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Como se vuelve siempre al amor. Foto: Mariano Gallardo

El tiempo abierto y su después

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La coreógrafa Yvonne Pahlen habla de la obra “como se vuelve siempre al amor”

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Este sábado a las 20.00, con entrada libre, se presenta en el teatro Florencio Sánchez del Cerro (Grecia y Norteamérica) la obra de danza como se vuelve siempre al amor, que aborda los años de la dictadura en Uruguay. El tema aparece reiteradamente en las creaciones de coreógrafos como Tamara Cubas, Grupo Ménades, Leticia Ehrlich y Martín Inthamoussú, entre otros, y si esto da cuenta de un diálogo o de su necesidad, es llamativa la reiteración de la imagen del viaje -ir y volver a aquellos años y sus experiencias, dolores, acontecimientos, luchas- como punto de partida metafórico. Lo que diferencia a esta propuesta es que su directora, Yvonne Pahlen, pertenece a una generación y es ella misma alguien que vivió “en cuerpo propio” la dictadura y sus consecuencias. La obra pregunta “cómo vivimos en los años de dictadura. Cómo volvimos siempre a la vida, a nuestras vidas, al país amado, a los amores, al amor. Cómo resistimos y hoy estamos acá”, y responde con “una mirada desde el cuerpo, los objetos, las sensaciones, la emoción, la cotidianidad, enfocada sobre los puntos más luminosos de una peripecia humana de carácter local y universal”. Integran el elenco las bailarinas-creadoras Daniella Pássaro, Laura Pirotto, Ruth Ferrari y la propia Pahlen, y en la ficha técnica hay lugar para roles poco frecuentes como la “contemplación artística”, a cargo de Jorge Rivas, mientras que la asistencia de dirección es de Carina Gobbi, la iluminación de Ignacio Duarte, el sonido de Alejandro Tuana y el vestuario de Verónica Mosquilo.

La frase “como se vuelve siempre al amor” está en el tango con el que Pahlen hizo su primera improvisación al llegar a Uruguay, “Vuelvo al sur”, interpretado por Roberto Goyeneche en la película El exilio de Gardel. Ella también “estaba volviendo al sur, a mi madre, al amor”, dice, y añade que el título se refiere además a “cómo resolvemos y cómo logramos convivir con las cosas que nos pasan, sobre todo con las más horrorosas, como los crímenes de Estado, volviendo a la vida desde el amor. Es un destello que he experimentado y que me permite contar abrazando el sufrimiento y la indignación, transformándolos en algo que pueda nutrir”. Fueron dos años de proceso creativo, un período que excede la media de los trabajos contemporáneos, más acompasados a los ciclos de llamados a proyectos que a las necesidades de una obra.

-En 1972 me tuve que ir, por haber militado en un movimiento clandestino. Volví en 1987 y me sentí privilegiada por hacerlo con un hijo de la mano, sana, joven y sintiendo que llegaba teniendo una oportunidad. El Río de la Plata me recibía. Recién ahora encontré una forma de compartir lo que había vivido y lo que sentía. Se tarda en hablar cuando se ha vivido el destierro, la persecución, la cárcel, la tortura, la vuelta, la resistencia... Hay un tiempo que tiene que pasar para formular desde cualquier ámbito del arte o del cotidiano, para poder nombrar. Pero cuando una tiene algo para contar, es casi una responsabilidad social hacerlo. Desde ese deseo y esa responsabilidad hago esto. No sólo me fui de Uruguay, también de Santiago de Chile. Fue casi un doble exilio. Y la vuelta, que es otra parte del exilio. Demoré 28 años en expresarlo, tal como están haciendo tantas personas, y lo hago de esta manera, que es la mía.

-¿Cómo ves la reflexión de otros artistas, desde las artes escénicas, sobre el período de la dictadura?

-Todas esas obras me impactan, lo que no significa que necesariamente comparta su lenguaje. Admiro a los que tienen el coraje de poner en escena obras de danza sobre situaciones tan vigentes, tan comprometidas. Por el camino que sea.

-¿Cómo llegaron a este equipo de trabajo?

