Hace un año, el ministro de Hacienda de Brasil, Guido Mantega, advertía sobre una inminente "guerra de divisas" a nivel global, y varias autoridades y organismos se plegaban a la alerta en torno a una escalada de tensiones en el mercado cambiario internacional.
Por entonces, la polémica estaba focalizada en China, donde el gobierno mantenía (y aún lo hace) notoriamente subvaluada su moneda, el yuan, en tanto del otro lado los países desarrollados con Estados Unidos (EEUU) a la cabeza presionaban para que la apreciara.
El término "guerra de divisas" o "devaluación competitiva" refiere a una escalada de tensiones entre países que compiten entre sí para alcanzar un tipo de cambio bajo y así ganar en capacidad de competir: cuando el valor de una divisa cae, también lo hace el precio de las exportaciones del país que la emite -que "se abarata" internacionalmente-, mientras que las importaciones se encarecen, por lo que la industria local se favorece en el mercado interno.
Sin embargo, estas medidas pueden provocar pérdida de poder adquisitivo por el encarecimiento de la importación, y, por otra parte, puede generar represalias de otros países en forma de acciones proteccionistas, deteriorándose el intercambio.
Luego de la advertencia de Mantega, a fines de 2010 se sucedieron reuniones y cumbres, incluida la del G20 en Seúl, donde la "guerra de divisas" fue el principal tema. Pero el agravamiento de la crisis de deuda en Europa lo relegó a un segundo plano, aunque se mantuvo presente en las declaraciones de los mandatarios.
Desde su campaña electoral, al ser electa presidenta y tras asumir funciones, la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, ha sugerido la opción de devaluar el real, e incluso implementó medidas en esa línea a pocos días de haber ocupado el sillón presidencial (ver la diaria del 10/01/11). Pese a ello, la tendencia de la moneda brasileña, así como las de los principales emergentes -incluso Uruguay-, marcó una apreciación sostenida respecto del dólar, estable durante el primer semestre.
Manojo de nervios
La coyuntura europea empeoró y aumentaron los temores de contagio a economías más grandes como España o Italia, sumándose a fines de julio las tensiones políticas en EEUU para subir el techo de deuda. El cóctel de problemas del mundo desarrollado provocó gran volatilidad en los mercados y, con ello, los temerosos inversores buscaron refugio en los activos considerados seguros, principalmente los bonos del Tesoro estadounidense. Eso hizo que el dólar subiera en los primeros días de agosto, y el 8 superó los 19 pesos por primera vez desde abril. No obstante, las alzas duraron unos días: las monedas locales retomaron la apreciación y el dólar volvió al rango de los 18 pesos el 12 de agosto, y así hasta setiembre.
En Brasil la evolución fue similar, aunque el real fue más estable, como en el año (ver gráfico). En setiembre se produjo un quiebre importante. El reconocimiento por las autoridades europeas de que posiblemente Grecia deba reestructurar su deuda, y los temores de un efecto dominó, llevaron otra vez a los inversionistas a buscar activos "seguros".
Entonces hubo un salto importante. En Brasil y Uruguay la divisa registró su máximo valor del año el miércoles 22, cuando cerró a 1,90165 reales y 20,403 pesos, por lo cual el Banco Central de Brasil intervino por primera vez desde 2009 para evitar una disparada. Pero en los últimos días el precio se redujo por una mayor estabilidad global y ayer subió levemente, confirmándose la tendencia de subibaja.
Ya está en el aire
Para el economista Pablo Moya, de la consultora Oikos, si bien hay una "guerra de divisas", ésta "se da más en declaraciones que en los hechos". Explicó que los responsables económicos "han anunciado que harán todo lo posible para influir en sus tipos de cambio, para que no se aprecie frente a otras monedas", lo que "no se ha llegado a materializar" porque con el agravamiento de la crisis "todas las monedas cayeron respecto al dólar".
