Un niño y su madre, residentes en la zona rural del departamento de Lavalleja, estuvieron internados en febrero porque presentaban cuadros de desnutrición. Son pobres y ella, además, está enferma.
Con las mejores intenciones, la maestra del niño puso la situación en conocimiento de otras personas buscando solidaridad, la historia se difundió en internet y hubo gente que se organizó para recolectar y entregar alimentos.
Con intenciones no necesariamente puras, varios medios de comunicación se ocuparon del caso en los últimos días. El niño “es noticia” porque ganó en 2012 el concurso “Historias cero falta”, organizado por el Consejo de Educación Inicial y Primaria, Antel y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). Un audiovisual y numerosas coberturas periodísticas (incluida una en la diaria) han divulgado el esfuerzo que este niño realiza para caminar a campo traviesa, ida y vuelta cada día de clase, los tres kilómetros que separan su casa de la escuela.
Está muy bien que un relato conmovedor se muestre como ejemplo. Es muy discutible que se utilice la notoriedad de una persona para lograr que el público se interese en un drama social. No está nada bien exponer masivamente la desgracia de un niño.
Algunos medios lo identificaron con nombre y apellido, otros sólo con el nombre. Tanto da, porque desde 2012 resulta muy fácil saber quién es y ver su rostro, al que ahora se añade como etiqueta el desamparo del botija, insumo disponible para cualquier comentario bien o mal intencionado de ingeniosos anónimos o estúpidos notorios, como las filmaciones de gatitos o las banalidades de cualquier “celebridad” internacional o criolla.
Por otra parte, las oleadas emocionales no son propicias para la búsqueda de soluciones eficaces. A más de uno se le puede ocurrir que los antecedentes del niño lo hacen merecedor de un apoyo extraordinario, pero es obvia la necesidad de resolver todos los problemas similares, aunque no se trate de escolares con cero falta. Tan obvio como que el chiquilín de Lavalleja no dejaría de merecer ayuda si alguna vez, como cualquier otro de su edad y con motivos más justificados que la mayoría, no puede ir a la escuela (con el criterio empleado en esta ocasión, eso también “sería noticia”, y quizá no faltarían caranchos de internet con ganas de hacerse los graciosos).
El camino hacia un país en el que estas cosas no pasen es más largo y más difícil que el que separa una escuela rural de un ranchito donde se pasa hambre. Y no hay atajos.