Santiago Bogacz -el músico que está detrás del proyecto Matador- forma parte de una de las camadas más interesantes e híbridas del escenario local actual. Con una pata en la academia y otra en el rock (aunque en realidad, en estas nuevas mutaciones, más que de patas deberíamos hablar de tentáculos), Bogacz parece tener varios enlaces covalentes con músicos de su generación, como Jorge Portillo, Alessandro Podestá, o Señor Faraón, muchos de ellos pibes que comenzaron fascinándose con los muros de distorsión de Sonic Youth para después empezar a descubrir la libertad y belleza tímbrica del delta blues y continuar escarbando hasta dar con cepas de sonidos de otros territorios, especialmente los de la música autóctona latinoamericana.
En ese territorio de omnívoros, Matador posiblemente sea el proyecto en el que las influencias aparecen más fundidas entre sí, y en el que el formato canción ha ido desintegrándose en una búsqueda más enfocada en la reverberación del sonido y del ritmo que en la estructura clásica de estrofas y estribillo. En particular, hay algo curiosísimo que señalé en la reseña de su disco debut: la forma en que a veces clava la mano zurda en un acorde, mientras se juega todo en la derecha, explorando en arpegiados todas las variaciones posibles entre agudos y graves, como un sistema de descomposición factorial que se sumara, en una serie de permutaciones, hasta dar con la contraseña de un nuevo sistema operativo.
En su nuevo disco -nuevamente homónimo, así que apeguémonos al criterio ledzeppeliniano y pongámosle “Matador III”- Bogacz se lanza más de lleno a algunas exploraciones que había inaugurado en el primero. La referencia al primitivismo blusero, que antes aparecía de forma más evidente, se descompone en una variedad de géneros completamente nuevos. En “Grito en el cielo” la guitarra se dispersa en una serie de timbres percusivos que parecerían salidos del extrañísimo compositor Moondog, combinándose con un estilo vocalístico que recuerda a las bagualas de Leda Vallarades. La instrumental “Pico Ló” tiene un estilo guitarrístico que recuerda a la música tibetana, referencia que se vuelve a retomar en “Come huesos”, en la que Bogacz incurre en un particular estilo del canto difónico (“con la garganta”) de Asia Central, conocido como khöömei (un buen pique para el lector podría ser buscar videos en Youtube de la fascinante agrupación Huun Huur Tu), donde la voz se vuelve bífida, abriéndose en una reverberación casi metálica que parece silbar por encima de lo cantado. “Barum(POM)Beum”, de ser tocada en guitarra eléctrica, podría, sin ninguna complicación, formar parte del repertorio de una banda de math-rock. En “111/7” la guitarra adquiere la reverberación de un birimbao, deslizándose sobre la espiral de ADN de un candombe subterráneo. Por su parte, los últimos dos temas retoman la herencia primitivista, con un sonido más registrable dentro de la música de Leo Kottke y James Blackshaw.
Siguiendo esta estela de clasificaciones, uno de los temas más interesantes del álbum es “…medio viejo y latoso”, en el que, con el recurso de colocar unos cotonetes entre las cuerdas de acero de la guitarra, Bogacz obtiene un trasteo que, al sumarse al estilo circular de la composición, produce lo que parece ser una versión acústica de un tema de música electrónica. Este recurso en particular, que apela a la materialidad del instrumento más allá de su uso habitual, habla del elemento más interesante en la búsqueda artística de Matador, una exploración en la cual las cuerdas de acero o de nailon no sólo tienen valor como herramientas para producir notas o acordes, sino también por posibilidades sonoras que normalmente tienden a evitarse (porque “ensucian” el sonido típico). Esto es algo que se ha podido ver de forma aun más descarnada en sus últimos espectáculos, en los que suelta y estira las primeras cuerdas más allá del desafinamiento, para jugar con lo más percusivo de ellas. A su vez, esta forma de poner a jugar la repetición abre una línea de loop logrado por medios analógicos.
Todo esto parece formar parte de una disección académica, pero la música de Matador III es a menudo emocionante y lúdica, y se libra a un interesantísimo juego de sinestesias entre lo cantado y el sonido acompañante. Un ejemplo divertido es “Come huesos”, en la que los súbitos bendings en las cuerdas quinta y sexta parecerían encarnar esas pulgas saltarinas de las que habla la canción. Todas las letras han sido depuradas en una serie de cuadros mínimos, como en el caso de la del primer tema, que alterna entre las combinaciones de los versos “¿Ves al hombre con el sombrero? / ¡Ahí viene! / Tiene en la cara sus manos sucias / ¡Ahí corre!”. Esto es un definitivo avance frente a la letrística de su primer EP, en el que había un exceso de metáforas y términos grandilocuentes que le restaban a la riqueza intuitiva del sonido.
En resumidas cuentas, el nuevo disco de Matador implica un gigantesco avance, no sólo en relación con los previos, sino también con el escenario local actual, en el que es raro ver una obra uruguaya que retome de forma tan personal y sin concesiones la herencia de grupos como Los que Iban Cantando. Si en los años 60 y 70 había una búsqueda arqueológica de los sonidos de la Latinoamérica profunda, Matador III parece abrir el abanico y ampliar a lugares más lejanos su recorrido, con la libertad de no regirse por una brújula ideológica. Para los que no han escuchado nada de Matador (todo su material está disponible en http://matador-uy.bandcamp.com), el miércoles 18, a las 21.30, en Solitario Juan (José Enrique Rodó 1830), habrá una excelente oportunidad de conocer su repertorio, cuando se presente en vivo junto a Señor Faraón, uno de sus más conocidos compañeros de ruta.