Ya lo había advertido la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por su sigla en inglés) en un informe en setiembre: 1.300 millones de toneladas de alimentos se desperdician o se pierden en algún punto de la cadena de producción al año. Esto, además de representar una fuerte amenaza para los recursos naturales y la seguridad alimentaria, también desencadena serias repercusiones para la economía, el ambiente y la pobreza. Según un informe del BM se desaprovechan inversiones en agricultura, se producen emisiones innecesarias de gases de efecto invernadero -3.300 millones de toneladas anuales-, se usan de manera poco eficiente el agua, la energía, los fertilizantes y la tierra, y se reducen los ingresos de los agricultores más pequeños.
El mismo documento muestra, además, que la mayor parte de las pérdidas y desperdicios ocurre en las etapas de consumo (35%), producción (24%) y manejo y almacenamiento (24%) de la cadena de valor de estos productos. Existen, no obstante, diferencias marcadas entre los países desarrollados y en desarrollo, y, asimismo, entre las regiones.
En términos globales, alrededor de 56% del desperdicio total ocurre en el mundo desarrollado, y 44% en las regiones en desarrollo. Tal como lo muestra la gráfica circular, cerca de 67% de toda la pérdida y desperdicio ocurre en Asia y África. Sin embargo, si se considera el desperdicio en proporción a lo producido, América del Norte y Oceanía son los que más pierden y desperdician (42% de lo que producen). En América Latina -donde actualmente hay 74 millones de personas en situación de pobreza extrema- se desperdician más de 80 millones de toneladas de comida al año, lo que equivale a 15% de la producción de alimentos de la región. Aun así, la región latinoamericana se ubica como la que desperdicia o pierde menos comida, ya que en los países desarrollados este fenómeno -que el BM entiende que se produce como resultado de la decisión deliberada de tirar los alimentos- alcanza una proporción de más de 50%.
Efectos encontrados
Los precios de los productos alimenticios básicos (conocidos también con el nombre de commodities) vienen cayendo desde agosto de 2012, cuando se registraron máximos históricos. En el último trimestre del año pasado se redujeron 3%, caída que fue impulsada por los cereales y el azúcar.
Sin embargo, el documento del BM advierte respecto de dos efectos contrapuestos: por un lado, las “incertidumbres en torno a las condiciones meteorológicas”, la creciente demanda y los “inesperados e importantes” cambios en la producción de biocombustibles, que impulsan los precios al alza, y por el otro, la caída en los precios de los fertilizantes y la continuación de las “prudentes políticas comerciales”, que ofrecen presiones a la baja. De cara al futuro, el organismo prevé que las presiones se reduzcan en el corto plazo y que los precios internacionales sigan bajando de forma moderada.
Vergüenza de los ricos
“La pérdida y el desperdicio de alimentos [...] no son simplemente otra vergüenza de los ricos o una ironía absurda”, dijo Cuesta, al presentar el informe. Aun así, el documento distingue las “costumbres de desperdicio” entre hogares con ingresos más altos y bajos.
Una familia promedio de cuatro integrantes en países como Estados Unidos y Reino Unido derrocha anualmente 1.600 y 1.100 dólares, respectivamente, en la etapa de consumo, “y las pruebas sugieren que las pérdidas han aumentado en el tiempo”, agregó.
Las estimaciones del BM también constatan que los grupos de ingresos más bajos desperdician menos alimentos que los de ingresos más altos en términos de peso, calorías y gasto.
El desperdicio de alimentos está muy relacionado con prácticas comerciales y factores culturales, y en este sentido, se ejemplifica con las políticas de compra de algunos de los grandes supermercados que incentivan a la sobreproducción, las ofertas promocionales y las campañas publicitarias que pueden impulsar a los consumidores a comprar más de lo necesario.
Esto se puede ver favorecido, además, por el bajo nivel de comprensión de los consumidores del etiquetado -complejo y conservador- de las fechas de caducidad de los productos. “En cualquier sitio donde los alimentos sean vistos como bienes baratos y abundantes, es más probable que terminen siendo sumamente subvalorados y fácilmente desechados”, observa el informe.
#desperdiciodealimentos
En un debate que originó el BM ayer en Twitter con el hashtag #desperdiciodealimentos, los navegantes interesados discutieron con Cuesta diversas maneras para reducir (o evitar) el desperdicio de alimentos. Se requieren múltiples intervenciones para solucionar este problema, y si bien no es realista esperar que la pérdida o el desperdicio se reduzca a cero, Cuesta coincidió en que se podría intentar mejorar la gestión de desechos en los alimentos y otros recursos y aumentar las donaciones de comida, pero sobre todo insistió en que lo que “está más al alcance de nuestras manos” es modificar conductas, percepciones y preferencias de consumidores y comerciantes minoristas.
“El desperdicio por parte de los consumidores se podrá reducir si somos más responsables en nuestros hábitos de compra y de consumo. Y por parte de los supermercados, por ejemplo, mejorando las políticas de etiquetado y de retirada de alimentos. Creo que eso ayudaría bastante a aliviar el problema” tuiteó. “No importa qué diminuta parezca la contribución, creo que todo suma y ayuda”, agregó en otra intervención.
Para concluir, Cuesta evaluó el desperdicio de alimentos que ocurre en todo el mundo como “un reflejo prototípico del mundo en que vivimos hoy en día, y el que dejaremos a las próximas generaciones. Los futuros avances en la producción agrícola y el cambio climático significarán muy poco para la seguridad alimentaria mundial si seguimos perdiendo y desperdiciando gran parte de los alimentos que producimos”.