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“Qué importa que nos apaguen la luz, Sendic ilumina el camino”. Así decía un grafiti urgente en aquel 1989 bisagra que estábamos viviendo. Veníamos de la derrota del voto verde y nos esperaban duros golpes ideológicos con la caída del muro de Berlín, el desbarrancamiento de la revolución sandinista y la crisis de la Cuba socialista. También era un año de sequía y apagones programados, que los jóvenes aprovechaban para desafiar las razias cotidianas.

La muerte del Bebe nos tomó por sorpresa, de la misma manera que nos sorprendió con sus planteos al salir de la cárcel. El mítico líder guerrillero, que había sobrevivido al intento de lento aniquilamiento del enemigo, sale con un plan de emergencia para el desastre de país que nos dejó la dictadura. Habla de no pagar la deuda externa, de pasar las tierras en manos de los bancos al Instituto Nacional de Colonización, limitar el latifundio vía reforma constitucional y castigar vía impuestos al consumo suntuario. Crea el Movimiento por la Tierra y habla de un Frente Grande como instrumento para juntar a los que coincidan con este planteo, a nivel político pero fundamentalmente a nivel social, aprovechando el torrente de organizaciones sociales que la lucha contra la dictadura había generado. No se la llevó casi nadie; desconfianza en la izquierda y hasta en los propios tupamaros, que estaban pensando más en resolver sus viejos conflictos producto de la derrota. Pero al Bebe no le importó; fiel a su estilo, siguió adelante, recorriendo el mundo y aprendiendo de las diferentes experiencias revolucionarias, estudiando economía y articulando con todo aquel que pudiera aportar a la causa. Por su casa de Ejido pasaban desde Reinaldo Gargano hasta Luis Mosca (que después fue ministro de Economía de Sanguinetti, pero en ese momento pertenecía a la parte “progresista”del Partido Colorado), también Hugo Batalla, Óscar López Balestra y Alberto Couriel, entre otros. Nunca recibió a Jorge Batlle, que en varias oportunidades le mandó decir que se tomaría un café con él (Lacalle se encargó de cobrárselo en una campaña electoral posterior).

Han pasado 25 años, hace casi diez que la izquierda gobierna en el Uruguay. Como dijo el representante del Movimiento Sin Tierra de Brasil en el acto en recuerdo de Sendic el sábado, hoy el enemigo ya no es más el viejo latifundio sino el agronegocio (aliado al capital financiero internacional), que concentra la propiedad de la tierra, destruye los recursos naturales y expulsa a los pequeños productores familiares que aún sobreviven en nuestra campaña. La izquierda aprobó la ley de ocho horas para el trabajador rural, el Instituto de Colonización ha repartido tierras para aspirantes largamente postergados, pero sigue siendo algo testimonial ante el avance del agronegocio. Parece que el país necesita los puntos de crecimiento del PIB que aportan estas grandes empresas para sostener el nivel de consumo necesario en las ciudades, que prefieren mirar al mundo desarrollado como modelo. En un año de campaña electoral, poner en discusión este modelo, con la apertura que nos mostró el Bebe, mirando más hacia el campo y escuchando a los olvidados de la tierra, es quizá la mejor forma de seguir ese camino que nos sigue iluminando Sendic.

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