Hace poco, se supo que Juan Villoro y Martín Caparrós, dos célebres cronistas latinoamericanos, estarán haciendo la cobertura periodística de la próxima Copa del Mundo. Las relaciones entre la crónica, el género que Villoro llama “ornitorrinco de la prosa”, y el deporte más popular del planeta no son nada nuevo. Tampoco Villoro y Caparrós son principiantes en esas lides. Pero lo interesante de la cobertura que harán es que tendrá lugar en el país de la crónica. Hasta tal punto llega el sentido de pertenencia de nuestros vecinos norteños sobre ésta, que muchos coinciden en afirmar que es un “género típicamente brasileño”. Sin dudas, Brasil exhibe una rica tradición de cruces entre el periodismo y la literatura, que se remonta a los escritos para prensa de Machado de Assis en el Siglo XIX, y avanza por el siglo pasado con nombres como Drummond de Andrade, Manuel Bandeira, Rubem Braga y Nelson Rodrigues. Y la crónica deportiva ocupa un lugar crucial en esta tradición.
En los días previos al partido inaugural entre Brasil y Croacia, el ánimo general oscilaba entre el entusiasmo irrestricto y las críticas contra la maquinaria estatal puesta al servicio de un evento que, se alega, poco dejará al pueblo brasileño. Mientras las movilizaciones populares van creciendo (así como la esquizofrenia ideológica de los medios y la manipulación que ejercen en año electoral), el mercado editorial se ha encargado de lanzar numerosos títulos que celebran el omnipresente fútbol. Ánimos exaltados, nacionalismo presente. Al margen de títulos como Neymar, o último poeta do futebol (Neymar, el último poeta del fútbol), hay otros lanzamientos de mayor interés literario.
Ejemplo de lo anterior es el caso de Somos o Brasil (Somos Brasil) y de A pátria de chuteiras (La patria de botines), ambos de Nelson Rodrigues (1912-1980). El primero es una edición bilingüe (portugués-inglés), de fotografías, recortes de prensa y crónicas que hacen una presentación somera, y chauvinista, del Brasil futbolero. El segundo, menos llamativo a nivel visual, ofrece 40 crónicas sobre fútbol publicadas entre los años 50 y 70. El ministro de Deporte de Brasil, Aldo Rebelo, firma el prólogo, y escribe que el libro es “para los que no creen en Brasil”. Lo anterior parece lógico, ya que fue con fondos estatales, del Banco Nacional de Desenvolvimento Econômico, que estas nuevas ediciones ganaron vida.
Lo cierto es que Rodrigues fue el mayor cronista deportivo de Brasil. Conocido también por sus obras de teatro -realistas y sórdidas-, novelas, cuentos, y su controvertido apoyo a la dictadura militar brasileña, estampa en las crónicas una dosis potente de la vida cotidiana. La tensión entre el detalle nimio y las generalizaciones más osadas es siempre evidente. La mesura no es su patria, como sí lo es Brasil.
A propósito, escribe: “Lo que se hace en Europa es una imitación de la vida. Mientras tanto, nosotros ‘vivimos’ de verdad, y repito: Vivimos la vida, en todas sus posibilidades y consecuencias”. Yendo aun más lejos, agrega: “En una simple jugada, ponemos una carga de voluntad, de personalidad, de invención, que el europeo ni siquiera comprende. Diría incluso que nosotros también ‘vivimos’ el fútbol [...] Hay un abismo entre la seca objetividad europea y nuestra imaginación, nuestro fervor, nuestra tensión dionisíaca”.
Los textos se suceden en esa tónica. En 1959, frente a la genialidad que detecta en Edson Arantes do Nascimento, el cronista no hace más que engrandecerlo: “Pelé podría encontrar a Miguel Ángel, Homero o Dante y saludarlos, con íntima efusión -‘¿Cómo va, colega?’. De hecho, así como Miguel Ángel es el Pelé de la pintura, de la escultura, Pelé es el Miguel Ángel de la pelota”. Como se nota, el deportista es endiosado al margen de los prejuicios raciales existentes, como también lo son otros jugadores “negros, ornamentales, folclóricos, como Didi, Zózimo y Djalma Santos”, de la Copa de 1962.
