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Payaso Pildorita, en un ómnibus por la avenida 18 de Julio, en Montevideo.

Foto: Pablo Nogueira

De este a oeste, de sur a norte

6 minutos de lectura
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Artistas callejeros reivindican sus derechos laborales.

Transitan por toda la ciudad. Centenares de artistas -músicos, magos, actores y payasos- suben a casi todas las líneas del transporte urbano en Montevideo para ganarse la vida. Pero no tienen los mismos derechos que cualquier trabajador. Ni siquiera son reconocidos como tales. Muchas veces lidian con expresiones de desprecio de quienes no aceptan su intervención, otras reciben aplausos y gestos de aceptación.

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Editar

A las 7.30 una llamada lo despierta. Cruza a la casa de su madre, de 81 años, que lo espera con el mate pronto. Luego, comienza el apronte. Desde que se mira al espejo y la primera línea de pintura le marca la cara, Fidel González Páez se convierte en Pildorita, el payaso más conocido de la ciudad y referente de los artistas callejeros (AC).

El miércoles 24 de abril a las 10.45, llega en un 174 a Tres Cruces. Imposible no verlo: viste pantalón rojo con lunares negros y una camiseta que, en un círculo, luce la foto de él y su hijo Federico, debajo de una chaqueta azul a cuadritos. En su rostro sobresalen un lunar rojo en la punta de la nariz y una sonrisa blanca con borde negro que le abarca hasta la mitad de las mejillas. Lentes grandes “HD [high-definition]” y sin vidrio, y un sombrero naranja flúo que resalta su melena gris y le da el toque personal.

Subimos en un 180 rumbo a Ciudad Vieja. El guarda y el chofer le sonríen y guiñan un ojo. La mayoría de los pasajeros, en cambio, se muestran reacios ante su presencia. Muchos miran hacia fuera, otros leen, otros duermen, o más bien, hacen que duermen.“Al principio me calentaba, pero te acostumbrás a vivir con eso”, dice Pildorita acerca de esas actitudes de la gente que, según él, “han cambiado muchísimo” por culpa del “consumismo”. Dos o tres pasajeros festejan su humor. “Estamos en el horno”, le dice al guarda, al no recibir ningún “buen día”. “Yo entiendo que ustedes [se dirige a los pasajeros] están con cara de colectivo chocado y están desesperados por el IRPF que les ha hecho recortar gastos como la televisión por cable. Ahora miramos la excelente y cultural televisión uruguaya”, ironiza. “Intrusos, Algo contigo, Verano perfecto…”, nombra algunos programas y critica las ofertas televisivas. Al final del repertorio las palmas son tímidas y su sombrero recibe alguna moneda.

En 18 de Julio y Gaboto tomamos un 121 con destino a Punta Carretas. Su repertorio varía. “Vivimos en el mejor país del mundo: tenemos un arroyo seco, un cerro chato, una cárcel que se llama Libertad”. Se escucharon algunas risas. “¿Cómo se llama la escuela de vinos de Uruguay?”, preguntó el payaso en busca de mayor complicidad en su público. Un muchacho pidió que le repitiera la pregunta y pensó, pero Pildorita se adelantó: “¡Tomás Berreta!”. Las risas se hicieron carcajadas.“¿Y cómo se llama el fiscal del caso de Tania Ramírez?”. “[Carlos] Negro”, respondió otro pasajero entre risas. “¡Ahí está!, una cosa de locos”. Entre parada y parada recibió saludos, hizo reír a escolares e intercambió palabras con músicos. Les comentó sobre una futura reunión con el PIT-CNT. En la puerta del Hospital Pereira Rossell subimos al 183 rumbo a Paso Molino, donde recibió más aplausos, que muchas veces “es bravo sacarlos”, había alertado.

Volvemos a la parada. La dinámica se repite. Se trata de subir y bajar de ómnibus. En Bulevar. Artigas y Garibaldi otro 180 hacia el centro. “Los admiro porque a mí no me daría el rostro para hacer lo que hacen”, dijo Lilián Peón, una pasajera, en diálogo con la diaria. “Es una lástima que el Estado no los apoye porque son verdaderamente artistas que la gente no sabe valorar”. “Es mejor que suban a los ómnibus y no que salgan a robar”, expresó, mientras Pildorita entregaba sus tarjetas y le decía a una joven: Hago divorcios también (aparte de cumpleaños)”.

La movida

Otra vez en 18 de Julio y Gaboto. Pildorita le cuenta a Jorge de la reunión que se hará en la sede del PIT-CNT. El rostro desanimado del músico veterano que trabaja hace diez años en los ómnibus refuerza el pedido del payaso: “Una más te pido”. Es que el guitarrista está cansado de intentar formalizar ACA [Artistas Callejeros Asociados]. “Siempre discutimos, y a veces dejabas de trabajar para ir a las reuniones y éramos diez o 12”, explicó Jorge. Por eso es importante que el artista callejero sepa bien “cuál es su convicción”, señaló Pildorita, porque muchas personas suben a los ómnibus sólo en busca de una solución rápida, sin asumir que son realmente artistas.

