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Ya en el tramo final de la campaña, interesa mucho quién ganará la presidencia de la República y si contará con mayoría parlamentaria, pero la competencia entre corrientes y sectores de los partidos mayores, ubicada hoy en segundo plano, tiene también gran relevancia, no sólo con miras a la futura gobernabilidad del país, sino incluso por el modo en que su desenlace puede incidir en la disputa del premio mayor.

Colorados, blancos y frenteamplistas presentan tres escenarios muy distintos en esta materia. Las diferencias quedan claras al considerar, en cada caso, qué significa la integración de la fórmula en el mapa interno.

En el Partido Colorado (PC), el predominio de Pedro Bordaberry ha sido un arma de doble filo. Por un lado se asocia, desde las departamentales montevideanas de 2005, con el freno de una caída que había llevado al lema, el año anterior, a su peor votación histórica en una elección nacional. Pero también parece obvio que tal predominio ha establecido un tope a la convocatoria partidaria. El PC se convirtió en un petiso macrocéfalo, y muchos piensan que sólo podrá recuperar una talla mayor con otra cabeza.

En este marco, y pese a que en las internas de junio la minoría interna batllista mejoró su votación en relación con 2009, Bordaberry optó por llevar como candidato a la vicepresidencia a una figura de su propio sector, Vamos Uruguay (el intendente de Salto, Germán Coutinho). Una de las interpretaciones que circulan es que considera la posibilidad de que su período de liderazgo termine, y quiere fortalecer a Coutinho para señalarlo como sucesor. Sea como fuere, la minoría colorada disminuyó aún más su visibilidad y al mismo tiempo le resulta posible y necesario criticar los movimientos de la fórmula partidaria. Esto implica que el lema se priva del poco o mucho atractivo adicional que podría brindarle una “fórmula de unidad”, y refuerza por el momento el círculo vicioso de los últimos años: Pedro no deja espacio a sus adversarios, el partido no levanta cabeza y muchos votantes potencialmente afines a una propuesta menos conservadora se van acostumbrando a preferir la oferta de otros lemas.

En el Partido Nacional (PN), el candidato Luis Lacalle Pou ha dicho que wilsonistas y herreristas “tienen el ADN tan mezclado que es muy difícil separarlos”. Esto puede aceptarse si se trata de identificar la filiación sectorial de dirigentes como Francisco Gallinal, de itinerario zigzagueante entre los dos grandes bloques, pero es obvio que desde hace muchas décadas esos bloques existen y mantienen grandes diferencias ideológicas y programáticas, aunque la estrategia electoral actual determine la conveniencia de disimular, cuanto sea posible, el perfil conservador del Herrerismo.

Pese a que Jorge Larrañaga haya sido derrotado en dos internas consecutivas por los Lacalle (en 2004 por el senior y este año por el junior), la disputa por la conducción partidaria no ha cesado ni cesará después de las elecciones nacionales, por razones profundas que tienen que ver con la identidad política de cada corriente y por otras pragmáticas de gran importancia. La existencia de dos alas poderosas ha mantenido al PN como segunda fuerza en la última década, y la peripecia en ese período del PC le muestra a los blancos qué riesgos se corren cuando un bloque predomina de modo abrumador sobre el otro y apuesta a la mezcla de ADN entre ambos.

La agresiva participación de Larrañaga en la campaña durante las últimas semanas puede deberse a que sabe que, gane quien gane la presidencia, el valor de la corriente que hoy encabeza se medirá en cantidad de legisladores. Seguramente no desea terminar como Hugo Batalla, que en 1994 contribuyó al triunfo de la fórmula que integraba junto con Julio María Sanguinetti pero logró magros resultados con su lista 99, quedando privado de incidencia en las decisiones de gobierno. De la convocatoria electoral del wilsonismo dependen varias cosas relevantes: por un lado, gran parte de la disputa por indecisos entre el PN y el Frente Amplio (FA); por otro, el rumbo que pueden tomar varias políticas del próximo gobierno, sea éste blanco o frenteamplista; por último, pero no con menor importancia, el futuro político del PN en su conjunto.

En el FA, la posición de Tabaré Vázquez por encima de los sectores determina que la competencia interna se desarrolle de modo distinto, aunque todos saben que en estas elecciones tiene mucha mayor importancia que en otras, dado que los dirigentes más encumbrados en la actualidad, con más de 70 años, se aproximan al final de sus trayectorias. En ese contexto, Raúl Sendic logró ganancias más que suficientes con su inclusión en la fórmula, y no necesita marcar perfil para quedar muy bien ubicado en el escenario poselectoral, aun si (como parece probable) la corriente que encabeza no mantiene el primer lugar obtenido en las internas.

Esto le permite a los grupos frenteamplistas desplegar su diversidad para disputarle votos a todos los demás partidos, sin grandes costos para el desempeño colectivo. Dado que Vázquez no marca votos sectoriales y Sendic va cómodamente en coche, ese despliegue no causa roces con la fórmula del lema. Luego, en el gobierno o en la oposición, vendrá el momento de pelear la conducción con las fuerzas que cada uno logre acumular, pero ahora todo suma. Y, como la puja entre sectores se desarrolla en segundo plano, la mayoría de los ciudadanos no se preocupa demasiado por imaginar las consecuencias muy distintas que tendría, en los próximos años, el predominio interno de unos u otros.

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