Antes que cualquier carrera estuvo la familia, el gran clan que arropó su vocación al punto que llamarla autodidacta roza lo injusto. Nació el 28 de diciembre, el mismo día que su abuelo Juan, el poeta de la patria, y su inclinación por el arte fue una suerte de derrotero natural de ese linaje. Desde la exposición de sus acuarelas, dibujos y pasteles en Amigos del Arte cuando era apenas una adolescente hasta los tempranos montajes amateurs que la primogénita del escultor José Luis Zorrilla de San Martín y Guma Muñoz del Campo hizo en complicidad con China, la más extrovertida de sus cuatro hermanas, ya fuera para las fiestas de beneficencia del colegio Sacré Coeur o como asistente de su destacado padre. En ese sentido fue premonitoria la muestra de trajes de época que el artista plástico organizó en el teatro Urquiza repasando la historia del vestido. Allí Taco Larreta vio por primera vez, a fines de los años 30, a quienes serían dos de sus buenas socias en las tablas: China Zorrilla, desfilando los atuendos, y en su debut en el diseño, Guma, siempre con un perfil más bajo, que daría pie al cariñoso apodo de “dama lunar”.
Concebido sin carácter comercial, el libro presentado el martes en el Instituto Nacional de Artes Escénicas (INAE) condensa en 150 páginas un valioso material gráfico, que incluye bocetos de vestuario y fotografías de puestas en escena, dibujos infantiles e imágenes familiares, programas de mano y recortes de prensa, así como ensayos sobre la trayectoria de Gumita, como la llamaban, en los que los aspectos biográficos se desprenden de los diferentes abordajes. Soledad Capurro subraya los “cambios que la transformaron en el referente de la renovación y profesionalización en el vestuario para la historia del teatro nacional”. Jorge Abbondanza se enfoca en el momento histórico y cultural en el que le tocó trabajar a Guma, además de aportar una mirada íntima como amigo. Claudia Pérez brinda un panorama global de esta personalidad.
Nada de moda
“Un día me llamaron por un apuro, porque había fallado un vestuarista, e hice La casamentera, de Thorton Wilder, donde saqué, modestia aparte, un Florencio”. Así resumía Guma, en una de las últimas entrevistas que brindó, sus comienzos profesionales como vestuarista, en la Comedia Nacional, cuyo elenco ya integraba su hermana. Con esa afortunada suplencia cimentaba una currícula extensa y elogiada, tanto por sus innovaciones como por su diversidad y arrojo. Entre sus características más importantes, Capurro destaca “una nueva forma de pensar lo bello, el elevado sentido estético en el diseño, donde su criterio no es la belleza de la ropa en sí, sino la adecuación del traje a la escena. Esto se ve claramente cuando en sus estilizaciones lo aleja de lo real, así como a través de sus síntesis a partir de un detalle o un color expresa inequívocamente el lugar dramático del personaje en la obra”. Explica Capurro: “A partir del trabajo que desarrolla Guma Zorrilla en sus primeras producciones para la Comedia Nacional, junto con Mingo Caballero en el Club de Teatro, se puede empezar a hablar de la aparición de una corriente que trabaja a partir del diseño y la creatividad para los vestuarios de teatro. En los inicios de la Comedia Nacional, los bocetos y los trajes se resolvían recurriendo a copias de trajes de época muy bien desarrollados por los talleres de costura que trabajaban para esta institución, como por ejemplo los talleres de la UTU. No existía todavía un concepto de diseño sino una copia de la moda de la época que trataba la obra. Esto lo confirman los registros de autor de la Biblioteca Nacional, que no incluían los vestuarios teatrales ya que no eran considerados creación de autor”.
Guma Zorrilla concibió vestuarios para obras representadas en Montevideo tanto por el elenco oficial como en teatro independiente. Fue premiada en Carnaval cuando en 1986 ideó los atuendos para los parodistas Los Walkers. Trabajó en unos 127 montajes en Uruguay y 20 en Argentina, en donde vistió, además de historias clásicas, los musicales de Susana Giménez y de la vedette Norma Pons, sin contar las incursiones en cine y la exitosa Canciones para mirar, de María Elena Walsh, que junto a China Zorrilla y Carlos Perciavalle estrenó en Estados Unidos. No obstante, sus preferencias estaban claras: “Lo que más me gusta es hacer clásicos en esta ciudad, como Don Juan, de Tirso de Molina, o El rey Lear, y mi mayor debilidad es Chéjov. Siempre me interesó el vestuario de época; lo más moderno que hago es hasta los años 30 o 40. Más actual no me gusta; la moda no me divierte”. Además de tener oficio para engañar el ojo de acuerdo a la distancia que impone la sala y de buscar personalmente las telas adecuadas, Guma apelaba, como cualquier creador, a los mejores recursos disponibles. “Una vez hice un Molière y un crítico me dijo que no se explicaba cómo en tiempos de ahorro yo ponía a unos valets unas casacas de terciopelo. Tuve que explicarle que era un truco, que en realidad era un jean gamuzado, que puesto a la distancia semejaba terciopelo”. El director Mario Ferreira cuenta que para completar su personaje en Gigi, de Colette, la vestuarista le acercó una galera y que pasadas varias funciones, al ver bordadas las iniciales, descubrió que había estado llevando una reliquia familiar sobre su cabeza.