La crisis de 2002 generó una “explosión” de artistas callejeros que, años después, intentaron formar ACA. Ése fue el inicio de la lucha por reclamar sus derechos laborales. Lograron que el 16 de marzo se reconociera como Día del Artista Callejero, en homenaje al nacimiento de Juan Antonio Fosforito Rezzano (1914-1994), el más popular de los artistas callejeros de Montevideo y referente para muchos. “La Junta Departamental debe tener el archivo ahí, pero quedó todo en el aire”, indicó Pildorita. “Cuando era gurí, salí con estampitas”, contó Andrés, de 29 años, que hoy reparte sus poemas en los ómnibus. “Hace 15 años que me fui de la casa de mis viejos para ser un peso menos”. Nuevamente Pildorita mencionó la reunión con la central de trabajadores. “La gente tiene que valorar que esto es un laburo”, concordaron los dos.

Por algo se empieza

El 25 de abril la diaria acompañó a Pildorita a la sede del PIT-CNT para presenciar la tan ansiada reunión con los representantes de la central de trabajadores. El sindicalista Eduardo Burgos explicó que los artistas callejeros no tienen “experiencia organizativa” como colectivo. Por lo tanto, primero deben lograr esa “transformación” para poder negociar con el Estado y eliminar ese “vacío legal”. Además, por el tipo de trabajo que realizan y el espacio físico que utilizan no tienen los mismos derechos que quienes acceden a ciertos circuitos comerciales”, agregó Daniel Mariño, del PIT-CNT. “La sociedad no puede ser indiferente ante un sector que, aunque no es masivo, debe respetarse como cualquier otro”, enfatizó.

Finalmente, el 15 de mayo los AC dieron un “gran paso”. Las expectativas eran pocas. De los centenares que vemos por toda la ciudad fueron a la reunión unos 20. Patricia, que canta en los ómnibus, fue la única mujer presente. “No se preocupen por los que no están, porque cuando se logren beneficios van a venir”, les dijo Burgos. “Hace cinco años en Uruguay era impensable que el trabajador rural y las empleadas domésticas tuvieran su día”. Sin embargo, “lograron muchas cosas”, ejemplificó. Tienen que “afilar la punta” y “fortalecer la unión entre ustedes”, les advirtió el coordinador Marcelo Abdala, originando la idea de formar “comisiones representativas”.

Más que derechos y necesidades, llovieron autocríticas por la “mala imagen” que dan algunos AC al subir a los ómnibus con “olor a vino”, y perjudican a los que trabajan con “pasión”. Se vio, entonces, la necesidad de crear un “protocolo” que evite las “malas conductas”, para que los choferes y los guardas los dejen trabajar. Al mismo tiempo, Burgos sugirió realizar una campaña utilizando afiches para transmitir también a la gente que los AC “son trabajadores de la cultura uruguaya”.

Los espectáculos fuera de los ómnibus (en la capital y el interior) fueron otro tema en el tapete y aspiración de algunos. Pildorita pretende, también, que se les reconozcan los años trabajados en los ómnibus. En su caso, 17.

Ramón Ruiz y Celia Vence, del Departamento de Seguridad Social del Banco de Previsión Social (BPS), aseguraron que no hay legislación, pero “queremos que estén protegidos por la seguridad social”. Y (les) dejaron las puertas abiertas para una segunda reunión.

la diaria consultó con el edil Jorge Meroni, de la Comisión de Movilidad Urbana de la Junta Departamental, quien reconoció la necesidad de legislar al respecto. “Habíamos hablado con Gonzalo de Toro [ex director de Tránsito de la Intendencia de Montevideo], pero se fue dilatando en el tiempo” porque “se dedicó espacio a otros asuntos, como los cuidachoches, los carros tirados por caballos, los limpiavidrios”, mencionó. Planteó además el inconveniente de que al legislar temas como en el caso del trabajo de los AC “hay que hablar con todos los actores involucrados”, es decir, con los trabajadores del transporte que, según el edil, tienen “opiniones divididas”. Sobre este punto, agregó: “Muchas veces los choferes no los dejan subir en horarios pico”, lo que es “lógico”, porque en esos horarios “no hacen un mango”, señaló Meroni. Por otra parte, aclaró que tanto los vendedores como los AC tienen “prohibido” subir a la línea CA1 “por la angostura del ómnibus y su corto recorrido” (de Tres Cruces a Ciudad Vieja). Todo está en pañales, y si bien no se sabe para cuándo, “la idea de legislar está”, aclaró.

Enrique

Nació en el barrio Peñarol en 1960. A los nueve años sus padres se separaron. La primaria quedó por el camino. Trabajó en un circo y a los 13 años se fue solo a Argentina. Allí, en 1983, a través del teatro callejero, nació Pildorita, junto a 64 artistas que formaron APAL [Artistas Populares Argentinos y Latinoamericanos]. “Fueron años gloriosos”, dice, hasta que llegó Carlos Menem al gobierno y en los 90 regresó a Uruguay. Jamás abandonó su personaje, que lo llevó a varios balnearios del este durante muchos veranos. “En Atlántida le pedí el permiso a la Intendencia de Canelones, pero nunca me lo dieron”. Durante diez años trabajó en la Plaza Libertad, hasta que el ambiente “se pudrió” por “la droga y la prostitución”, dijo.

El 17 de mayo de 1996, vendiendo chocolates, Pildorita subió por primera vez a un 156 con destino a la Gruta de Lourdes. Sin repertorio alguno pero con humor. Así conquista a la gente. Nunca tuvo “vergüenza”, pero le costó tres meses superar el “choque” que genera ganarse la vida en los ómnibus. “En la plaza juntás a la gente a que te mire, en el ómnibus te enfrentás a la gente”, explicó.

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