Hace un tiempo, un pibe preguntó en el portal Yahoo Answers qué pedales usaba Mac Demarco para lograr su distintivo sonido de guitarra. Tras varias tentativas de algunos usuarios, fue el mismísimo músico quien dio la respuesta definitiva, indicando los equipos y los efectos predefinidos que utiliza en varios de sus temas. Mac Demarco también es el tipo que al finalizar el último track de su álbum Another One aparece diciendo “6802 Bayfield Ave, Arverne, New York. Péguense una vuelta, les hago un café” (por las procesiones de jóvenes indies que deben de haber peregrinado hasta allí, el músico fácilmente podría haber convertido su domicilio en una cafetería). Mac Demarco tiene un hueco notorio entre sus dos paletas barnizadas por la nicotina, usa enteritos de jean y con cierta frecuencia bizarrea sus toques quedándose en pelotas, apareciendo completamente borracho o arrojándose en forma sistemática sobre el público. Mac Demarco es el músico que, si no tuviera 25 años, habría aparecido como invitado en El fantasma del espacio de costa a costa o como integrante de la banda Polaris en Las aventuras de Pete y Pete. Mac Demarco es, en sí mismo, los 90, una versión igual de ingenua y amigable que Jonathan Richman, pero con algo más barrial y sin ese halo excéntrico del histórico líder de The Modern Lovers. En definitiva, Mac Demarco es un tipo al que te gustaría invitar a un asado o con el que te gustaría juntarte a fumar un porro en la azotea de tu casa; la sumatoria de candidez, multirreferencialidad y liviandad que conforma la quintaesencia de lo que buscan esas nuevas generaciones de hipsters que se cansaron del cinismo, el nuevo sueño húmedo de la revista Pitchfork.
Por todas estas razones, me acerqué con cautela el lunes de noche a La Trastienda, sospechando de los riesgos que suelen rodear productos demasiado buenos para ser verdad. Sin embargo, sólo tres temas (“The Way You’d Love Her” como canción de apertura, seguida por “Salad Days” y la romántica “No Other Heart”) fueron suficientes para despejar varias de las dudas y poner sobre el tapete un aspecto no tantas veces mencionado sobre el estilo y el sonido de Demarco: lo ajustada y excelentemente calibrada que es su banda. Siempre se ha hecho hincapié en el registro low-fi de sus discos, extendiendo de alguna manera esa cualidad de sonido de baja fidelidad a los aspectos técnicos de la interpretación, pero en cuanto uno escucha la forma cronometrada en que la guitarra de Demarco dialoga con la de Andy White (una especie de Jesús blondo que se calza su instrumento al pecho, a lo Tom Morello, y que usa una púa veloz que por momentos se asemeja a la de un intérprete de banjo), se da cuenta de la fineza con que la banda suele caer a tiempo hasta en los momentos más entrópicos, con la elegancia de una gimnasta rumana.
Alta fidelidad
Lo que se vio en La Trastienda hizo recordar a lo ocurrido en el toque de Ariel Pink en 2012: esa curiosa transcodificación de temas originalmente compuestos y pensados desde el alma de un solo artista, grabando en soledad y con urgencia todos los instrumentos, a una formación que en vivo reformula la base, ampliando el espectro de sus virtudes técnicas y logrando un sonido más rico y brillante. Tal como pasó con el golpe de timón de Ariel Pink al decidir incorporar varios músicos sesionistas en su álbum Before Today, en las presentaciones en vivo de Demarco los miedos de los radicales del género low-fi tuvieron que callarse ante un sonido que, más que perseguir fines cosméticos, extiende el rango expresivo del artista.
En este sentido, la nerdez musical de Demarco y compañía se pudo percibir en arreglos neoclásicos y solos de guitarra que atestiguan un corazón que posiblemente haya jugueteado en otro tiempo con el metal, algo que terminó por coronarse en una versión de “Enter Sandman”, de Metallica. Lo interesante de ese cover fue que Demarco logró hacer un tributo carente de ironía y al mismo tiempo filtrado por su marca autoral. La versión, que conformó el bis a pedido del público, pasó por un extenso tramo de delirio psicodélico que hacía acordar a los famosos covers de Black Sabbath hechos por The Flaming Lips. Todo ejecutado a un sonido altísimo, de esos que parecen sacar viento de los amplificadores.
