En la semioscuridad de la sala, el silencio respetuoso que espera a Leo Maslíah sólo es quebrado por la masticación de los incautos que han caído una vez más en la trampa del pop salado -acompañado previsiblemente de un deglutir ansioso de bebidas refrescantes-,y por la respiración achacosa e irregular de un equipo de aire acondicionado que llega a dificultar por momentos la atención en el espectáculo.
Salida paralela
Desde el año pasado Maslíah, además de llevar adelante su carrera como escritor, es la cara más visible de un proyecto musical autónomo. La Orquestita lo muestra acompañado por un pequeño conjunto más o menos estable de vientos, cuerdas y percusión, con el que realizan no sólo un repaso por la obra de Maslíah sino también versiones de temas de Ruben Rada o Sara Genta, entre muchos otros. La Orquestita, que “cada vez suena menos pior”, estará realizando ensayos abiertos (gratuitos) todos los lunes a las 19.30 en café la diaria. Allí, entonces, se darán cita sus integrantes: Inés Dabarca, Sara Genta, Verónica Ackerman, Héctor Ríos, Emiliano Pereira, Leo Méndez, Inés Agosto, Ana Laura Sellanes, Gianfranco Grompone, Pablo Guillama, Juan Olivera, Carlos Giráldez, Martín Morón, Hernán González, Sebastián Pereira, Felipe Badaró, Gustavo Etchenique, Bruno González, Lucía Gatti, Álvaro Barneche, Andrés Pigatto, Marco Messina y Gabriel Bolioli, además del propio Maslíah, claro.
Sin embargo, cuando los dedos de Maslíah comienzan a pasearse sobre el teclado con una hiperactividad y precisión industriales, las interferencias ambientales desaparecen. La penumbra del lugar sólo ayuda a acentuar la sensación que uno tiene a veces al observar a Leo en vivo: al igual que en la escena musical del “otro padre” en Coraline (la película de Henry Selick basada en el libro de Neil Gaiman), una fuerza mecánica ajena al propio intérprete gobierna la danza de los dedos sobre las teclas, independientemente de lo que él canta o discursea entre tanto, como si se tratase de la conjugación de dos voluntades distintas que se ponen de acuerdo en sumar sus capacidades virtuosas para combinarse en un dúo perfecto.
A lo largo del show -ya sea en solitario con su teclado o en colaboración con algunos de sus artistas invitados-, Maslíah se dedica a repasar con esta habilidad notable el (afortunadamente) inclasificable legado musical de su fábrica de hacer música, en funcionamiento por más de 30 años. El humor, las acrobacias verbales, las armonías elaboradas, el virtuosismo combinado con melodías de adhesión instantánea -no por ello menos complejas-, su vasta influencia musical y su imaginación desbordante pero regida más por una lógica irreprochable que por lo que llamamos absurdo, siguen componiendo el universo de Maslíah, que a través del repertorio logra activar la carcajada con frecuencia pero también conmover y lograr un silencio expectante.
Parte del público que va a ver a Leo Maslíah en este ciclo, como sucede en muchos casos, tiene una tendencia permanente a reírse, a creer que todo lo que dice o canta el músico está hecho con el objetivo de causar gracia, desde los chistes evidentes a sus breves interlocuciones entre canción y canción. Unos pocos esperan que se les provoque la risa en cada intervención, y parecen levemente desilusionados cuando tal cosa no sucede. Y sin embargo, pese a la impaciencia de los incondicionales con unos y otros, nada de eso está mal, porque en la experiencia de escuchar a Maslíah el humor no es un factor aislado y está ligado a varios niveles de expresividad: es difícil e incluso inadecuado establecer qué es serio y qué es humorístico, como queda demostrado en las distintas reacciones de la audiencia en varios pasajes del repertorio.
Recital especial
El ciclo que protagoniza Leo Maslíah los jueves de febrero en Undermovie no es distinto a otros recitales que haya realizado en los últimos años. Hay monólogos musicalizados, pequeños cuentos, temas clásicos de su repertorio, versiones de obras de otros autores, intervenciones sobre algunas piezas ajenas, instrumentales de su autoría e interpretaciones de clásicos literarios. La trama que une al conjunto, en este caso, es la presentación de algunos temas de su nuevo disco, Cantanotas, grabado a dúo con la violonchelista Lucía Gatti. Gatti, que junto con el saxofonista Leo Méndez y el clarinetista y saxofonista Emiliano Pereira compone el grupo de colaboradores del ciclo (al que mañana se sumará Riki Musso), hace de contrapunto vocal y musical de Maslíah, endulzando algunas composiciones suyas ya clásicas.
La mitad de Cantanotas es instrumental y la otra revela estas nuevas versiones de temas habituales en el repertorio de Maslíah. Por ejemplo, la melodía circular y encantadora de “Extraños en el día” (perteneciente al estupendo Extraños en tu casa, de 1985), o “La baba por ti” y “Una canción compuesta por un imbécil” (de I lique roc, de 1988), cantados a dúo. El resto del repertorio no sólo recorre algunos puntos altos de la carrera de Leo Maslíah sino, directamente, del cancionero popular uruguayo. “El concierto”, la narración de los efectos imprevistos y etéreos de un recital de música culta, editado en su primer disco, Cansiones barias, es uno de esos ejemplos agridulces que despiertan una sonrisa melancólica. El chiste de “Moda retro”, una epopeya hilarante sobre la progresión del amor, resiste la escucha repetida gracias a un ritmo narrativo perfecto, mientras que “Zanguango”, que llega en los bises, es el momento más “pop” de la carrera de Maslíah.
A lo largo del recital también aparecen versionados artistas tan distintos como Fernando Cabrera (“Agua”), los Beatles (“Eleanor Rigby”), el saxofonista Sonny Rollins (“Saint Thomas”), Charlie Parker (“Donna Lee” en una hilarante versión en español) y hasta Los del Río, con Maslíah convirtiendo la intragable “Macarena” en una versión jazzeada con la que se puede mover los pies sin sentir vergüenza propia y de la raza humana. Un tour de force como la versión invertida de la canción tradicional “Autumn leaves” deja paso a uno de los momentos más disfrutables y novedosos del ciclo: la interpretación de varias piezas de la “Obertura a la francesa” de JS Bach, a las que Maslíah pone letra revelando diferentes enfoques sobre el amor. El músico es capaz también de resumir perfectamente en tres minutos -en lo que parece casi un ejercicio de musicalización de cine mudo- la historia de “La metamorfosis” de Kafka, con una capacidad de síntesis superior a cualquier apunte literario que encuentres en la vuelta.
Aplaudir en forma persistente al final del recital da sus frutos. El pasado jueves, la insistencia del público permitió que Maslíah volviera a escena para cerrar con la mejor canción montevideana de todos los tiempos, “Biromes y servilletas”, que de por sí ya es razón suficiente para ir a ver a Leo Maslíah.