamente tóxico para peces y abejas, disruptor endócrino y con potencial moderado de bioacumulación), -Cihalotrina (insecticida piretroide derivado de la nicotina, muy tóxico para peces, crustáceos y abejas), clorpirifos (insecticida organofosfatado extremadamente tóxico para peces, aves y abejas con moderado potencial de bioacumulación), coumpahos (acaricida usado para curar enfermedades de las colmenas y prohibido en miel) y glifosato (herbicida aminofosfórico potencialmente contaminante de agua subterránea, bioacumulable en peces y que en altas concentraciones puede ser mortal). Las plantaciones forestales utilizan glifosato; en las de soja también lo aplican y utilizan además cipermetrina, -Cihalotrina y clorpirifos.
El estudio constató la presencia de plaguicidas en suelos de ambientes naturales (incluso dentro del área protegida). Asimismo, verificó altos niveles de endosulfán en sedimento de cañadas en suelos con soja.
En cuanto al estudio de los peces, como en nuestro país no se realizan análisis de la presencia de plaguicidas en dichos organismos, el grupo de trabajo envió a Alemania las muestras de peces para que fueran analizadas. De las ocho especies más consumidas en el medio local y de mayor interés comercial se constataron restos de endosulfán en tararira, bagre amarillo, sábalo y boga. “En algunas tarariras y bagres amarillos, las concentraciones encontradas fueron superiores a lo permitido según el Codex Alimentarium para la carne de pollo (no se encontró referencias para carne de pez)”, explica el informe final.
En relación a los productos apícolas (miel y cera), no se constató la presencia de plaguicidas estudiados en ninguna de las muestras de miel. Sí se detectaron altos niveles de coumaphos en muestras de cera y sólo en una de las once muestras de cera colectadas en febrero se registró endosulfán.
Todas las muestras de agua analizadas dieron negativo para los plaguicidas analizados, pero el grupo aclaró que “el agua junto con la miel se consideran elementos no adecuados para detectar la presencia de los plaguicidas analizados, ya que dichos compuestos no son persistentes en agua y miel”.
En los casos de mortandad masiva de peces y abejas que fueron evaluados, se encontraron “altas concentraciones de plaguicidas en general y de endosulfán en particular”.
El informe final alerta: “A pesar de las fuertes restricciones que existen en Uruguay respecto al uso de endosulfán se encontraron altas concentraciones en la mayoría de las matrices analizadas: suelo, peces, cera y abejas y peces colectados durante mortandades masivas. Sería recomendable reevaluar la autorización de su uso, dada su alta toxicidad, persistencia y potencial de bioacumulación y biomagnificación, que ha justificado su prohibición en la mayor parte del mundo”.
En diálogo con la diaria, Carlos Migueles, pescador artesanal de Nuevo Berlín, dijo: “La población de Berlín consume mucho pescado de cuero y lo que más está consumiendo es bagre. Entonces, si en el bagre se encontró endosulfán, ya estamos planteándonos qué tiene que cambiar en la dieta de nosotros, pero si a su vez encontramos que en la boga y en el sábalo también, ya no vamos a tener para dónde disparar. Hoy por hoy, estoy viviendo solamente de la pesca. Desde que me llamaron y me dijeron que había endosulfán en los peces de consumo ya no estoy comiendo pescado y entonces si me tengo que comprar un kilo de carne tampoco me va a dar. Ya no sé para dónde disparar”.
Colmenas afectadas
El proyecto implicó un monitoreo participativo con apicultores de San Javier y Nuevo Berlín. Entre octubre y abril se colocaron trampas al pie de las piqueras (entrada de las colmenas), hacia donde las abejas expulsan a las que mueren en el interior de las colmenas. En la presentación, las integrantes del equipo señalaron que no había en Uruguay datos de base sobre la mortandad de abejas por semana.
Es por eso que cada apicultor participante llenó una planilla con el conteo de abejas muertas por semana. A partir de los datos obtenidos se observaron diferencias entre ambas localidades, de acuerdo al período del año: en noviembre la mortandad semanal en San Javier iba de 40 a 67 abejas, mientras que en Nuevo Berlín iba de 39 a 58; en cambio, en enero-febrero, mientras que San Javier mantuvo el promedio de noviembre, en Nuevo Berlín se incrementó exponencialmente, contabilizando de 298 a 397 abejas muertas por semana. El grupo de trabajo especificó que la diferencia tiene relación con los usos del suelo: “La mortandad basal de abejas es mayor en apiarios ubicados en predios rodeados de cultivos de soja que en apiarios en entornos forestales y que en ambientes naturales”.
Entre las opiniones vertidas en el intercambio de la presentación de resultados se recalcó la importancia de continuar y profundizar el monitoreo de recursos naturales. Se mencionó que si bien los resultados representan sólo una pequeña fracción de la realidad, son algo así como una “alarma amarilla” que habría que monitorear.