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La Universidad en vísperas del salto cualitativo, o no

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La Universidad no está sola, es de la República. Esto le asigna una mayor responsabilidad sobre lo que hace, para qué lo hace y cómo lo evalúa y rinde cuentas.

El país ha crecido económica y socialmente durante los últimos 10 años; muchos entendemos que está entre un salto cualitativo y el estancamiento, que es siempre retroceso. La economía no es todo: quiero decir que para construir una prosperidad durable y equitativa se precisa innovación, productividad y también densidad cultural. La Universidad de la República (Udelar), institución llamada a formar profesionales de alto nivel, éticos y críticos, llamada a crear conocimiento, es una pieza clave (no suficiente pero necesaria) para avanzar en el desarrollo integralmente concebido.

Uno de los mayores desafíos es generar más demanda de conocimiento, tanto en el sector privado como en el público. El gobierno del Frente Amplio dedicó a partir de 2008 un apoyo sin precedentes -aunque todavía falta mucho- al desarrollo universitario y al del sistema de ciencia y tecnología. En este último aspecto estamos todavía muy por debajo de lo necesario: se puede medir en recursos materiales en relación con cualquier indicador de la economía, en investigadores en relación con la población o en becas de posgrado en relación con posibles directores de tesis.

La Universidad no puede pensarse aparte del sistema educativo, que afronta hoy un desafío de crecimiento sin precedentes, también entre el salto y el retroceso. Universalizar la educación media y generalizar la terciaria es el compromiso con el desarrollo durable, es la mejor inversión y la diferencia entre seguir creciendo y estancarse.

La mentada crisis de la educación es un desafío de crecimiento. Acceden muchas más personas, pero la culminación de ciclos está fuertemente correlacionada con el nivel socioeconómico. Las necesidades confluyen: los jóvenes necesitan educación y el desarrollo necesita personas educadas. El acceso crece, sobre todo, desde los estratos menos integrados, lo que requiere tener en cuenta a estudiantes o alumnos que traen culturas distintas de las que el sistema esperaría recibir.

La Universidad está llamada a contribuir a esa evolución, que se hará en su mayor parte desde otras instituciones públicas, que coordinarán con ella sus trayectos para que resulten transitables por los estudiantes, que probablemente compartan docentes y que ojalá que tengan proyectos conjuntos. Encarando el tema desde el otro lado, esas nuevas instituciones deberán estar abiertas a la Udelar; no reeditemos recelos demasiado viejos.

Son piezas fundamentales del sistema la educación terciaria corta y la politécnica. Carreras con salidas laborales tempranas existen ya y se deben ampliar en campos tan diversos como los idiomas, la gestión, las profesiones asociadas a la salud e incluso la propia educación. Salidas laborales tempranas no quiere decir formaciones terminales; no se debe techar las carreras sino darles posibilidad de continuación siempre.

La otra pieza fundamental es la formación de docentes: vamos a precisar rápidamente más si tenemos éxito en la educación media. La formación canónica obviamente no dará abasto, por lo que se deberá recurrir a universitarios que complementen su capacidad pedagógica, docentes de tipo terciario y más. Cobra especial relevancia la investigación en educación.

La Udelar ha avanzado mucho y no es autocomplaciente. Miremos hacia adentro con espíritu crítico y reconociendo los logros.

A la Udelar le toca velar por el futuro. Tiene que formar gente y crear pensamiento para lo que no se conoce todavía. Para sobrevivir a tiempos favorables y adversos, debe cultivar la más alta calidad en todo lo que hace, porque en eso residen su corazón y su continuidad cambiante. Esto no es elitismo, es hacer bien su función esencial. Desperdicio es todo cuanto se haga sin calidad.

Por ser una discusión del momento, corresponde hablar sobre las funciones universitarias de enseñanza, investigación y extensión. Empecemos por la formación de profesionales de buen nivel, responsabilidad ineludible, que debe estar guiada por una visión de futuro: no se trata de mercado sino de desarrollo, y no se trata de adaptarse a la realidad sino de modificarla. Pero no hay educación universitaria sin creación de conocimiento.

La Ley Orgánica no habla de investigación a secas ni de extensión, sino de “defender la cultura; impulsar y proteger la investigación científica y las actividades artísticas”, de “contribuir al estudio de los problemas de interés general y propender a su comprensión pública”. La principal transferencia de conocimiento a la sociedad se da a través de los profesionales. La transferencia directa -de ida y vuelta, por supuesto- se constituye en las distintas formas de extensión.

No hay extensión sola, porque no se puede extender lo que no se tiene. Los “problemas de interés general” son difíciles y requieren creación; de lo contrario ya habrían sido resueltos. Una anécdota para ilustrar: durante la crisis de 2002, estudiantes de psicología me contaron que estaban haciendo ollas populares y una viejita les dijo: “Por cocinar no se preocupen, que nosotros cocinamos mejor que ustedes. Ya que son psicólogos, enseñen a la gente a aceptar una ayuda sin perder la dignidad ni la voluntad de trabajo”. Todo un tema de doctorado proponía la viejita.

Quiero decir que la extensión debe hacerse con alta calidad, a riesgo de decepcionar expectativas de la sociedad.

La expansión territorial ha tenido una evolución positivísima, sin duda a evaluar y a coordinar aún más con otras instituciones educativas y no educativas. En el próximo período se debe profundizar en la calidad de esas ofertas y actividades.

Una expansión real y de calidad necesita buenas políticas de becas de grado y de posgrado, que den para vivir fuera de la casa familiar. Y de una política de vivienda para los jóvenes, que veo más bien como planes de crédito y ayuda para reciclar buenas infraestructuras despobladas o subpobladas.

Otro aspecto a atender es el del transporte, tanto urbano como interurbano, entre los centros del interior del país, a veces muy mal comunicados. Un ómnibus circular en Montevideo no sería algo tan difícil y facilitaría el trabajo entre centros y la interdisciplinariedad.

Sobre la Ley Orgánica, ni falta hace hablar de las facultades que no votan o de las condiciones para ser rector, porque todos estamos de acuerdo. Algunos trazos sobre otros asuntos importantes:

• Discutir cómo generar nuevas instancias en que intervengan los centros del Interior, equilibrando autonomía de gestión y consistencia en el nivel.

• Diseñar otras formas de organización, más allá del conjunto de facultades.

• Reconocer el posgrado y el estudiante de posgrado, que no existen para la Ley Orgánica.

• Repensar qué se somete a la consideración de los órganos cogobernados, a menudo desbordados por temas de forma o de gestión rutinaria, mientras se analizan poco los planes de evolución.

• La vinculación con la sociedad nacional, departamental o local tiene todavía poca existencia legal.

• Lo que hace falta es crear dentro y fuera de la Universidad un acuerdo suficientemente sólido para discutir la Ley Orgánica, o sea, muy fuerte y bien fundamentado. Y asumir los riesgos.

Éste no es un artículo de apoyo a un candidato a rector. Creo que tanto Roberto Markarian como Álvaro Rico son universitarios cabales, cada uno con su impronta, conocimiento de la Udelar y rumbos prioritarios. Me preocupan algunas declaraciones que tildan a Markarian de elitista o suponen que Rico no prioriza la calidad académica, contra lo que atestiguan sus propias respectivas trayectorias. No se me oculta que todos podemos tener apoyos por motivos equivocados, y corresponde a cada uno mantener sus principios e independencia de criterio.

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