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Predominio sin relato

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2014 le deparó al FA una extraña combinación de éxito electoral y crisis de identidad.

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En el año que termina, el Frente Amplio (FA) empezó pensando que ganaría las elecciones con facilidad y se encaminaría, detrás de Tabaré Vázquez, hacia su tercer período consecutivo de gobierno nacional, previsiblemente más ordenado y eficaz (pero también menos fermental y audaz) que el de José Mujica.

Luego el oficialismo ingresó en una fase de dudas existenciales: en cierta medida por la visibilidad de una minoría descontenta con la postulación de Vázquez; en mayor grado por el cambio de escenario asociado con el triunfo de Luis Lacalle Pou en las internas del Partido Nacional; y sobre todo por el impacto de sucesivas encuestas sobre intención de voto y de sus interpretaciones, que hicieron prever un resultado con blancos y colorados superando al FA en la votación de octubre y en el Parlamento. Ante lo que se les presentó como un dato de la realidad, muchísimos frenteamplistas pensaron que había razones claras para explicar por qué se les venía la noche.

Acto seguido, el FA pasó sin etapas de la agonía al éxtasis, cuando supo que mantendría su mayoría en el Poder Legislativo y que iba rumbo a una cómoda victoria en el balotaje. En ese marco, comentaristas con muy diversas posiciones ideológicas coincidieron en interpretar que, muy por el contrario de lo que habían indicado las encuestas preelectorales, las opciones de la ciudadanía uruguaya se habían desplazado “hacia la izquierda”, en términos generales y también dentro del FA, a partir de lo cual unos pronosticaron importantes problemas internos para el próximo gobierno, mientras otros expresaban su entusiasta convicción de que éste podría caracterizarse por una extensión y profundización de los cambios procesados en la primera década de predominio frenteamplista.

Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que la temprana presentación en sociedad del equipo ministerial que se propone nombrar Vázquez, los anuncios de candidaturas a la intendencia montevideana y la sonada polémica sobre el intercambio de críticas entre el Servicio Paz y Justicia y el ministro de Defensa Nacional, Eleuterio Fernández Huidobro, instalaran entre los frenteamplistas un clima que no se caracteriza por el júbilo y la esperanza.

Es cierto que, como le gustaba decir al general Liber Seregni, cuando el FA no tiene problemas a la vista suele buscarse alguno, pero en este caso los vaivenes anímicos del oficialismo parecen expresar algo más que una inveterada inclinación hacia la turbulencia: mientras resuenan, en inesperada clave gramsciana, los lamentos opositores por la “hegemonía cultural” que han construido los frenteamplistas, éstos muestran una llamativa dificultad para articular un relato colectivo sobre las causas, el significado y las perspectivas de sus éxitos electorales.

El espejo esquivo

Esa dificultad queda de manifiesto, por ejemplo, a la hora de evaluar el gobierno de Mujica, que no alcanzó casi ninguno de los grandes objetivos que se había planteado pero tuvo un desempeño excepcional por motivos imprevistos al inicio de su mandato, deja una huella memorable y ha sido más conocido y elogiado en el mundo que ningún otro gobernante uruguayo. Los formadores de opinión frenteamplistas, tradicionalmente afectos a situar los acontecimientos como parte de procesos históricos, no parecen tener muy claro, colectivamente, cómo caracterizar los años del Pepe que llegan a su fin, ni en qué medida la sucesión Vázquez-Mujica-Vázquez podrá leerse como un avance gradual hacia determinados objetivos.

Tanto los vazquistas como los mujiquistas tienen relaciones complejas con sus líderes y dificultades para presentarlos como continuadores de la conducción fundacional de Seregni. Ante las dudas sobre el rumbo general del proceso que los incluye, algunos esbozos de respuesta son incómodos para unos y otros. Por ejemplo, el registro de que, más allá de las diferencias y semejanzas entre Vázquez y Mujica, Danilo Astori ha sido símbolo y garante de varias continuidades básicas en los gobiernos del FA, aunque también fuera duramente combatido y varias veces derrotado dentro de esa fuerza política, y su respaldo electoral decline (por lo cual los astoristas tampoco están en condiciones de producir un discurso hegemónico acerca de lo que significa hoy el frenteamplismo).

En la actualidad, se reivindica la condición de frenteamplista con mayor o menor énfasis en el papel del Estado, en el deseo de que se reduzcan las desigualdades económicas, en la promoción de nuevos derechos, en el estímulo a las experiencias de autogestión, en el relativismo cultural (o en el universalismo cultural, e incluso en uno u otro según el caso), en rehabilitar a quienes cometen delitos o en perfeccionar los dispositivos de represión y encarcelamiento, en el ambientalismo o en el industrialismo, en una educación orientada por el humanismo crítico o en una capacitación para lograr destrezas que el mercado demanda, en el pacifismo a ultranza o en la glorificación de la lucha armada, en el nacionalismo o en el internacionalismo, en el latinoamericanismo o en el “regionalismo abierto”, y también con mayor o menor énfasis en la vocación de combate contra la acumulación de capital o contra el poder de las grandes potencias mundiales.