Justamente, el tema de otro libro lanzado estos días, pero de tenor académico, es cómo el fútbol se volvió un elemento de identidad nacional y también escenario de discusión de un proyecto país en términos raciales. En Pelé e o complexo de vira-latas: discursos sobre raça e modernidade no Brasil (Pelé y el complejo de cuzco: discursos sobre raza y modernidad en Brasil), la antropóloga Ana Paula da Silva aborda esa cuestión. Como dijo al blog Prosa, del diario O Globo: “Parte de la sociología de los años 50 afirmaba que las desigualdades entre negros y blancos en este país serían superadas cuando Brasil se industrializara e incorporara el ethos de la modernidad en el trabajo”, y resume: “Pelé representó muy bien ese papel”. Es curioso recordar que, al ser consultado sobre el gesto de Daniel Alves y la banana (transformado en fiebre, transitoria, en las redes sociales), Pelé fue enfático al afirmar que no existía una ola de racismo en el fútbol. Señaló que, si Alves no hubiera comido la banana, “no hubiera pasado nada. Sólo tuvo repercusión porque hizo la broma”.
Pero volviendo a Rodrigues, sus crónicas van aun más lejos. Son retratos instantáneos, donde abundan las metáforas elocuentes que hablan sobre “las hienas, sobre los buitres, sobre los chacales del fútbol brasileño”. Asimismo, están las descripciones poéticas, como la que sigue: “Era un domingo parnasiano, con un luminosísimo azul de soneto”.
Hacia 1970, con el advenimiento de la transmisión televisiva de los partidos, anota: “La TV, que no sabe fantasear y tiene el escrúpulo de la más exacta veracidad, nos describió el tiro”. Se refería al casi gol de Pelé contra Checoslovaquia. Su comentario de la jugada es realmente cinematográfico: “La cámara, en una toma por detrás del gol, muestra toda la curva implacable de la pelota. Por un momento, nadie entendió. ¿Por qué Pelé no la pasó? ¿Por qué tiraba desde tan espantosa distancia? Y al golero le costó percibir que él era la víctima. Su horror tuvo un tinte cómico”. Prosigue: “Se puso a correr, en pánico. De vez en cuando paraba y miraba. Allá venía la pelota. Parecía una escena de Los Tres Chiflados. Y, por muy poco, no entró el gol más fantástico de todas las Copas pasadas, presentes y futuras”.
Otras veces, el destaque está en el público. “Suena la risa de la multitud -risa abierta, expuesta, casi ginecológica”, escribe en un ritmo preciso, de singular adjetivación. Y en el equipo. Al comentar la formación de éste, dispara: “La defensa puede fallar, el golero puede papar frangos homéricos, frangos camonianos. Pero si el ataque está en estado de gracia, de plenitud, no hay nada que temer”. Recordamos que frango es pollo, y que la expresión es usada para los goles vergonzosos. La referencia a Camões y Homero hacen su parte. Al respecto también del frango, comenta: “El gol de Ghiggia quedó grabado, en la memoria nacional, como un frango eterno. El brasileño ya se olvidó de la fiebre amarilla, de la vacuna obligatoria [...] Pero de lo que no se ha olvidado, ni a palos, es del llamado ‘frango’ de Barbosa”, en alusión al golero brasileño del Maracanazo. Sumado a lo anterior, opina que Obdulio Varela “extrajo” a Brasil el título, “como si fuera un diente”.
Pero quizá una de las expresiones más conocidas de Rodrigues es la del “complejo de vira-latas”, o “complejo de cuzco”, como diríamos en criollo. En diálogo con el lector, como construye a lo largo y ancho de su obra, explica: “Lo entiendo como la inferioridad en que el brasileño se coloca, voluntariamente, frente al resto del mundo. Esto ocurre en todos los sectores y, sobre todo, en el fútbol”. Eran los años 50. Varias décadas de por medio, cinco títulos después, y como dueños de casa, estas crónicas ayudan a entender la construcción del imaginario futbolístico y el nacionalismo brasileños.
Por último: los libros de Rodrigues están disponibles para bajar gratis en internet, pero en portugués. Excepción en la ausencia de traducciones de su obra al castellano es la publicación del volumen de cuentos breves La vida tal cual es (2012), de la editorial Adriana Hidalgo. De sus crónicas, por ahora sin noticias. Lo anterior no sorprende, ya que como supo decir el crítico brasileño Antonio Candido, por suerte la crónica no sería un género mayor: “No fue escrita originalmente para el libro, sino para esa publicación efímera que se compra un día y al día siguiente es usada para envolver un par de zapatos o forrar el piso de la cocina”.