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Fernando Devoto.

Foto: Javier Calvelo

“¿Quién quiere un aguafiestas?”

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El argentino Fernando Devoto y los desafíos de la historia y la universidad actuales.

Hace dos semanas uno de los historiadores más respetados de Argentina pasó por Montevideo para presentar La Universidad de la República. Desde la crisis a la intervención. 1958-1973, el libro póstumo de la uruguaya Blanca Paris. Con él hablamos del nuevo rol de los estudios terciarios, de los vínculos de la historiografía uruguaya con los estudios regionales, y de su papel ante los festejos del Bicentenario.

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Titular de teoría e historia de la historiografía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Fernando Devoto (1949) tuvo cercana relación con Paris y con su esposo (y colega) Juan Oddone. “Creo que la Universidad de la República es un poco un estudio en sí, y es a la vez un lugar en el cual se puede pensar la historia del Uruguay. Tiene un interés específico vinculado a un ámbito importante para la formación de los grupos dirigentes, tanto de dirigentes establecidos como de outsiders, desde el poder y desde la oposición, en un sentido amplio. Esos ámbitos formativos son importantes, no sólo como conjunciones de ideas, sino más aun como constructores de ámbitos de sociabilidad, como ámbitos de interacción”, opinó Devoto en relación a la obra de Paris.

-En la presentación se habló de la corriente reformista que refleja el libro, y de Blanca Paris como una historiadora comprometida con los tiempos que le tocó vivir y con los procesos de cambio en la universidad. ¿Cómo se puede relacionar estas ideas con los desafíos actuales de las universidades latinoamericanas ?

-La pregunta es compleja. Primero, haría una precisión. Creo que Blanca Paris fue una persona mucho más comprometida con la reforma de la universidad y con una idea de la universidad que una historiadora o una persona comprometida en la arena política. Eso también es parte del clima del reformismo. Era un compromiso intelectual. Un compromiso desde lo profesional y desde los ámbitos profesionales, más que una participación activa. Dicho esto, creo que una de las virtudes de Juan Oddone y Blanca Paris es que fueron muy imbricados con las dos orillas del Plata. Muchas experiencias de ellos en Buenos Aires reflejan un tiempo de unión entre dos historiografías. El clima cultural ahora es muy diferente. Los desafíos actuales tienen que ver ya no con problemas asociados, por ejemplo, con la explosión de la matrícula. La explosión vino, se instaló y se quedó. Hoy el desafío es pensar en una nueva universidad, en cómo mantener unidos un proceso de especialización con un espíritu global. Es evidente que lo que podríamos hablar sobre estudios terciarios ha cambiado de características. En Argentina hay muchos jóvenes, y también en Uruguay, que van a hacer sus posgrados al exterior. Las universidades latinoamericanas tendrían que desarrollar con más fuerza los estudios de posgrado, tendrían que defenderse con más fuerza mecanismos de cooperación y algún tipo de interacción entre las universidades de la región, incluso la creación de algún tipo de institución regional a nivel terciario. Éstos son problemas que el reformismo no pensaba. El reformismo pensaba “universidad-cambio social”. La universidad tiene en sí un papel en el proceso de cambio, pero ese proceso de cambio tiene que estar vinculado con el ofrecimiento de una enseñanza de calidad. Y además, hoy en día la universidad pública tiene la competencia de las universidades privadas. Lo que se debe conservar, entonces, y lo que planteaba el reformismo, es la idea de que el Estado tiene que garantizar no sólo los estudios gratuitos sino una educación de excelencia. Y esa educación de excelencia no siempre es posible con una educación masificada, por lo que el Estado tiene que tener distintas alternativas. Pero el Estado no puede perder mecanismos de controles que aseguren la formación de sus cuadros dirigentes.

-En eso jugaría un papel importante el intercambio académico, tanto en beneficio de las ciencias sociales como para los procesos de la universidad latinoamericana. Y también puede tener un papel muy importante para la historia, como lo fueron, pore ejemplo, para el desarrollo inicial del Instituto de Investigaciones los aportes de historiadores argentinos como Emilio Ravignani y José Luis Romero.