Eso no quiere decir que el frenteamplismo carezca de denominadores comunes en lo ideológico y lo programático, o que no se diferencie en esos terrenos de los partidos Nacional y Colorado. Quiere decir que lo común no es asumido en forma colectiva y explícita. Y también que, en ese marco, tampoco es claro qué significa el recurrente debate sobre la posibilidad o la conveniencia de un “giro a la izquierda” por parte del FA, que habla de “progresismo” desde que aprobó su Declaración Constitutiva en 1971, aunque hasta hoy sus principales dirigentes asuman que el frenteamplismo es izquierda.

De todos modos, hace muchos años que la mayoría de los dirigentes del FA está más cerca de las cuestiones cotidianas del gobierno que del pensamiento teórico y la elaboración de perspectivas, al tiempo que muchos intelectuales de izquierda sin responsabilidades gubernamentales se ubican con frecuencia (y hasta prefieren ubicarse) más cerca de la interpretación del mundo que de su transformación. No se ha configurado un espacio a distancias óptimas de la teoría y la práctica, y por lo tanto en condiciones óptimas de relatar el relato.

Ni muy muy, ni tan tan

En octubre, la mayoría de los electores aprobó las consecuencias de una orientación de gobierno que durante diez años fortaleció el papel del Estado, atrajo inversiones, desarrolló políticas sociales con efectos notorios para reducir la pobreza y consagró legalmente nuevos derechos. Se puede afirmar, en grandes líneas, que en lo que va del siglo XXI se ha consolidado un desplazamiento de las preferencias ciudadanas, a partir de procesos previos que se desarrollaron durante décadas. Y sin entrar en disquisiciones muy hondas también podemos aceptar, como lo hace la abrumadora mayoría de los observadores internacionales, que tal desplazamiento se ha producido “hacia la izquierda”. Además, la suma de las opciones “de izquierda” le sacó ventaja a la suma de las opciones “de derecha” en relación con los resultados de 2004 (con independencia de que se cuente o no dentro de la izquierda al Partido Independiente). Pero también hay que tener en cuenta que muy probablemente Vázquez logró captar, mediante varios notorios gestos de su campaña, el apoyo de votantes centristas e incluso conservadores; y que el apoyo a la propuesta de rebaja de la edad de imputabilidad penal fue mayor que la suma de votos “a la derecha”.

En todo caso, no es nada claro que la velocidad del “desplazamiento hacia la izquierda” venga creciendo, ni que estén dadas las condiciones para que se acentúe durante los próximos años. En lo que respecta a la relación de fuerzas sectoriales dentro del FA, es muy dudoso el diagnóstico de un “corrimiento a la izquierda” con apoyo en la votación que sumaron los integrantes del llamado Grupo de los Ocho.

No son todos los que están

Ese grupo estaba constituido, en ocasión del último congreso del FA, por sectores que fueron definidos como “ala izquierda”, debido a que entre sus propuestas estuvo la de una política tributaria con mayores cargas y menores exoneraciones para el capital (hoy en día, hay quienes piensan que el izquierdismo se caracteriza por una pertinaz tendencia a incrementar la carga tributaria). De los ocho, sólo tres lograron representación parlamentaria: el Movimiento de Participación Popular (MPP), Compromiso Frenteamplista (CF, el sector de Raúl Sendic) y el Partido Comunista (PCU). Los restantes eran, en el Congreso, el Frente Izquierda de Liberación (Fidel), los integrantes del Frente Unido (la Vertiente Artiguista, la lista 5005 de Diego Cánepa y el Movimiento al Socialismo) y la Liga Federal de Darío Pérez, que no acumuló votos en las elecciones de octubre con los otros siete (aunque éstos volvieron a formar un grupo de ocho porque presentaron un sublema junto con la Corriente de Acción y Pensamiento-Libertad, encabezada por Fernández Huidobro).

Es muy discutible que se contabilicen como “opciones por la izquierda” todos los votos logrados en octubre por el MPP, que fueron, en muy gran medida, votos a Mujica (y sabemos que el actual presidente, cuya influencia en el próximo Parlamento será muy grande, es más pragmático y capaz de “moderarse” que el promedio de los emepepistas). Por otra parte, ni el discurso ni la práctica de CF habilitan a prever que ese sector se ubique lejos del centro del FA (un lugar en que ha tratado de ubicarse a menudo el Partido Socialista, hoy con una bancada dividida entre “ortodoxos” y “renovadores”). Queda el PCU, pero su lista 1001 logró sólo una banca en Diputados y una en el Senado, correspondiendo esta última a Marcos Carámbula, que no integra el partido ni se caracteriza por su alineamiento con la izquierda radical.

No hay, pues, una “base objetiva” nítida para asegurar que la próxima bancada del FA le complicará la vida a Vázquez procurando un “giro a la izquierda”, aun si estuviera claro qué significa eso. Hay, sí, espacio para que la práctica política defina con más claridad el significado de la sucesión de gobiernos frenteamplistas. El relato vendrá por añadidura.

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