El secretario de Estado realizó esos comentarios durante la conferencia “Globalización, desarrollo y bienestar social”, en la que también disertaron los expertos Francoise Bourguignon y Carlos Winograd, de la Escuela de Economía de París, y el presidente del Banco Central (BCU), Mario Bergara.
Winograd se refirió a la situación de la región frente a la coyuntura económica global, descartando que sea inmune a lo que suceda en el mundo desarrollado, sobre lo cual fundamentó: “Estamos mucho mejor que en el pasado, (pero) seguimos dentro del planeta. Es irrisorio pensar que lo que pasa en otras partes nos pasa por el costado y no nos afecta”, puntualizó. Ejemplificó con el aumento creciente del proteccionismo comercial, “dirigido a objetivos menos determinados y menos transparentes”, como ciertos requerimientos ambientales que esconden un “proteccionismo camuflado”.
Destacó que la actual no es la primera globalización económica sino que ya hubo una desde fines del siglo XIX y hasta la crisis de 1929, en cuyo curso Latinoamérica se integró al mundo asumiendo la función de productora de materias primas. Después de ese proceso de ajuste global, la región reaccionó aplicando estrategias de desarrollo económico basadas en la sustitución de importaciones, sobre las que observó: “En países pequeños, que no tienen escala, dura muy poco”. Apuntó que la región tiene importantes desventajas en términos industriales, salvo en los casos de Brasil y México.
En los últimos años resurgió la variable de las materias primas, aunque también otros sectores de actividad como los servicios comerciales: contabilidad, finanzas y logística entre otros. De ahí que la región contenga "un gran potencial en la combinación del sector primario con los servicios”, cuya explotación se vislumbra viable en virtud de que “la globalización está fortaleciendo y profundizando la especialización tradicional de América Latina”. Pero, en este punto, advirtió contra "la maldición de los recursos naturales, metáfora del riesgo derivado de sus “sumamente volátiles” precios, recomendando “estar asegurado” con instrumentos precautorios como el Fondo de Estabilización de Chile. Igualmente, remarcó que la producción de commodities asociada al desarrollo de los servicios ofrece “gran potencial de crecimiento”, tanto por el incremento de la demanda como por el hecho de que la región tiene “el 23% de la tierra potencialmente cultivable y el 17% de las pasturas”. “Sólo el 10% está efectivamente cultivada”, recordó.
Miro, veo, creo
Lorenzo, a su turno, confrontó con Winograd en torno a la citada "maldición" al resaltar la importancia de las políticas internas en la determinación de la suerte de los países, rechazando el concepto de que ésta depende exclusivamente de las condiciones internacionales. “En Uruguay hay que desterrar la (idea de la) maldición sobre los recursos naturales: la verdadera maldición es (la) de las malas políticas” económicas, rebatió. Aseveró que el gobierno “jerarquiza las políticas internas” de progreso distributivo utilizando la coyuntura económica, que permite “aprovechar como país los beneficios de la globalización”, proceso que trae “importantes oportunidades consigo”.
Bergara, por su parte, también defendió el valor las políticas internas, en este caso para enfrentar los efectos negativos de la crisis, subrayando la necesidad de “reducir las vulnerabilidades” macroeconómicas. Recordó que los objetivos de gestión del BCU están orientados a su “estabilidad y la credibilidad”, e incluyen la “estabilidad de precios, el sano desarrollo del sistema financiero y la preservación del sistema de pagos”, y explicó: “Eso puede hacerse bien, mal, o más o menos, y según cómo se haga, vamos a tener más o menos credibilidad, y más o menos confianza”, aseguró, ponderando luego que “la primera política social es la estabilidad macroeconómica. Uno puede recorrer el mundo y la historia, y difícilmente se encuentren desarrollos sostenidos en contextos de inestabilidad macroeconómica”, precisó, para abundar: “Nunca cae tanto la producción y el empleo, ni aumenta tanto la pobreza, como cuando hay problemas macroeconómicos o crisis bancarias”, por lo cual no cabe oponer la meta de la expansión al objetivo de la estabilidad. Añadió que el asunto también tiene un componente ético y de estabilidad social, que se retroalimenta con la estabilidad macroeconómica, señalando que la inestabilidad aumenta riesgos vinculados a la institucionalidad política, el desmembramiento social y la violencia. Al respecto, dijo que un acceso mayor a los servicios financieros coadyuva al desarrollo, porque facilita las transacciones, hace más eficiente el sistema de pagos y propende a la inclusión.
Más y menos iguales
Bourguignon expuso acerca de la globalización y su relación con la desigualdad. Explicó que, en la comparación entre países, se produjo un incremento de la desigualdad a partir del siglo XIX, y que durante los últimos dos decenios se verificó una significativa reversión de esa tendencia. “En casi 20 años se eliminó el alza de la desigualdad mundial que tardó 70 años en generarse”, sostuvo el experto, indicando que los países emergentes crecieron a una tasa “mucho más rápida” que los demás, proceso que contribuye “a la igualación de la distribución mundial”. No obstante, alertó contra la actual dinámica hacia la desigualdad interna en los países. En este punto detalló que, desde los años 80, dos tercios de países desarrollados experimentaron una fuerte suba de la desigualdad, incluso en Estados, que “tienen una cultura igualitaria” como Finlandia, Suecia y Noruega. Asimismo, entre las economías emergentes también “hay muchos países donde la desigualdad ha subido”, particularmente en aquellos “de mayor crecimiento”, como China e India. En América Latina sucede algo similar y la mayoría de las naciones empeoró sus respectivos niveles de desigualdad, “incluso en aquellos países donde bajó, como en Brasil, el nivel sigue siendo altísimo”. Bourguignon destacó el papel clave que juegan las políticas de redistribución para reducir la desigualdad, lamentando que a nivel internacional “se ha reducido la progresividad de los impuestos”, y reclamó que cada sistema tributario “sea razonable con los objetivos de equidad”.