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Los peligros del desorden

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Columna de opinión.

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El Frente Amplio (FA), abofeteado por sucesivas encuestas, se propone recuperar terreno en los dos meses de campaña electoral que le quedan. Pero, como pasa en cualquier partido de fútbol, tratar de ganar a la desesperada tiene sus riesgos. Para comprenderlos, es preciso tener presentes algunos datos estructurales.

Desde la reforma constitucional de 1996, que obligó a los partidos a realizar las elecciones que llamamos internas, blancos y colorados se han acostumbrado a definir en ese acto el ordenamiento de sus ofertas para integrar el Parlamento. Lo habitual es que los dirigentes se vayan alineando detrás de los aspirantes a la postulación presidencial antes de las internas, y que en ellas se midan relaciones de fuerzas para determinar el armado de las listas que se presentarán en octubre. Esto implica que los sectores hagan importantes esfuerzos monetarios y de movilización desde los comienzos del año electoral hasta esas elecciones primarias, y que luego una parte mayor del peso de la campaña recaiga sobre la fórmula presidencial.

En el FA, por el contrario, lo más frecuente es que, mientras se desarrolla la campaña para las internas y después de éstas, cada sector vaya definiendo, por decisión de sus propios organismos y en negociaciones reservadas, el orden de presentación de sus candidatos al Parlamento y el sublema que integrará en octubre. Por lo tanto, lo normal ha sido que los sectores (y, con ellos, la plana mayor de los dirigentes) salgan a la cancha en el último tramo de la campaña, salvo cuando las principales figuras de uno o más de ellos compitieron por la postulación presidencial, como sucedió, sin ir más lejos, en 2009.

El postergado ingreso a escena de los referentes sectoriales frenteamplistas, que ha comenzado a producirse en estos días, se da esta vez en un contexto peculiar. Por un lado, coincide con (y ha sido precipitado por) la difusión de sondeos de opinión pública que señalan una tendencia decreciente en la intención de voto al FA, antes muy instalado en la convicción de que, una vez definida la candidatura de Tabaré Vázquez y dedicado éste a la campaña, tal intención se mantendría en los auspiciosos niveles previos o aumentaría. Por otro lado, la conducción de la campaña central es hasta ahora bastante inescrutable, y no se desarrolla en diálogo con representantes calificados de los sectores. Si se mantienen las circunstancias mencionadas, aumentarán las probabilidades de que la sumatoria de nuevas voces se produzca con una mezcla de nerviosismo y descoordinación que puede resultar contraproducente.

Vázquez es desde hace muchos años el líder suprasectorial de una abrumadora mayoría de su fuerza política, y esto determina que dentro del FA las fracciones puedan multiplicarse y cultivar perfiles propios en mayor medida que las de los partidos Colorado y Nacional, cuyas identidades se atenúan y aglomeran al presentarse, forzosamente, como matices dentro de un bando, dirigido siempre por un jefe de sector. Esto otorga a los frenteamplistas la capacidad de desplegar una gran diversidad de perfiles y apelaciones, que es parte de su capital colectivo y a menudo ha constituido una ventaja (por ejemplo, cuando, en la última década, “la interna” del FA fue percibida como el escenario más relevante para definir los rumbos del país, sin que importara mucho qué opinaban los demás actores políticos).

Pero la diversidad puede dejar de sumar o aun de multiplicar la convocatoria, para pasar a restarle potencia, si el oficialismo ya no es visto como mayoría del país, si su común denominador programático no se comprende con facilidad, o si le faltan lineamientos estratégicos colectivos que acoten y articulen la acción sectorial. Todo eso sucede actualmente, y de la capacidad de revertirlo que muestre la dirigencia del FA dependerán, en gran medida, los resultados electorales.

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