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Mirtha Guianze. Foto: Iván Franco (archivo, junio de 2014)

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Guianze testificó en Roma sobre el rol de Blanco y Tróccoli en el marco del Plan Cóndor.

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El viernes, Mirtha Guianze regresó, una vez más, al banco de los testigos. Era un día de otoño en Roma, y el aire del Aula búnker de Rebibbia, que hospeda al juicio sobre el Plan Cóndor, estaba saturado por el polvo de cemento de los trabajos de reforma de la estructura del edificio.

Las declaraciones de la ex fiscal Guianze demoraron más de cuatro horas. Empezó a interrogarla el abogado Luca Ventrella, en representación de la presidencia del Consejo de los Ministros. Sus preguntas buscaron explicar el rol de Juan Carlos Blanco, uno de los imputados en el juicio, en la coordinación del Plan Cóndor. Guianze relató que el ex canciller de la dictadura está condenado en Uruguay en dos juicios diferentes, por los asesinatos de Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz y por la desaparición de la maestra Elena Quinteros, por el delito de homicidio muy especialmente agravado: “Juan Carlos Blanco, civil, canciller, tuvo un papel dominante en la lucha en contra de la subversión. […] Estuvo involucrado en el Pacto de Boiso Lanza entre militares y el entonces presidente [Juan María] Bordaberry y su grupo más cercano, que detentaba el poder antes del golpe de 1973. En consecuencia de eso, se creó el Cosena -Consejo de Seguridad Nacional-, donde se impartían las directivas para los servicios de inteligencia. Éstos produjeron la organización de operaciones militares y extramilitares en 1973 y 1974 en Argentina y Uruguay. En ese marco empezó la persecución de refugiados. Se trataba de operaciones encubiertas, con objetivos y métodos fijados, mecanismos de cobertura recíproca entre los países para asegurar la impunidad de los crímenes. Esas acciones criminales existían antes de 1975 y después se enmarcaron en el Plan Cóndor”.

Guianze develó el papel de Blanco en la organización y la ejecución de los secuestros y la desaparición de Gerardo Gatti, Armando Bernardo Arnone, María Emilia Islas Gatti y Juan Pablo Recagno en 1976: “En los días siguientes, Blanco envió una felicitación, por haber actuado convenientemente, a la embajada uruguaya en Argentina, a la que se le había pedido que no respondiera a las gestiones de los familiares que buscaban a las personas desaparecidas. Y añadía que si hubiera en Argentina uruguayos requeridos en Uruguay se los enviara prontamente. Entonces Blanco requiere y apoya traslados clandestinos”. A propósito de los traslados, la ex fiscal reconstruyó los llamados primer y segundo vuelo.

Luego, abogados de las partes civiles en la causa (familiares de varias de las víctimas y el Frente Amplio) siguieron el interrogatorio. Más tarde llegó el momento del contraexamen de la defensa, que estuvo a cargo del abogado Roberto Rosati, en sustitución de Francesco Saverio Guzzo, abogado del ex marino Jorge Tróccoli. La defensa apuntó a poner en duda la declaración de Guianze, a quien se le preguntó por las fuentes en las que basaba sus afirmaciones: “Tenemos los informes de la Armada uruguaya, con las declaraciones de los comandantes de la época y las de los comandantes en el momento de la celebración del juicio en Uruguay”, empezó a detallar la ex fiscal. “También es fundamental el legajo funcional de la carrera de Tróccoli. Tenemos, además, en el informe de los comandantes de la Marina, las declaraciones de personas detenidas en Uruguay que aparecieron en el Fusna [cuerpo de Fusileros Navales], testimonios de personas detenidas, declaraciones de colaboradores, investigaciones periodísticas importantes. También están los escritos del mismo Tróccoli: La ira del Leviatán, las notas y las cartas que él exhibió a los periódicos, y las notas que concedió en radio. En 2008 se publicó su última carta, ‘Yo asumo, yo acuso’, en la que dice que asume haber tratado inhumanamente al enemigo, pero sin odio, como debe actuar un verdadero profesional de la violencia. Tróccoli no manifestó arrepentimiento, solamente ha reconocido que participó en una guerra y ha dicho que lo que hizo era lo que correspondía en ese momento. Nosotros hemos considerado que el tratamiento que brindaba a los prisioneros, y la suerte de éstos, no se ajustaban a ninguna norma jurídica, según la Convención de Ginebra, vigente en el momento”, explicó.

Mary y María Victoria

Con la llegada de Dardo Darío Artigas Nilo, la jornada cambió de rumbo. De los datos y los documentos se pasó a la emoción. Dardo es hermano de María Asunción Artigas de Moyano (Mary), desaparecida en Argentina en diciembre de 1977, cuando estaba embarazada. La familia Artigas Nilo se crió en La Teja; los cuatro hermanos, hijos de un obrero de la refinería de ANCAP, sufrieron la represión: “El 30 de agosto de 1973 mi vida cambió para siempre. Tenía 13 años y en una noche de invierno, estaba haciendo los deberes con mi padre y mi madre cerca de la estufa. Llegó [José] Gavazzo con la ametralladora en mano, junto a militares del Grupo Especial de Tigres de La Paloma, Batallón de Artillería Nº 1. Secuestraron a mi hermana y a mis dos hermanos. Al día siguiente liberaron a Mary y a Óscar Alberto, y quedó detenido Rubén, de 17 años. Recorrimos todos los cuarteles y no lo encontrábamos, hasta que nos dijeron que estaba preso en el Batallón de Artillería Nº 1. Fuimos y nos entregaron sus prendas, llenas de sangre. Lo procesaron y lo llevaron al Penal de Libertad, donde se quedó seis años”, declaró Dardo. Mary y su marido se trasladaron a Argentina, donde, poco tiempo después, se enteraron de que también el hermano mayor, Óscar Alberto, había sido secuestrado y llevado al Fusna, donde fue torturado salvajemente, por lo que le quedaron secuelas físicas que todavía sufre.

Dardo, el hermano menor, emigró a Buenos Aires para vivir con su hermana, con la intención de escapar de la represión. Pero no fue así; fue secuestrado por personas que iban en un Ford Falcon blanco, en la calle, y trasladado a un centro clandestino de detención. Contó que “detrás de la persona que me torturaba había la voz de un uruguayo que decía ‘dale más máquina al botija’”.

Dardo logró sobrevivir, y el viernes en el Aula relató la suerte que corrió su hermana: “Fue secuestrada junto a su esposo el 30 de diciembre de 1977. Fue detenida en el Pozo de Banfield. La dejaron con vida hasta el nacimiento de la niña, y sabemos que le daban vitaminas y de comer porque el objetivo era el bebé. El trabajo de parto empezó a mediodía, el 21 de agosto de 1978, según lo que cuentan otras detenidas, con las que se comunicaba mediante golpes en la pared. Veo muchas mujeres acá, quizá algunas son madres. Querría que ustedes se imaginaran cómo puede ser parir con una capucha y las manos atadas. Después del parto, le hicieron limpiar el lugar y no le permitieron amamantar a la niña, que fue entregada al hermano del comisario Penna, que estaba a cargo del Pozo de Banfield, y que tuvimos el milagro de encontrar después de nueve años. Algunos sobrevivientes me contaron que se fabricó un poncho con una vieja frazada y después lo dio a un compañero que tenía mucho frío. Ese poncho ahora está en la sede de Abuelas de Plaza de Mayo”. María Victoria Moyano Artigas recuperó su identidad en 1987.

El otro testigo de la jornada, Daniel Rey Piuma, ex marino residente en Holanda, no se presentó debido a un problema de salud.

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