Organizado por la Comisión No a la Baja, hoy se realizará en el Paraninfo de la Universidad el seminario “¿Bajar la edad de imputabilidad y después qué?”, con la participación de tres especialistas internacionales en Justicia juvenil. Previo a la actividad, la diaria dialogó con Beatriz Luna, chilena radicada en Estados Unidos, doctorada en Psicología del Desarrollo con un posgrado en Neurociencia. Es directora del Laboratorio de Desarrollo Neurocognitivo de la Universidad de Pittsburgh y asesora de la Corte Suprema de Justicia de ese país. Sus aportes consiguieron revertir algunas sentencias de pena de muerte y cadena perpetua contra niños y adolescentes. Desde la neurociencia, Luna explica por qué está en contra de la reclusión a esa edad y cuál es su concepto de la rehabilitación.
-¿Cómo es que la neurociencia llega a ser considerada por la Justicia para evaluar las penas a los adolescentes?
-Cuando me junto con jueces o escribo siempre pregunto: ¿es el cerebro de un adolescente igual al de un adulto? La neurociencia demostró que no. El cerebro de un adolescente no es un cerebro dañado, no es un cerebro adulto limitado, es un cerebro perfecto para la etapa de la adolescencia o pubertad. Es así en todas las sociedades, en las tribus de África o en Alemania. Es una parte integral del desarrollo de los seres humanos. Se necesita un período específico en que hay una mayor motivación para prepararse para la vida adulta.
-En Estados Unidos se bajó la edad de imputabilidad en algunos Estados y ahora se pretende volver a subirla.
-En Estados Unidos lo que había era pena de muerte, que se eliminó en 2005, y cadena perpetua para los adolescentes. Empezamos a dar evidencia científica de que el adolescente comete un delito guiado por un impulso, buscando una recompensa inmediata y sin medir las consecuencias. Lo más probable es que ese mismo cerebro, diez años después, en esa misma situación, tome otra decisión, motivada por otros químicos.
-¿Cómo se genera esa mayor motivación en el cerebro?
-Hay un neuroquímico en el cerebro que se llama dopamina, que se genera en mayor cantidad en el período de la pubertad. Entonces, si bien la parte prefrontal del cerebro se desarrolla para planificar, tomar decisiones y no depender de los adultos, hay una mayor motivación provocada por la dopamina. Es un período en el que uno puede aprender cualquier cosa, es una esponja, y el medioambiente y lo social pasan a ser muy importantes. El adolescente puede hacer planes muy elucubrados, pero siempre tienen que ser con una recompensa inmediata. En esa etapa hay motivación suficiente para realizar cualquier cosa sin evaluar los riesgos. Todo es exploración y descubrimiento en relación con el medioambiente. El adolescente en una cárcel sigue siendo un adolescente, y ese medioambiente carcelario será el que va a adoptar. Poner a un adolescente con criminales es como mandarlo a la universidad del crimen.
-¿Se puede definir un promedio de edades entre las que trascurriría la adolescencia?
-No hay una edad mágica. El cerebro tiene mucha plasticidad y no hay un desarrollo lineal. Ahora en Estados Unidos están preocupándose por la etapa de los 18 a los 25, la del adulto joven, que es diferente a la anterior pero en la que también hay mucha plasticidad. Ahora se protege al adulto joven para que no se tenga que casar por la presión social o elegir una carrera apurado, que lo haga cuando tenga 26 o 27 años. Es la oportunidad de construir personas mejores que aquellas que tuvieron que decidir todo a los 18 años.
-¿Esos cambios cerebrales en las conductas de los adolescentes inciden en hacerlos más propensos a delinquir que un adulto?
-Las conductas riesgosas son típicas de la adolescencia, por eso tienen sexo sin cuidarse o hacen deportes extremos. Pero el crimen tiene que ver con el medioambiente en el que se mueve. La mayoría de los adolescentes que cometen crímenes tienen una historia que explica por qué se comportan así. Pero lo más importante es que la adolescencia es un período transitorio.
-¿Cuál debería ser el objetivo de un sistema penal adolescente?
-La adolescencia es, además, una etapa de vulnerabilidad. Por ejemplo, es cuando empiezan a emerger los problemas psiquiátricos, la esquizofrenia, la depresión, el suicidio. Pero también es una etapa de oportunidades, porque la dopamina permite que haya una plasticidad especial en el cerebro y eso permite que haya una rehabilitación mucho más rápida que en un adulto. La clave de la rehabilitación del adolescente es brindarle un medioambiente diferente del que tenía cuando cometió la infracción. En la cárcel no lo estás rehabilitando, estás formando un criminal. En cuanto al ambiente perfecto para la rehabilitación, todos estamos tratando de descubrirlo. Pero sí sabemos lo que no queremos para los adolescentes: que no tengan un medioambiente de delito y criminalidad, que puedan continuar educándose y socializándose, que tengan relaciones sociales productivas y que aprendan a controlar las emociones. Todo eso no pasa cuando están recluidos.
-¿El consumismo, la revolución tecnológica y la moda influyen en que los adolescentes cometan delitos?
-Los cambios en la sociedad se dieron siempre. Las computadoras, los videos, los celulares, todo eso no es bueno ni malo. Es lo que hay y uno se adapta. El porcentaje de adolescentes que cometen delitos no ha subido en ninguna parte. No diría que en este momento histórico el cerebro del adolescente esté motivado para cometer más delitos que antes.
-¿El consumo de drogas genera efectos distintos en los adolescentes que en los adultos?
-Es algo que estamos comenzando a estudiar, sobre todo porque en Estados Unidos se está empezando a legalizar la marihuana. No se sabe mucho. Pero los adolescentes consumen drogas porque se trata de un comportamiento arriesgado y por explorar, como exploran todo. Sin embargo, es mínimo el porcentaje que desarrolla una adicción, y eso se debe a una cuestión genética. No es cierto que todos los que experimenten con drogas van a terminar siendo adictos.