-Es gente con la que tengo una empatía particular, por su modo de encarar la vida y de convivir en creación. Conozco a las bailarinas desde hace 20 años o más, lo mismo a Carina Gobbi; tenemos en común códigos y experiencias de vida. Dado mi método de trabajo, para esta propuesta sólo podía trabajar con un equipo así. Compartimos lo que nos pasó y lo que hicimos a partir de la dictadura: resistir y volver al amor. Algunos se quedaron en Uruguay, otros conocieron o conocimos la cárcel, y vivimos el exilio y la vuelta, otros nacieron como hijos de exiliados o de desexiliados; todos conocimos personas con familiares o amigos desaparecidos o muertos en tortura, o que tuvieron hijos en cautiverio. La entrega y el compromiso de la parte del equipo que “no se ve” en el escenario es muy importante en esta obra.

-¿Cuál es el vínculo, en tu experiencia, entre lo artístico y lo político?

-Yo quería que Uruguay cambiara para que fuera mejor. No cambió, y me echaron en el momento en que me imaginaba toda una vida. Fui a parar a una situación nuevamente desgarradora con el golpe de Estado en Chile, y esos desgarros me dieron oportunidades, porque hallé la manera de volver a mis intereses, a mis compromisos, a mi plenitud, siempre con el regreso allí, como algo natural y presente. Para mí, que volví al sur bailando y sé por experiencia que se vuelve siempre al amor, esta propuesta es la única manera de abrazar una temática que me atañe, al igual que a mis compatriotas y a tanta gente del planeta que vive o ha vivido en dictadura.

-Llevaron la obra antes a Canelones, Maldonado y Treinta y Tres.

-El formato del Fondo Concursable obliga a presentarla en tres departamentos y a hacer una función en Montevideo en un barrio que no pertenezca a la costa este. Elegimos una sala no convencional en Las Piedras: la parte de exposiciones del Pabellón del Bicentenario, una estructura maravillosa de hierro y vidrio sobre el monte de la histórica batalla. En Maldonado estuvimos en el teatro de la Casa de la Cultura, que tiene un gran arraigo en la población, un público consecuente, una sala preciosa y un técnico, Richard Pedemonte, que con su sabiduría enriquece cualquier espectáculo. Después Vergara, en Treinta y Tres, nos sumergió en ese Uruguay profundo con el que se pone a prueba cualquier presentación. Allí los aplausos fueron de una calidez muy elocuente. En todos lados fue gente de todas las edades a vernos y recibimos mucha ayuda espontánea para resolver el montaje. Cada espacio presentaba su propio desafío. No los elegimos por comodidad, sino porque creemos que ese espíritu circense de “montar el tinglado” le hace mucho bien a la creación. Ahora le toca el turno al Florencio Sánchez del Cerro.

-¿Qué herramientas emplearon en el proceso de creación?

-El “trabajo sobre sí” ha sido parte de la metodología, para que cada persona del equipo encontrara sus puntos de contacto, sus contenidos, sus formas expresivas. Esto se refleja en la totalidad de la obra, en la que pueden apreciarse distintos planos, más o menos internos, más o menos tangibles, y en la que cada espectador puede hacer su propia lectura, volver a sus emociones y, a su modo, al amor. Lo que se llama “armonización y danza” también fue una herramienta; es un arte que practico desde que volví a Uruguay y que incluye el clown, el yoga, la improvisación y el autoconocimiento. Parte importante del trabajo creativo fueron las entrevistas con personas que contaron su propia y empecinada vuelta al amor. Y hubo tres libros fermentales; Cuando leí Oblivion, de Edda Fabbri, sentí que me daba permiso para contar a mi modo, como ella, con la celebración siempre presente e incluyendo el dolor de una forma muy generosa hacia quienes no lo vivieron. Otro fue El furgón de los locos, de Carlos Liscano, en el que un hombre torturado a morir habla del cuerpo como su “animal amigo”. Y para poder aludir sin nombrar, mi marido me regaló Cuando el emperador era dios, de Julie Otsuka. Daniella Pássaro lee unos párrafos de ese libro en una escena que puede estar ubicada literalmente en un campo de internación para mujeres y niños japoneses en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, o en un dormitorio donde una madre entretiene a sus hijos durante una tarde de lluvia, o en una celda donde una compañera lee para otras como parte de la rutina diaria.

-¿Con qué palabras resumirías lo que quieren compartir con el público?

-Delicadeza, pudor, potencia. Y volver, leer, recibir. Cada espectador hará su propia lectura, si se enfrenta a la obra dispuesto a recibir lo que ella le entrega, sabiendo que va a entender en primer lugar con los sentidos y el corazón, porque es difícil que haya otra forma de volver, y es a eso a lo que se lo invita.

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