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José Mujica en su chacra. Foto: Iván Franco (archivo, mayo de 2013)

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El fin de cualquier período de gobierno es un momento habitual y lógico para realizar balances, aun sabiendo que sólo pueden ser apresurados y transitorios, en ausencia de la perspectiva histórica que aportará el paso de los años. Hoy la tarea convoca más que de costumbre, y en gran medida prevalece sobre la previsión de lo que vendrá, porque hasta las personas más distraídas se dan cuenta de que la presidencia de José Mujica tuvo características que la hicieron singular e inédita, más allá de que les haya gustado mucho, poquito o nada. Intuimos que la experiencia de los últimos cinco años es algo que deberíamos comprender a fondo, algo que luego habrá que explicar, algo de lo cual será importante que aprendamos como sociedad. Y también intuimos que para comprender, explicar y aprender hay que tener en cuenta, ante todo, lo que Mujica significó.

Aproximarnos a una respuesta exige separar ese balance de otros cuya relevancia es innegable. Por ejemplo, el balance global de los diez primeros años de gobierno del Frente Amplio (FA), considerando qué hubo de continuidad y de diferencia entre el período que termina y el de la primera presidencia de Tabaré Vázquez, con miras a imaginar continuidades y diferencias en la segunda. O el balance de lo que el propio Mujica hizo y no hizo, de lo que impidió y lo que dejó hacer, de lo que quiso hacer pero no pudo, y también de lo que pudo hacer pero no quiso. Todo eso hay que pensarlo, pero si lo pensamos todo al mismo tiempo es probable que se nos entrevere la baraja.

Qué será

Pistas hay, pero quizá no sean las que se manejan con mayor frecuencia.

Más de un analista destaca la potencia simbólica de que un ex guerrillero haya llegado a la presidencia por el camino de las urnas, sin recordar que cuando se postuló en 2009 llevaba ya un cuarto de siglo de actuación política legal, y que su participación en la lucha armada no llegó a durar una década.

Otros jerarquizan su sintonía con vastos sectores de la población que habían sido históricamente refractarios, o incluso hostiles, a la convocatoria frenteamplista. Pasan por alto que, del mismo modo en que la gran ampliación de esa convocatoria que trajo Vázquez, a partir de 1989, habría sido imposible sin apoyarse en la acumulación previa de varias generaciones y coexistir con ella, la segunda gran ampliación aportada por Mujica pudo producirse porque se sumó a todo lo anterior, incluyendo el gobierno de Vázquez. En otras palabras, era impensable que el FA ganara por primera vez la presidencia de la República con Mujica como candidato.

También hay quienes, sobre todo desde el exterior, piensan que la clave ha estado en la promoción de nuevos derechos, ignorando que si bien Mujica suele opinar sobre innumerables asuntos, cuesta encontrar alguna mención suya, antes de ser presidente, a la importancia del matrimonio igualitario o de la legalización de la marihuana. En realidad, su parecer personal sobre el mejor modo de vivir es, en muchos aspectos, bastante conservador; lo que ocurre (y lo que ha marcado una diferencia crucial), es que al mismo tiempo su enfoque de estas cuestiones tiene mucho de libertario, y por lo tanto no pretende imponer ese parecer personal al resto de la sociedad o presentárselo como doctrina.

Muchos jerarquizan la coherencia entre su prédica contra el consumismo y su escaso apego a los bienes materiales, pasando por alto que, si bien la austeridad lo hace próximo al modo en que viven muchos uruguayos, al mismo tiempo lo aleja del modo en que la gran mayoría desea vivir. Por cierto, no muchos lo imitarían si dispusieran de una pequeña parte de sus ingresos, y aun los más pobres pondrían empeño en mejorar su apariencia si tuvieran que afrontar el menos exigente de los compromisos presidenciales. Que la gente respete las opciones de Mujica en esta materia no quita que las consideren, por lo menos, extrañas.

Quizá por ahí asome una pista promisoria, por lo menos para pensar lo que ha ocurrido dentro de nuestras fronteras: durante muchas décadas, los uruguayos hemos construido algunas opiniones o fantasías muy mayoritarias sobre cómo somos, mientras seguíamos lejos de ponernos de acuerdo sobre cómo queríamos ser, y no nos hemos caracterizado por la consistencia entre dichos y hechos. Este viejo raro, tan distinto en eso, tan cercano y tan distante, tal vez se haya ganado así el respeto de la mayoría.

Impermeables a Gramsci

Sea como fuere, el aporte de los viejos dirigentes blancos y colorados para entender el fenómeno es escaso. Parece que no saben o que no quieren saber. En un suplemento dedicado a Mujica que publicó El Observador el sábado 21, los ex presidentes Julio María Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle escribieron sendas columnas cuyo común denominador fue no reconocerle absolutamente nada de positivo (o al menos de interesante). Sanguinetti sólo intentó explicar su popularidad nacional e internacional con una superficial y despectiva referencia a la sociedad “globalizada y mediática” de nuestro “mundo posmoderno”, en la cual (al decir de Carlos Fuentes, que fue un tenaz propagandista y casi un achichincle del ex presidente colorado) “el pueblo juzga más por lo que ve que por lo que comprende”. Lacalle ni siquiera ensayó una explicación del fenómeno.

Hay algo profundamente patético en ese menosprecio, que todo lo remite a la suerte, al engaño o a la estupidez masiva. Trae a la memoria un notable pasaje de los Cuadernos de la cárcel de Antonio Gramsci, publicado en Pasado y presente, donde se afirma que cuando “se tiende, de modo infantil, a disminuir rabiosamente al adversario, [...] hay oscuramente, en esa tendencia, un juicio acerca de la propia incapacidad y debilidad [...], y hasta podría reconocerse en ella un inicio de autocrítica (que se avergüenza de sí misma, que tiene miedo de manifestarse explícitamente y con coherencia sistemática)”. Si le atribuyes “incapacidad, estupidez, barbarie, cobardía, etcétera” a un adversario que “te domina”, apunta Gramsci, “¿cómo es que te ha vencido y ha sido superior a ti? No hay duda de que el diablo metió la cola. Pues bien: aprende a conseguir que la cola del diablo esté de tu parte”.

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