Todo sobre esa guitarra
En este aparato de transcodificación, el principal elemento a rescatar, quizá el elemento que sirve como marca de fábrica de Mac Demarco sea su particularísimo sonido de guitarra (duplicado por su compañero Andy White), que suena en prácticamente todos los temas de su discografía. Si uno quisiera saber la conjunción exacta de pedales para tal efecto no tendría más que consultar la información mencionada al comienzo de esta nota, pero a modo descriptivo se puede decir que es un sonido hueco y brilloso, cargado del pedal chorus (a veces con bastante flanger también), en el que suele sentirse la materialidad de la púa sobre la cuerda, cargándose de bendings (el efecto logrado estirando una cuerda para pasar a un sonido más agudo) y dándole amplio uso al vibrato de la guitarra. Si nos pusiéramos creativos con las etiquetas, este uso del vibrato nos llevaría ineludiblemente a asociarlo con algo así como un estilo hawaiano noir (algo que también puede verse en la música más experimental de Dirty Beaches y Charlie Megira). Sin embargo, si nos ponemos estrictos, el estilo de punteo nos remite a una herencia más africana, específicamente al marrabenta de Mozambique, y siguiendo el camino de migas de bandas más cercanas terminaríamos por dar con el particularísimo -e injustamente poco citado- estilo de Matthew Ashman (integrante de Bow Wow Wow, uno de los proyectos gestados por el cerebro comercial de Malcolm McLaren, que después de participar en la gestación del punk pretendía lanzar una nueva camada de new wave basada en sonidos africanos). Soy consciente de que, salvo en revistas especializadas en guitarra, es raro encontrar un párrafo tan extensamente dedicado a un sonido en el comentario de un espectáculo, pero también es raro, hoy en día, encontrar un músico que haya definido y perfeccionado un uso de pedales hasta convertirlo en una voz inconfundible. Detrás de todo el hype, y de lo que puede o no haber hecho Demarco, está el sonido de esa guitarra.
La vuelta a los clásicos
El show estuvo marcado por una gran cantidad de temas de su disco de este año, Another One, que cuenta con la particularidad de traernos a un Demarco menos abstracto y más centrado en las baladas románticas. Curiosamente para un músico conocido por sus grandes estallidos performáticos, los momentos más altos de la noche fueron justamente las baladas, lográndose en la canción “Another One” uno de esos pocos casos en los que el coro del público termina enriqueciendo al tema (incluso cuando se trata de seguir una simple línea de teclado sin palabras de por medio). En el mismo estilo es posible agregar “A Heart Like Hers”, “Without Me” y “Still Together” (en la que se puede apreciar a Demarco llegando a notas inesperadamente altas para lo que suele ser su tono bastante monocorde), y posiblemente el tema más interesante de la noche haya sido “Chamber of Reflection” (de Salad Days), el único sin guitarra a cargo de Demarco (en el que aprovechó a arreglar la última cuerda, que se le había roto en la canción anterior), liderado por un sintetizador que parece materia bruta de un sample funkero de fines de los años 70, de esos con los que Dr. Dre y compañía dieron forma a las bases del gangsta rap. Este embriagador sonido podría asociarse a la nueva ola de chill wave, un género interesantísimo que se funde en ciertos arreglos de la música de fines de los 70 y los 80, con la particularidad de exagerar en cierta forma sus atributos, creando una especie de década imaginaria más que citada.
Por supuesto, también estuvieron los hits de Demarco, “Cooking Something Good”, “Freaking Out the Neighborhood” (en el que el tecladista se arrojó al escenario varias veces) y “Ode to Viceroy”, un tema por el que esa marca barata de cigarrillos estadounidense debería donarle a cambio un suministro gratuito de por vida.
Detrás de los brincos, los gritos, los saltos desde el escenario y las garantidas borracheras que se haya agarrado después del toque, lo que quedó confirmado en la presentación de La Trastienda es el tremendo oído pop de Demarco, que trascendió los clichés oscurantistas del hipsterismo básico para abrazar (y reconfigurar a su manera) herencias notorias del rock clásico, ya sea de The Doobie Brothers, Paul McCartney o Grateful Dead. Entre todo ese público joven que usa camisetas roñosas, gorros trucker e incluso enteritos de jean, se confirmó en La Trastienda uno de esos extraños fenómenos producidos por la globalización y la velocidad de intercambio de información: fenómenos de microescenas intensas en lugares impensados como Uruguay, con nuevos profetas que se elevan frente a los párpados cerrados del resto del país.