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Cuentas y cuentos de las internas

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Los resultados de las elecciones internas del domingo definieron relaciones de fuerzas entre los sectores de cada partido, con miras a la postulación de candidatos a la presidencia de la República y las intendencias departamentales. Su importancia en relación con otras cuestiones es relativa, pero en los últimos días han circulado varias interpretaciones desproporcionadas.

Por comodidad, esos resultados se difunden mediante porcentajes, y así es posible que se pierdan de vista las cantidades representadas. La participación ciudadana, la cantidad de votantes a cada partido y el apoyo a cada candidato dentro de un lema se presentan de ese modo, y no siempre se hacen las cuentas necesarias para dimensionar, por ejemplo, la aplastante victoria de Pedro Bordaberry. Ésta se produjo con 74% de un lema que obtuvo menos de 14% de los votos totales, los que a su vez fueron poco más de 37% de los habilitados. Esto significa que los votos a Bordaberry fueron menos de 102.000 en un total de menos de 147.500 al lema colorado, y con un total de votantes que no llegó a 990.000, cuando los habilitados eran algo menos de 2.670.000. Para los aficionados a los porcentajes, se puede calcular algunos menos difundidos: los apoyos a Bordaberry fueron poco más de 10% del total de votantes y poco menos de 4% del total de habilitados.

Además, todos sabemos que ese 37% de los habilitados que decidió votar no constituye nada parecido a una muestra representativa de la ciudadanía. Por lo tanto, es bastante audaz y muy erróneo sostener, a partir de los resultados del domingo, que “la gente” emitió mensajes.

Tengamos presente, por ejemplo, que cuando se realizan internas propiamente dichas del Frente Amplio (FA), para integrar su Plenario Nacional, es frecuente que se desprecie la representatividad de los resultados, señalando que, al ser la cantidad total de votantes mucho menor que la que se registra en las elecciones nacionales, y dado que en general participan personas con un interés en la política muy superior al promedio, los pesos relativos de los sectores quedan muy distorsionados. El domingo pasado, la cantidad de votantes correspondiente al FA fue cerca de 336.000, una cifra mucho más cercana a la de participantes en las internas propiamente dichas (223.000 en 2006 y 171.000 en 2012) que a la de votantes en elecciones nacionales (que fue más de un millón tanto en 2004 como en 2009). Conviene tener esto en cuenta, por ejemplo, para imaginar qué proporción real de los potenciales votantes frenteamplistas no quiere a Tabaré Vázquez como candidato.

A su vez, dentro del FA los votos a la lista 711 de Compromiso Frenteamplista, encabezada por Raúl Sendic, fueron 62.546 (en una cuenta fácil, 6,25% de un millón). Interpretar que eso expresa una fuerte y extendida demanda de renovación generacional dentro de la fuerza política gobernante parece un poco aventurado. Quizás haya quienes llegan a esa conclusión porque ya tienen una opinión negativa (sin duda respetable, pero opinión al fin) acerca del peso de la tercera edad en la dirigencia frenteamplista, pero no hay a la vista fundamentos para sostener que tal opinión es mayoritaria o muy significativa entre los potenciales votantes del oficialismo. Que esto sea bueno o malo es otra cuestión.

El alegato de que “la gente” quiere candidatos jóvenes invoca también el respaldo a Luis Lacalle Pou, pero es oportuno señalar que sus votantes del domingo, algo más de 222.000, fueron cerca de 22,5% del total, y algo más de 8% de los habilitados. En realidad, que Lacalle Pou sea menor que Jorge Larrañaga, y que Sendic sea menor que la mayoría de quienes encabezaron listas del FA, no significa necesariamente que haya una nueva y poderosa demanda ciudadana de renovación generacional, con independencia de las ganas que se puedan tener de que tal demanda exista. Y es claro que, más allá de las imágenes y los estilos, ni Lacalle Pou ni Sendic se presentaron a las internas con propuestas que puedan considerarse muy representativas de lo juvenil.

Nada de lo antedicho desmerece el desempeño de los victoriosos, quienes obviamente realizaron campañas más eficaces que las de sus rivales. Además, la construcción del relato que presenta sus triunfos como algo esencialmente asociado con la juventud y la renovación puede incidir en las intenciones de voto en octubre. Pero, por más difusas que sean hoy en día las fronteras entre la imagen y la realidad, conviene que no nos acostumbremos a confundir una con otra.

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