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Entre ética y estética

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Me piden que escriba unas palabras ante la muerte de Juan Gelman. No es fácil, Gelman existieron varios: el poeta, el periodista, el militante, el político, el maestro de generaciones tanto a nivel ético como estético. Su poesía pasó por diferentes etapas, como su vida, como sus peripecias y tragedias personales. Fue, es y sigue siendo un referente ineludible de la lengua española. Fue, es y sigue siendo un ineludible referente en la defensa de los derechos humanos.

Entonces, ¿de quién hablar? ¿Del renovador de la esperanza y la utopía en los años 60 que supo y pudo, con particular virtud y genio, reinventarse como poeta en las décadas siguientes? ¿Del ser humano que descubrió raíces culturales y étnicas abriendo su humanidad a una herencia que superaba su lugar de nacimiento y lo transformaba en un intelectual y un poeta capaz de interpelar a naciones de múltiples lenguas? ¿Del padre y del suegro y del abuelo sufriente? ¿De la encarnación de una ética incorruptible?

Juan Gelman fue muchos seres humanos, como muchas fueron sus etapas poéticas y sus descubrimientos e innovaciones. Pero fue, sobre todo, un hombre bueno, un pertinaz e incansable defensor de lo mejor de la cultura y de la humanidad latinoamericana. Su ternura, de ella hablé hace muchos años, fue marca indeleble de su poesía y de su posición frente a las injusticias de este mundo que le tocó vivir y que lo hirió en lo personal y colectivo.

No puedo, no quiero, examinar su obra. Alcanza con leerla, alcanza con que los jóvenes no lo olviden. Exige que los mayores cuiden su legado -ético y estético- que no dejen que se convierta en una pieza de museo, en un testimonio de época. No se lo merece Juan Gelman, no se lo merece la poesía, no nos lo merecemos todos aquellos que alguna vez fuimos tocados por su humanidad inconmensurable.

Él mismo, hace mucho, escribió un (¿su?) Epitafio que decía así: “Un pájaro vivía en mí./Una flor viajaba en mi sangre./Mi corazón era un violín./Quise o no quise. Pero a veces/me quisieron. También a mí/me alegraban: la primavera,/las manos juntas, lo feliz./¡Digo que el hombre debe serlo!/Aquí yace un pájaro./Una flor./Un violín”.

Pero quizás no sea correcto recordarlo en esos versos, sino en estos otros que tituló Nota XXVII: “de lo posible a lo probable del/sueño/a la realidad hay como/mares/playas nocturnas donde/animales de pico descarnan/formas mojadas por los jugos/del corazón/así/viajamos/del pecho al seco sol que dora/la maravilla/o existir”.

Sí, lo que cabe al recibir la noticia de que viajó a otros mundos (seguramente mejores) es pensar que “del sueño a la realidad hay como/mares/playas nocturnas […] y así/viajamos/del pecho al seco sol que dora/la maravilla/o existir”.

La maravilla/o existir. Su maravilla de haber sido, de haber existido, de haber sido y dicho, de haber vivido y escrito, de habernos hecho mejores. Buen viaje, poeta Gelman. Buen viaje, Juan.

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