-Yo diría que de todas maneras hoy no se plantea del mismo modo que a mediados de la década de 1940. Yo no iría por ahí. Eso respondía a problemas de aquel entonces. Yo creo que hoy en día es un problema de diálogo entre iguales, de intercambio. Pero sí insistiría mucho sobre el tema de un marco de circulación, un marco de intercambio. Profesores argentinos que enseñen en un período en las universidades uruguayas, profesores uruguayos que enseñen por períodos en las universidades argentinas o brasileñas. No te digo otros países porque tiene un sistema universitario muy diferente. Pero en estos tres países, Argentina, Brasil y Uruguay, hay compatibilidad ,¿por qué no hay un acuerdo que implique este intercambio de experiencias? Hay que abrir la universidad de algo que aparece poco en el libro de Blanca Paris, que son los intereses corporativos. Los grupos académicos son focos que se autoprotegen y se autoreproducen. Entonces eso limita las posibilidades de contar con una universidad de excelencia. ¿Cómo se combate eso? Yo creo que con una apertura. Apertura al mundo global, una apertura de aquellas universidades que tienen desafíos, que tienen intereses y que tienen perspectivas comunes en la región.

-¿Como podrían ayudar estos intercambios al estudio de la historia regional y de la historia comparada?

-El futuro de la historiografía está más allá de las historias nacionales. Entonces acá tenemos dos vías. Una es la historia regional. Una historia que se da por dimensiones que no son delimitadas por lo político sino por otras características, que pueden ser sociales, económicas, espaciales, que van más allá de las fronteras políticas. La otra idea es la historia comparada, que permite ciertas unidades de observación, que en este caso no necesariamente tienen por qué ser una historia comparada de Argentina y Uruguay, pero sí, por ejemplo, se puede hacer una historia comparada de Uruguay y el litoral argentino. Siempre debe haber comparación con unidades similares, y en el problema de la regionalización, lo importante es la delimitación de la región. O sea, lo que tiene que resolver el historiador es el objeto de estudio, cómo lo delimita, cuál es la escala en la que quiere operar y cuáles son las operaciones que quiere hacer a partir de ellos.

-Usted tiene una relación bastante cercana con historiadores uruguayos. ¿Cuál es su opinión acerca del estado de la historiografía uruguaya?

-Creo que está ante un desafío, y que es también el de la historiografía argentina, que es cómo se sustituye una generación de grandes historiadores a los que les pasó su tiempo, por su desaparición o su retiro. El problema se presenta no sólo para los que son los sustitutos naturales de la historia académica, sino para las nuevas generaciones (y, pensando en la pregunta, yo no sé si tengo los elemento suficientes para responder eso). O sea, no la generación inmediatamente sucesiva, sino la otra. En ese contexto, noto sí que hay una generación joven de muy buenos historiadores uruguayos, formados en el exterior, gran parte de ellos, y muy profesionales. Puedo citar el caso de Vania Markarian, quien estudió en Estado Unidos. Hay otros, como Laura Reali, que está en Francia, o Isabella Cosse, que está en Buenos Aires. Pienso que ahí está el futuro de la historiografía uruguaya.

-¿Cuál es su opinión sobre el papel que han jugado los historiadores argentinos en los festejos del Bicentenario?

-Primero, los historiadores juegan el papel que les dejan jugar. En ese sentido, yo diría que los historiadores en general han tenido un lugar bastante marginal. Y lo han tenido quizás no porque ellos lo hayan querido, sino porque también los historiadores tienen hoy un conjunto de desafíos, como los operadores y gestores mediáticos, que eran desafíos impensables hace 30, 40 años. Entonces, considero que lo que tenemos hoy son best sellers, tenemos medios de comunicación, etcétera. La industria editorial ha dicho lo suyo. Además, no te olvides de que los historiadores no tienen que construir mitos, tienen que criticarlos. En general, las conmemoraciones, como el Centenario, el Bicentenario, son concepciones siempre arbitrarias. Es más una celebración del presente con la excusa del pasado. Entonces, en ese punto el historiador debería ser más bien, lamentablemente, un aguafiestas. Y, ¿quién quiere un aguafiestas?

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