Perfil bocetado
Hay también en el libro curiosidades que exceden una carrera de casi cinco décadas, como el mazo de naipes dibujados a mano que Guma fabricó para quien era entonces su novio, Hugo Estrázulas. Otra faceta es plasmada en las páginas de este libro en Cuentos de abuelita, lecturas para clases primarias publicadas en 1937 por la maestra francesa Marthe Marseille, con ilustraciones firmadas Gumita Zorrilla de San Martín. Quien rescató estos objetos fue la arquitecta Olga Larnaudie, que apunta sobre eso: “Los fue juntando y fechando Guma Muñoz, su madre. Un primer cuaderno registra, junto a los dibujos iniciales -cuando viven en París, entre 1922 y 1925- la protesta de una niña de menos de cinco años que escribe GOUMA, para rescatar en otro idioma la correcta pronunciación de su nombre”. El Gumersinda original de la bisabuela se perdió en las generaciones siguientes, que prefirieron el sintético Guma desde los propios documentos, tradición que Guma Zorrilla continuó.
Su hijo Hugo Estrázulas Zorrilla, que compartió con ella la afición por la pintura, opina: “Mamá mezcló de una forma notable la vida real y el teatro; para ella eran prácticamente lo mismo. En la misma mesa donde hacía sus dibujos, nosotros después tomábamos el desayuno. Y a casa caían actores, autores, y era lo mismo que si fuera un primo, una tía. Los dibujos de los vestuarios, de pronto pasabas por el living y la vieja los había puesto contra la pared para ver cómo quedaban. Sin duda estaba muy incorporado. En mi infancia me hizo cualquier cantidad de cosas: le encantaba tejer, y también se hacía a sí misma cosas tejidas. Creo que nosotros, en definitiva, aprendimos de ella a vincular colores”. Sin embargo, dice, no era dueña de un gran guardarropa. “Era una mujer bastante modesta en ese sentido, a la que le gustaba estar prolija. Ésa era la imagen que trasmitía”.
Estrázulas señala tres hechos negativos que marcaron a su madre sin conseguir abatirla: el accidente de auto que mantuvo en coma a su marido durante semanas, el cáncer que la atacó siendo todavía joven y la viudez, a los 45 años, con seis hijos y en una situación económica precaria (que una pensión graciable intentó subsanar pocos años antes de su muerte). “En ese momento”, recuerda, “vivíamos en la calle Leyenda Patria, y por razones obvias, nos fuimos con mi abuelo, que tenía una casa de dos plantas. A la hora del almuerzo éramos 14 en la mesa; China vivía ahí mismo, y se hablaba de arte. Esas circunstancias a cualquier persona le pueden cambiar la forma de ubicarse en la sociedad, pero creo que el teatro ayudó sustancialmente para superarlas”.
Si bien la publicación no estará disponible en librerías, llegará a institutos del ámbito teatral de todo el país y podrá consultarse en el propio Centro de Documentación y Difusión de Artes Escénicas (CIDDAE). El proyecto del mencionado centro, recapitula Gonzalo Vicci, “surgió hace dos años, a instancias de la Comisión de Amigos del Museo Zorrilla, por un lado con la intención de generar un material que diera difusión a la figura de Guma Zorrilla, y por el otro, que tuviese un fin didáctico. En ese momento estaban Mariana Percovich en el INAE, Daniela Bouret en el Solís y Laura Pouso en la Comedia Nacional. Se conjugaban esas miradas”. El trabajo saca provecho de un proceso de digitalización que está llevando adelante el CIDDAE. Explica Marcelo Sienra: “Terminamos de hacer un catálogo de 4.600 bocetos de vestuario; gran cantidad de ellos son producción de Guma. En el libro se muestra parte de los materiales que se conservan acá y en otros repositorios”. En el intento de transitar los procesos de trabajo de la vestuarista se pusieron en diálogo los detallados figurines que elaboraba Guma (en ocasiones incluían retazos de tela) con los trajes conservados en la Comedia Nacional. Se identificaron vestuarios pertenecientes a El burgués gentilhombre, A pico seco, Amadeus y La mujer silenciosa, cuyas piezas fueron restauradas y luego fotografiadas.
Además del libro, desde el CIDDAE se maneja la idea de exhibir en la fotogalería del Solís una selección de las imágenes familiares recuperadas, placas de vidrio que conserva el Museo Zorrilla y que fueron digitalizadas por el Centro de Fotografía. “Son inéditas y rescatan la vida familiar, ya sea en la casa como en los viajes”, agregó Vicci. “Nos parece interesante articular ese material con el que tenemos acá de las puestas en las que trabajó Guma. Y está la posibilidad de que pudiese dialogar con China, que es otra figura fuerte”.