El significado del dolor ha ido cambiando a lo largo de la historia. En su libro, Díaz relata brevemente cuáles fueron esos cambios fundamentales. Desde la mirada de la Antigüedad, en la que el dolor era como un “perro guardián encargado de defender la salud”, pasando por la Edad Media, siendo un medio para alcanzar un fin superior, hasta el Renacimiento en que comienza a desarrollarse el método científico, el cuerpo humano se objetiva y el dolor queda reducido a estímulos-respuestas.
Entre otros cambios, señala la aparición de la anestesia, en el siglo XIX, avance revolucionario que permitió el desarrollo de la cirugía y que dio origen al hospital, como institución, tal como lo conocemos hoy. Luego, con el surgimiento de la sociedad de consumo, y el predominio de intereses comerciales, “el dolor se vacía de todo significado”.
“Hay un cambio fundamental en el dolor porque está vinculado siempre con aspectos culturales; uno no sufre en soledad, sufre siempre en conjunto y con la presencia de los demás, por tanto cuando el fenómeno cultural cambia, el dolor o el sufrimiento también cambian”, explicó Díaz, en diálogo con la diaria.
Actualmente, se concibe el dolor como un “objeto extirpable”; “el dolor se ha independizado del alma y se cree que puede manipularse como parte del cuerpo”, señala el autor en su libro. Y agrega que a través de la ciencia y la tecnología se han creado múltiples herramientas para tratarlo y, sin embargo, “la humanidad nunca sintió tanto dolor individual como en el presente” y nunca fue tan indiferente al ajeno. En este sentido, explicó: “Antes el dolor era parte natural de la vida. Tenemos una tradición religiosa en la que el sufrimiento era un paso para el más allá, el dolor era casi hasta bienvenido. En la medida en que hoy no es un paso hacia ningún lado, no se tolera. Y esto es así porque perdió su significación. Por eso hoy el dolor se sufre mucho más que antes”.
Este cambio alcanza al dolor físico pero también al espiritual. “Cuando se nos muere un ser querido, el fenómeno del dolor espiritual que genera eso, también se amortigua. Te tomás un ansiolítico, un antidepresivo. Pareciera que el duelo tampoco tuviera sentido en el mundo de hoy”. La agonía y la muerte también están desplazadas. Las personas mueren en los hospitales, “en entornos extraños, alejados de sus familiares, porque además los familiares prefieren no ver morir”, opinó.
¿Demasiada tecnología?
Una de las ideas centrales que plantea Díaz es que el alivio del sufrimiento del prójimo, objetivo primordial de la medicina, sólo es posible poniéndose en el lugar del otro y tratando de hacer con el otro un proyecto en común. “El tema es que si el paciente viene por dolor y vos no encauzás y le das significado a eso, la tecnología no lo hace. Le das la explicación teórica, científica, de por qué le duele, pero no le das el entronque que el individuo necesita para soportarlo. Hay gente que dice que todo paciente es en realidad una pregunta y que el médico lo que tiene que hacer es encontrar qué te quiere preguntar. Y, sobre todo, la gran pregunta es ¿Qué va a pasar en mi futuro?, ¿Qué va a ser de mí?”
Consultado sobre si hoy en día el médico tiene tiempo de contestar esa pregunta, Díaz expresó que “hay una tendencia a que la medicina contemporánea no escuche a los pacientes. Generalmente los médicos que están en el primer nivel de atención, los que van a las casas, los que están en el medio rural, los peores pagos, son los que mejor trabajan. Los que menos escuchan, por lo general, son los que trabajan con alta tecnología, los que tienen muy buenos sueldos y los que no tienen el seguimiento longitudinal del enfermo a lo largo de muchos años, pero hay excepciones en todos lados”.
En la medida que “el dolor está siempre visto como provocado por un agente externo”, se establece con el mismo una relación moral. “Cuando yo sufro lo primero que pienso es qué mal habré hecho para tener ese castigo”, dijo y aseguró que todas las enfermedades tienen, en mayor o menor medida, una carga moral, y en las enfermedades vinculadas a lo sexual “eso se dispara hasta el infinito”; es el caso de las enfermedades “malditas”, como la sífilis y el VIH.
Con respecto a la tecnología médica, su desarrollo puede haber comenzado con la invención del estetoscopio, teniendo también relación con la moral. “Hace casi 200 años, cuando la tuberculosis hacía estragos y la auscultación de los pulmones era muy importante, no estaba bien visto la proximidad de un hombre hacia una mujer, entonces se desarrolló un aparatito que evitaba poner la oreja directamente sobre el pecho de la mujer”, contó.
El avance tecnológico permitió alcanzar un alto nivel de diagnóstico, sin embargo, ha traído aparejado una separación más profunda entre individuo y persona: “Antes era frecuente que el médico tocara al paciente para obtener los datos fundamentales de la enfermedad, hoy en día con la tecnología, a veces, eso se deja de hacer, y en general el contacto con el paciente es fugaz, es una entrevista, con algunas preguntas y respuestas y, luego, la interposición tecnológica abrumadora en el medio”.
El concepto del dolor, según se expone en el libro, “está hoy dramáticamente influido por lo utilitario, la tecnociencia, la industria farmacéutica y el consumo”. La medicina se ha infiltrado en todos los aspectos de la vida, fenómeno que se conoce como la “medicalización de la sociedad”. Los sistemas de emergencias móviles, que surgen en la década de 1960 para tratar los infartos agudos de miocardio y que actualmente ofrecen la atención inmediata de cualquier tipo de dolor, son un ejemplo de ello.
Habla de futuros
Para Díaz, existen fenómenos que inciden negativamente en la práctica médica, entre ellos destacó: la relación médico-paciente que muchas veces se da en el marco de un contrato comercial, dificultando el establecimiento de un proyecto común; la práctica de una “medicina a la defensiva” como resultado, entre otras razones, de esa pérdida de confianza; la necesidad de respuestas o soluciones inmediatas o el imperativo del “ya”; y la omnipotencia del conocimiento técnico-científico. Una de las formas de mejorar dicha práctica, según se señala en el libro, es incluir materias humanísticas en la enseñanza de la medicina.
Con el mismo propósito, Díaz coordina, junto a los médicos Baltasar Aguilar y Antonio Turnes, el curso electivo “Pensemos lo que hacemos”, destinado a estudiantes avanzados de la carrera de medicina. Las charlas se dan martes y jueves en el Hospital Pasteur, donde se abordan temas como “la ética y el error médico”, “la incertidumbre en medicina”, “el lenguaje médico” y “la construcción social de la muerte”, entre otros. “Se trata de sensibilizar al estudiante de medicina sobre el otro. A través de la experimentación de determinadas situaciones, despertar el respeto fundamental por el otro, despertar la empatía, la capacidad de ponerse en los zapatos del otro, para mejorar la relación médico paciente”, expresó Díaz.
En la realización de una de sus charla y con el objetivo de tratar estas temáticas, el invitado fue el médico y ex presidente del Consejo Directivo Central, Luis Yarzábal. En 1982 Yarzábal fundó, en Venezuela, el Centro Amazónico para Investigación y Control de Enfermedades Tropicales (CAICET) y lo dirigió hasta 1988. Su experiencia con las comunidades indígenas Yanomami, en las que se practica el chamanismo, investigando inicialmente una enfermedad parasitaria conocida como “ceguera de los ríos”, permitió abordar, junto a los estudiantes, el tema de la autonomía, el respeto de la cultura y las creencias del otro, como base para la elaboración de ese, por ahora lejano, proyecto en común.