Estimó que éste se ha apreciado no por sus fundamentos reales sino exclusivamente por los "especulativos", generándose una situación que "beneficia a aquellos países que estuvieron en lo previo tratando de que el dólar subiera algo, o que no cayera tanto", como Brasil y Uruguay. A futuro, evaluó que posiblemente sigan las fluctuaciones, "alternando subas y bajas" sin una tendencia clara por las inestabilidades. Una vez que se estabilice la coyuntura mundial, la evolución dependerá "de los motivos de tranquilidad". "Hay que ver si el motivo es estabilidad en EEUU, o en Europa, ver quién tiene mayores perspectivas de crecimiento [...], porque eso condiciona la situación futura del resto de las naciones", proyectó.
No obstante, "seguramente el real se mantenga fuerte más allá de las variaciones, porque la perspectiva para Brasil es de crecimiento". Y el peso uruguayo acompañaría: "El dólar en Uruguay debería mantenerse estable o con leves variaciones a la baja".
Por su parte, su colega Ramón Pampín, de PricewaterhouseCoopers, señaló que "la guerra de divisas existe desde el momento en que los países buscan que sus exportaciones sean factores de peso para explicar el crecimiento económico", y esta situación "se potencia en un mundo donde el dolar está débil". La crisis precipitó ese proceso por "la necesidad de impulsar las economías vía exportaciones". “Ése es el gran problema de muchos países europeos al no contar con una moneda propia", valoró. Al medir la competitividad, por ejemplo, "a través del indicador salario en dólares", y como no pueden modificar la paridad cambiaria, "tienen que ajustar a la baja el salario para reducir el indicador y ser más 'baratos'”.
Lo importante es competir
Lo que más preocupa es la competitividad, donde el tipo de cambio juega un papel fundamental, aunque no es el único factor que incide. Pampín señaló que al analizar el tipo de cambio real con Brasil (la relación de precios relativos en dólares), se observa “cierta brecha a favor del real en setiembre: la suba de la paridad real-dólar llega a doblar la del peso uruguayo-dólar”. “Es algo a monitorear de forma continua dada la importancia de Brasil como socio comercial”, recomendó. A ello “se suman los problemas comerciales” que también implican “poner un ojo” sobre Brasil.
Moya, por su parte, entiende que la competitividad “no presentaría mejoras sustanciales” por el aumento del tipo de cambio, y “seguiría en la zona actual de luz amarilla”. “La fortaleza del peso y una inflación manejada pero arriba de lo deseable han generado una inflación en dólares que no es totalmente asimilada al precio”, explicó. De todos modos, “el principal escollo del comercio no es la competitividad sino la incertidumbre que hace que el comercio se detenga”, aunque también “el aumento de las trabas proteccionistas”, por las que “las exportaciones estén creciendo menos que antes”.
Desde una visión empresarial, la economista Ana Laura Fernández, de la Cámara de Comercio, analizó que “la pérdida de competitividad que está enfrentando Uruguay no es un problema que haya surgido hace pocos meses sino que se viene experimentado desde hace varios años debido a la apreciación del peso uruguayo”. Sumada a la crisis, aumenta “el riesgo de perder mercados debido a que nuestros productos expresados en dólares se han encarecido en relación a los del resto del mundo”. Sin embargo, el tipo de cambio en Uruguay y Brasil ha seguido “la misma tendencia”, y el vecino es el país con el que “menos se ha perdido competitividad”. Pese a ello, “en términos interanuales al mes de agosto, el peso uruguayo se apreció 10,11%, mientras que el real se apreció 9,35%”, lo que “estaría reflejando una pérdida de competitividad”. Luego deben añadirse las medidas proteccionistas, “tomadas habitualmente por Brasil”. “No queda duda del riesgo latente que enfrenta nuestra economía de que se tomen nuevas medidas, en éste u otros mercados, y cómo esto podría afectar el sector exportador uruguayo debido a la pérdida de mercados en uno de los principales destinos de exportación”. Observó que ello “pone en tela de juicio el propio proceso de integración regional, y lleva a que los inversores, a la larga, terminen radicándose en los países de mayores mercados para evitar sorpresas como ésta”. Respecto de una guerra de divisas, explicó que “la gran inseguridad en los mercados financieros internacionales” hace que todos los países “evalúen cautelosamente los movimientos”, y ninguno “se puede dar el lujo de perder mercados”. “A ningún país le es conveniente estar caro en dólares, es decir, no ser competitivo, lo que puede eventualmente llevar a una 'guerra de divisas'”.